El gatillo fácil de Israel en el polvorín de Oriente Medio

Una guerra directa irano-israelí es lo que necesita Vladimir Putin para que Ucrania termine de perder el apoyo en armamentos y municiones que le impida combatir al ejército invasor.

El gatillo fácil de Israel en el polvorín de Oriente Medio
Benjamín Netanhayu.

El “agradezco sus consejos pero tomaremos nuestras propias decisiones” con que respondió Benjamín Netanyahu, evidencia que no entendió cabalmente los mensajes que le dieron países árabes, europeos y Estados Unidos. No lo estaban aconsejando, le estaban pidiendo que no haya una represalia israelí al ataque lanzado por Irán. Las peligrosas consecuencias de las que lo advierten, no afectarían sólo a Israel y a Medio Oriente. Una guerra directa irano-israelí es lo que necesita Vladimir Putin para que Ucrania termine de perder el apoyo en armamentos y municiones que le impida combatir al ejército invasor. Lleva meses perdiendo posiciones ante Rusia y una guerra en gran escala con epicentro en Medio Oriente desviará totalmente la atención de las potencias occidentales. Sin la amenaza de una guerra directa con la OTAN, Putin irá por la totalidad de Ucrania y a renglón seguido por Moldavia para lanzarse después, desde su enclave en el Báltico, Kaliningrado, sobre Lituania, poniendo en la mira a Estonia y Letonia.

Finalmente, Estados Unidos y Europa no se equivocaron al “pedirle” a Netanyahu lo que debían exigirle, porque la acción que decidiera no tendría a Israel y a Irán como únicos receptores de las consecuencias.

Si esa respuesta era desmedida, podía no pasar nada más allá de los dos países enfrentados, pero también podía ser el big bang de una guerra globalizada. Sucede que Xi Jinping podía pensar que una derrota de Irán debilita a China en términos geopolíticos y geoestratégicos. En ese caso, entre otras alternativas escalofriantes, el líder chino podría apretar el gatillo nuclear norcoreano.

En fin, no es difícil entender por qué las “propias decisiones” de las que habló Netanyahu no debían ser tan propias. Sobre todo por parte de un gobierno cuyos impulsos extremistas son funcionales y potencian al terrorismo ultra-religioso de Hamas, Hezbolá y los hutíes del Yemen.

Hay razones para ver el ataque de Irán a Israel más como un acto político, destinado a la situación interna de ese país, que como un acto bélico destinado a provocar muertes y daños devastadores en el país atacado. La cantidad de proyectiles lanzados puede engañar respecto a la intención. Irán sabe la extraordinaria capacidad de intercepción que tiene la Cúpula de Hierro, el sistema de defensa anti-aérea de Israel. Avisar siete horas antes del arribo de los proyectiles al territorio israelí y que fuera limitado el lanzamiento de misiles desde Líbano y desde Yemen, que en una escala mayor podrían haber saturado la capacidad defensiva de Israel.

Así parece verlo el Pentágono. Estados Unidos tiene un antecedente de no haber respondido un ataque iraní como interpretarlo como un acto más político que bélico. En el 2020, como respuesta al asesinato del Qassem Soleimani ejecutado por Estados Unidos, Irán respondió atacando dos bases norteamericanas en Irak. Lanzó misiles sobre la base aérea de Al Asad, en la provincia de Ambar, y sobre un cuartel norteamericano en Irbil. Pero avisó varias horas antes, lo que Washington interpretó positivamente, por lo que no respondió el ataque iraní, que causó sólo pocos daños materiales ya que los efectivos norteamericanos se habían puesto a resguardo saliendo de ambas bases y sacando el material bélico más importante.

En febrero de 1991, Yitzhak Shamir, un halcón del Likud, era el primer ministro de Israel cuando Saddam Hussein le lanzó misiles Scud. Con sus fuerzas siendo barridas de la invadida Kuwait, el dictador iraquí buscó provocar a Israel para que se sume al conflicto y de ese modo una a los países árabes y los haga intervenir en su favor.

En aquel momento, sólo Egipto reconocía a Israel y el resto de los países árabes eran archi-enemigos del estado judío, lo que explica la jugada del líder iraquí cuyo ejército estaba siendo barrido de Kuwait por la “Tormenta del Desierto” que comandó el general Norman Schwarzkopf. Si Israel devolvía el ataque recibido desde Irak habría atacado tierra árabe, lo que en ese momento todos los países de la Península Arábiga consideraban la línea roja que no debía cruzar.

El duro Yitzhak Shamir entendió que no debía responder aquella provocación y no respondió el ataque iraquí con misiles Scud, a pesar de que algunos no interceptados por sus misiles anti-misiles Patriot impactaron y causaron daños materiales en Haifa y Tel Aviv.

Por razones geopolíticas diferentes también hoy tenía que contenerse de devolver un golpe recibido en su territorio. O hacerlo de un modo distinto al de los ataques militares. Por ejemplo podía lanzar sobre Irán ataques cibernéticos a puntos neurálgicos para el funcionamiento del sistema nuclear o del aparato militar.

Pero eligió realizar un ataque acotado y todo parece indicar que Irán está dispuesto a no escalar el conflicto. Fue el primer “acuerdo” entre esos dos estados.

* El autor es politólogo y periodista.

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