Continuamente vemos el centralismo nacional enfermizo, acaparador de fondos y funciones, representado por un Estado nacional gigante, ineficiente e injusto, que se agranda continuamente, consumiendo los escasos recursos que disponemos y produciendo un reparto inequitativo por donde se lo mire.
Lo hemos visto en estos tiempos de emisión monetaria más descontrolada de nuestra historia y el correspondiente reparto de moneda dirigida al clientelismo, tanto de ciudadanos como gobernantes, a fin de lograr apoyo político partidario y utilizando los organismos del Estado como si fueran unidades básicas. Y funcionarios actuando como punteros políticos, usando fondos nacionales para su propio interés sectorial. Me pegunto: ¿dónde están la oposición y las instituciones de control gubernamental para analizar si se está violando la Ley de Etica Pública, por lo menos?
El tiempo electoral se ha adelantado demasiado y lo único que se ve es el fanatismo político insoportable y la desesperación por obtener poder. Y otra vez me pregunto: ¿para qué? Si durante muchas décadas seguimos cayendo en una espiral de mediocridad y decadencia como nunca en nuestra historia. Esperemos que a partir de ahora y con un poco de equilibrio legislativo nacional podamos enderezar el rumbo definitivamente.
Pienso que los culpables de este presente han sido los distintos gobiernos nacionales que tuvimos desde el retorno de la democracia, que descontrolaron al Estado nacional y lo llevaron a lo que es hoy, sobredimensionado y acaparador de tareas propias de las provincias.
Pero hay que ser justos: no toda la culpa es de los gobiernos nacionales que han pasado; mucho tienen que ver que las provincias, que fueron cediendo tareas y cajas debilitando al federalismo y fortaleciendo al unitarismo perverso que ha dirigido nuestras vidas desde hace mucho tiempo.
Se pueden ver provincias que promueven el federalismo constitucional, aunque son las menos, y otras donde los gobiernos son simples administradores y gastadores de recursos coparticipables y no aportan algo a los fondos que se deben repartir. Entre las primeras cito a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Entre Ríos, Santa Fe, Córdoba y Mendoza. Y ejemplo de las segundas son Formosa, Chaco, Santiago del Estero, Catamarca, Santa Cruz y cualquier otra que “vive” de la repartición federal; tienen la mayoría de su fuerza laboral como empleados públicos y producen poco a partir de la actividad privada,
Es tiempo de que el federalismo despierte de una vez y para siempre y exija a los gobiernos nacionales que se suceden que les devuelva las tareas y cajas propias para producir su desarrollo regional, coparticipando en función del mérito, teniendo en cuenta el mayor o menor esfuerzo que ponga la población de cada provincia en la obtención de recursos. No puede ser que el 47% del presupuesto nacional sea manejado por el centralismo y solo el 53% se dirija a las provincias.
Muchas de las decisiones que rigen nuestras vidas se toman en el Congreso Nacional, que hasta ahora se ha comportado como un lugar de enfrentamientos partidarios. Y no hemos tenido en cuenta que quienes ocupan bancas elegidos desde sus provincias deben confrontar y acordar normas que busquen el interés general, pero siempre bajo la premisa de defender a cada Estado provincial.
Pensando en el próximo presupuesto nacional sería muy oportuno que los representantes de las provincias productivas comiencen a exigir el traslado de partidas que merecen. Y que se exija al gobierno nacional que comience la búsqueda de un camino austero, para así evitar el despilfarro de recursos que se ve en la actualidad.
Tener un país federal sólo depende de la voluntad de las provincias y son los diputados y senadores nacionales quienes deben defender los intereses del Estado provincial del cual surjan.
*El autor es periodista