El juego incierto de la gobernabilidad futura

Si el Fondo Monetario Internacional no flexibiliza la meta de reservar acordadas con Argentina, a la Argentina le estallará el Banco Central.

El juego incierto  de la gobernabilidad futura
Sergio Massa Ministro de Economía de Argentina junto a Kristalina Georgievadel FMI

La guerra que todos imaginaban breve cumplió un año. Instauró un nuevo modelo de conflicto global. No es una guerra mundial, pero es una guerra mundializada, como definió Josep Borrell, referente de política exterior y seguridad de la Unión Europea. Al año de la invasión rusa a Ucrania, no fue Vladimir Putin sino Joe Biden quien caminó por las calles de Kiev. Pero Rusia insiste en presentarse como una potencia restauradora, destinada a rescatar a Occidente de su degradación moral.

La prensa europea define el conflicto como una impugnación del orden mundial con consecuencias de escala planetaria. También como una confrontación a la que parece difícil imaginar, por ahora, con un cierre definitivo al estilo de la Segunda Guerra. Porque la geopolítica comenzó a desestabilizarse antes de la guerra, desde el ascenso de China, el principal apoyo estratégico de Putin.

Toda esta escena mundial es inescindible de cualquier mirada sobre el año electoral en la Argentina. El descalabro económico sobre el cual girará el debate político local seguirá condicionado por los efectos de un conflicto globalizado. Los recursos destinados en un año como apoyo militar a Ucrania fueron de 60 mil millones de dólares.

Ese número permite dimensionar la encrucijada argentina. Conviene compararlo con la cifra apenas menor del último paquete de asistencia financiera del FMI, cuyas secuelas fueron el tema de conversación inevitable entre Kristalina Georgieva y el ministro de Economía Sergio Massa. Si el FMI no flexibiliza la meta de reservas acordadas con Argentina, a la Argentina le estallará el Banco Central.

Los detalles de esa conversación no se conocen. Massa dejó trascender que su pedido por un perdón del Fondo se fundó en los efectos devastadores de la sequía en nuestro país. ¿Debió explicar también por qué licuó 1.000 millones de dólares de las reservas en una operación de recompra de bonos que despertó sospechas por el presunto tráfico de información privilegiada?

Dos caminos

A Massa ya se le escapó la previsión inflacionaria para el primer trimestre del año. Si además se le estrangula el acuerdo con el Fondo, tendrá los días contados. Para Cristina Kirchner ese dilema de la gestión Massa es dirimente. Las encuestas que le llegan coinciden en advertir del crecimiento del voto libertario. Si Javier Milei consolida una base cercana al 20 por ciento, la primera vuelta sería competitiva entre el Frente de Todos y Juntos por el Cambio. Allí radica la decisión central que medita Cristina: si le conviene apostar para ganar o si le conviene jugar para un repliegue lo más precavido posible.

Si Massa consiguiera aplacar la inflación, con la que viene fracasando, el Frente de Todos tendría una carta posible. Cristina podría aportar como base su capital bonaerense y Massa quedaría habilitado para gestionar el apoyo del peronismo territorial en el resto del país. Una primaria de legitimación contra Juan Grabois, o algún otro candidato menor, le ayudaría para alinear al oficialismo. De allí la urgencia del kirchnerismo para que Alberto Fernández deje de insistir con una candidatura imaginaria.

La otra opción para Cristina es la de un repliegue pragmático. Asumirse como una jugadora más del peronismo territorial, preservar el gobierno bonaerense y apartarse de una puja nacional que, en un sistema con balotaje, sigue siendo desfavorable. Una apuesta a la resistencia para condicionar el nuevo gobierno.

¿Coalición?

La oposición tampoco cree que Massa consiga frenar la inflación a tiempo para una recuperación electoral del oficialismo. Esa convicción acelera a fondo una disputa interna inédita para Juntos por el Cambio.

En 2015, la competencia de Cambiemos fue casi una formalidad concebida por Mauricio Macri, Ernesto Sanz y Elisa Carrió para consolidar una coalición naciente, pero con un candidato presidencial ostensible. En 2019, la agitación interna tuvo un momento sórdido cuando a Macri le propusieron desdoblar la elección bonaerense en contra de su candidatura a la reelección, a la que accedió luego sin desafíos en las primarias.

Esta es la primera vez que Juntos por el Cambio se encamina a definir su principal oferta electoral en una primaria competitiva. La proliferación de candidaturas presidenciales parece fundarse en la convicción, cada vez más amplia, de que Macri no lanzará la suya. Y de que habrá un ganador que tendrá el respaldo de los votos para alinear a los derrotados.

Todos creen que algunas de las postulaciones actuales convergerán alrededor de algún polo. Elisa Carrió con Horacio Rodríguez Larreta; María Eugenia Vidal con Patricia Bullrich. El radicalismo bifurcaría con Gerardo Morales y Martín Lousteau en el larretismo y Alfredo Cornejo y Gustavo Valdés con Bullrich. De los antiguos desprendimientos del tronco radical, Ricardo López Murphy tomaría el camino opuesto a Carrió.

Es decir que habrá otra novedad incierta en las primarias de la oposición: las listas vendrán cruzadas. Serán unas primarias inaugurales, sin formato estricto de coalición. O al menos con el formato coalicional disuelto en un nuevo umbral de organicidad más difusa. Otro dato central para cualquier gobernabilidad futura.

Cuando esta semana se reabran las sesiones ordinarias del Congreso, la escena repetirá esa foto sistémica: la del dilema estratégico de Cristina, expresado en la emergencia en su disputa con Alberto Fernández, y la de la dispersión opositora que confía en el poder ordenador de las lejanas primarias de agosto.

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