En un país en el que la previsibilidad se ha extinguido, tanto que incluso la palabra tal vez ya ni aparezca en los nuevos diccionarios, el atentado contra Cristina Kirchner volvió a mostrar un retazo de esa Mendoza de la que solía hablarse hasta no hace mucho, la de la convivencia política.
La declaración de repudio de los ex gobernadores de nuestra provincia, con la firma de peronistas y radicales, mostró aquella faceta siempre resaltada. El texto, si se quiere obvio, destaca justamente por el contexto. Es una pausa en la grieta. Aunque no se traslade a las calles.
La manifestación frente a la Legislatura en repudio al intento de asesinato de la Vicepresidenta mostró que aquella convivencia puede ser sólo formal. O apenas circunstancial.
Es cierto que en las redes, sobre todo Twitter, se multiplicaron los mensajes de buena parte de la dirigencia de todos los partidos en repudio a lo ocurrido. Pero el del viernes fue un acto de las distintas expresiones del kirchnerismo y algunos aliados, ni siquiera de todo el peronismo. Menos aún de la sociedad mendocina.
Fueron casi los mismos que el lunes previo habían estado en el “cabildo abierto” para defender a Cristina de la acusación judicial por favorecer a Lázaro Báez en la adjudicación de obras en Santa Cruz.
La pretendida “paz” enunciada en esa manifestación la rompen en sus cuentas de Twitter los mismos que la pedían. Así como no se hacen cargo de lo que ocurre en el país, tampoco se asumen como fomentadores de la grieta que se profundiza desde hace más de una década.
La sombra de ese kirchnerismo casi en soledad se proyecta sobre 2023 y las chances electorales de un frente en el que aún no asoma un candidato. La mística ayuda a conservar el poder interno, pero nada más. Nadie quiere poner el cuerpo a lo que intuyen como un camino cuesta arriba.
Con la economía “en estado grave pero estable” después del primer mes de Sergio Massa como ministro, que por ahora logró calmar las tempestades que azotaron en julio, las noticias por venir no ayudarán justamente a ese difícil contexto político para el PJ.
Después de varios meses en los que los envíos a las provincias por coparticipación crecieron fuerte, en agosto bajaron 2% (una vez considerada la inflación), según el último informe del Instituto Argentino de Análisis Fiscal (Iaraf).
Habrá que esperar al final de setiembre para saber si es una nueva tendencia originada por la anunciada caída del consumo y la temida recesión. Esas serían las consecuencias esperables del ajuste del gasto público que ya empezó a ejecutarse y que los argentinos percibiremos con más claridad cuando lleguen las boletas de luz y gas sin el subsidio estatal.
La situación económica, la fuerte corriente anti k en la provincia y la falta de referentes prestigiosos en el principal partido opositor dan aire al oficialismo de Cambia Mendoza, pese a sus errores y su gestión titubeante.
Con poco, Rodolfo Suárez sale ganando en la comparación con Alberto Fernández. Por eso, siempre se fuerza la antinomia desde el Gobierno provincial. Pasó en la pandemia, con las restricciones, y el viernes último, con la decisión de desoír el feriado decretado por el Presidente.
Hubo, antes de la comunicación oficial, algún intentó de contacto con el ministro del Interior, Wado de Pedro. Pero la falta de respuestas dio más fuerza a quienes impulsaban no adherir. Aunque de dudosa legalidad, la decisión buscó mostrar algo de mesura ante tanta desmesura y cosechó aplausos de la tribuna.
La sobreactuación presidencial para congraciarse con su vice terminó instalando un nuevo debate. Como cuando pronosticó para el fiscal Luciano un destino similar al de Nisman. Esta vez fue un feriado inexplicable, anunciado casi a la medianoche, para permitir una manifestación militante. “Mañana es Santa Cristina”, faltó que dijera Fernández.
Más allá de la mística que procuró exhibir los últimos días, el peronismo hoy no es competitivo y eso hace que la mayor tensión pase por la interna oficialista, donde huelen la ratificación de la hegemonía que se ha consolidado desde que Alfredo Cornejo llegó al poder a fines de 2015.
En la UCR dan por sentado que deberán competir en las PASO con Omar de Marchi. El referente del Pro está lanzado y en ese afán de protagonizar se adueñó de Horacio Rodríguez Larreta cuando vino el jueves último.
Los radicales tienen por ahora una no tan silenciosa competencia para ver quién es el que lidera, con la menor cantidad de heridos posibles, el camino hacia el que creen será su tercer mandato consecutivo.
Jugar callados
El intendente de Las Heras, Daniel Orozco, es el que largó primero la carrera por la postulación. Necesitado de mostrarse, de gritar su ambición. Y a contramano de aquel pedido que hicieron Suárez y Cornejo de postergar los lanzamientos hasta 2023. El contexto enrarecido y la crisis económica lo desaconsejan.
El lasherino, aseguran, comenzó en marzo a delinear su estrategia y ya ha recorrido dos veces la provincia. Su bandera es la del pragmatismo y se muestra abierto al diálogo más allá de grietas y diferencias partidarias.
A su lado, lo definen como el más peronista de los radicales. Un rótulo que muchos se han calzado en las últimas décadas, empezando por Julio Cobos, su “padrino” político.
Para graficarlo, aportan un dato: el martes a la noche, después de jugar un partido al fútbol, estuvo comiendo un asado en la sede de la Uocra con la cúpula del gremio. La misión “evangelizadora” es voto a voto.
El intendente quiere crecer en las encuestas para meter presión. Hoy tiene el “no” de Cornejo, Suárez y de un intendente de peso con el que mantiene diferencias indisimulables, Marcelino Iglesias. Debería mejorar mucho para dar vuelta esa sentencia.
En su afán de conseguir apoyos internos, ha apuntado a quienes quedaron marginados por el cornejismo. Sobre todo, intenta pegarse a dos figuras fuertes de la UCR y que todos saben enfrentadas con Cornejo: Cobos y Ernesto Sanz. Pero hasta ahora ninguno de los dos se ha pronunciado abiertamente.
La cercanía con el ex vicepresidente es más notoria. No sólo lo impulsó en 2015 para que fuera intendente. También un yerno de Cobos es un estrecho colaborador de Orozco.
Sanz está concentrado en el armado nacional y sobre todo bonaerense de la UCR, además de respaldar a un sector del partido en San Rafael que enfrenta al cornejismo. Sus consejos llegan también a los dos intendentes sureños, Marcolini de Alvear y Ojeda de Malargüe.
La vinculación del ex senador con Orozco puede darse por su vieja amistad con Sergio Bruni, devenido en consultor político y contratado por el lasherino. Pero está lejos de apoyarlo en la aventura.
El “lanzamiento” formal de Orozco fue una cena a principios de agosto. Pero lo que pretendía ser una demostración de fortaleza, de músculo interno, terminó en un apoyo flaco radical, sin figuras rutilantes.
Lo peor vino cuando, dos días después, declaró que declinará su aspiración si Cornejo decide ser candidato. Dijo eso para quedar bien con el líder partidario, convencido de que no volverá a postularse a la gobernación. Pero la política vive de gestos y palabras, no de explicaciones.
“Allí se terminó todo”, dice un veterano que sabe de batallas internas. “Hoy no van ni la mitad a la cena”, sumó otro. “Ningún dirigente va a enfrentarse a Cornejo por Orozco para que después se baje”, ejemplifica alguien que en algún momento pensó en apoyarlo. “No es confiable”, definen en el cornejismo. “El que se apura pierde”, resume un intendente.
Tadeo García Zalazar y Ulpiano Suárez observan callados, como quien ve el ejemplo de lo que no debe hacer. Ellos están en carrera, aunque no lo vayan a decir abiertamente hasta 2023.
El de Godoy Cruz continúa su construcción en silencio desde la presidencia de la UCR, con la gestión como estandarte y el respaldo que da ser parte del núcleo duro cornejista. El de Capital se ajusta a sus “máximas”: más gestión, fortalecer la imagen y lograr la confianza partidaria.
Todos dependen de una decisión: qué hará Cornejo. En febrero recién empezará a vislumbrarse. Hasta entonces, el suspenso continuará.