Joaquín V. González fue un político e intelectual que destacó a partir de fines del siglo XIX y falleció en 1923, desempeñándose entonces como senador. A lo largo de su vida atesoró conocimientos y observó como pocos el comportamiento humano. Se hallaba preocupado por una característica latente en nuestra nacionalidad: el odio.
Rescatando sus palabras de un texto perteneciente al desaparecido Haya de la Torre, no deja de sorprender la actualidad de aquellas impresiones.
“En mi larga vida pública de soldado y conductor de partidos -señaló González- , de funcionario, gobernante y legislador, he podido ver muchas cosas, auscultar muchos corazones, profundizar muchas conciencias, leer en muchos espíritus, y puedo afirmar que nuestro pueblo se halla trabajado por gravísimos males (…) la persistencia, en alarmante desarrollo, de los odios ancestrales y de los odios domésticos, creados en las luchas civiles de la anarquía, de la dictadura y de las primeras décadas orgánicas”.
Esto constituía “un hecho que ningún eufemismo social ni convencional puede ocultar por más tiempo: los partidos políticos y los hombres aisladamente, en sus luchas políticas, no combaten sólo por la salud de la patria, sino por el aniquilamiento y exterminio del adversario”.
Así, “la propaganda victoriosa, la actitud más aplaudida y más feliz, son las más inspiradas en el odio y en la ferocidad; las diferencias, las divergencias y las antipatías, se desatan en la lluvia de fuego de la afrenta, la calumnia, la injuria más extrema”.
Y sucedía que “en las obras o empresas individuales, en la que habría derecho a esperar una cooperación benévola, es proverbial la oposición, la resistencia, la contradicción apriorística y prevenida que va contra el autor y no contra la obra; o va a la anulación y no a la mejora de la tentativa, por el aporte de una crítica constructiva y prolífica”.
Dichas palabras fueron expresadas por el citado político en 1918, como parte del discurso con el que abandonó la presidencia de la Universidad Nacional de La Plata.
Su mirada no deja de resultar lacerante al comparar aquella Argentina con la actual y permite además comprenderla de una manera más profunda, sin señalar como abanderados del odio a ningún partido, sin cometer ese error.
Hace muchos años, cuando estudiaba en los humildes bancos de la escuela Teresa O’Connor, cada mañana se nos hacía recitar una oración a la bandera compuesta por Joaquín V. González.
El autor nos invitaba a envolvernos bajo el manto de la patria, aquella que vio amenazada y hoy parece perdida entre odios.