Reconocido como uno de los mejores militares de nuestra historia, Paz fue además el gran cronista de la primera mitad del siglo XIX argentino. A través de sus extensas y deliciosas memorias grandes hombres de nuestra historia toman extensión humana. Incluso el mismo Sarmiento, al que describe como un joven escritor.
Sabemos gracias a dichos textos, entre otras fuentes, que el Ejército del Norte se colocó bajo el mando de hombres como Saavedra, Balcarce, Belgrano y San Martín; mientras convivía con los jóvenes Dorrego, La Madrid, Ibarra y Bustos, entre otros.
Sin ninguna preparación militar aprendió a luchar luchando. Supo combinar sus conocimientos previos con el arte bélico. Esto valió que Terán —uno de sus pocos biógrafos— lo definiese como un “matemático de la guerra”.
Fue en esta etapa —específicamente el 20 de octubre de 1815—, cuando un hecho trágico marcó para siempre la vida de José María Paz. Retirándose de la derrota de Venta y Media, en la actual Bolivia, su brazo derecho fue baleado.
Al principio lo creyó un simple golpe, pero a medida que avanzaba el dolor se agudizaba. La sangre emanó empapando su chaqueta y cubriendo hasta la barriga del caballo. Seguido de cerca por los españoles no podía detener su marcha, Paz se desangró hasta el punto de sentirse desvanecer.
Finalmente junto a sus compañeros de retirada hicieron un alto y uno de estos contuvo la hemorragia con su pañuelo.
Convaleciente observó una realidad molesta. Tal como Tomás de Iriarte denunció en sus memorias, existía una relajación escandalosa en el ejército. Las mujeres que los acompañaban —en caso de relacionarse con algún oficial de alto rango— llegaban a ir al frente de las tropas y ocupaban recursos necesarios para los soldados.
Paz comenta que en cierta oportunidad, “cuando pedí víveres y forraje para mis cabalgaduras, me contestó el indio encargado de suministrarlos que no los había, porque todo lo habían tomado los soldados que traía la coronela tal, la tenienta coronela cual, etcétera. Efectivamente, vi a una de estas prostitutas que, además de traer un tren que podía convenir a una marquesa, era servida y escoltada por todos los gastadores de un regimiento de dos batallones (…). Esto sucedía mientras los heridos y otros enfermos caminaban, los más a pie, en un abandono difícil de explicar y de comprender”.
Junto a otros heridos se arrastraba para seguir a las tropas, dejando entrever que el Ejército del Norte era un todo desastroso donde los jefes desaparecían continuamente. Fue una época muy desgraciada para Paz y consideró dejar el ejército.
Se acababa de declarar la independencia y el nuevo director supremo, Juan Martín de Pueyrredón, visitó a las milicias en Jujuy antes de partir hacia Córdoba para reunirse con San Martín y asegurarle recursos. Los padres de Paz, siempre atentos, habían solicitado a don Martín el retiro de su hijo y el mismo soldado pidió audiencia con el funcionario para tratar dicho asunto.
Pueyrredón fue el primero en ver el talento militar de Paz y lo persuadió de seguir a la Patria. Para entonces, la herida había sanado, pero su brazo derecho no respondería nunca más. Ya lo llamaban “el Manco”. Tenía sólo veinticuatro años y mucha historia por delante.
*La autora es historiadora.