Javier Milei se presentó por primera vez ante el Parlamento con el triple desafío de explicar los resultados de su plan económico de emergencia, convocar a la construcción de un programa normativo con reformas de fondo y proponer un diseño de gobernabilidad que haga posible ambas cosas.
Preparó un discurso que tuvo cuatro módulos principales. El primero fue una nueva revisión de la herencia recibida. Al diagnóstico del desastre macroeconómico que hizo al asumir, Milei le sumó los datos que conoció al ejercer la administración. Un inventario cuyo dato más acentuado fue el crecimiento acelerado de la pobreza, mientras aumentaba de manera exponencial el gasto social para evitarlo.
El segundo módulo fue un repaso de los primeros resultados del programa económico de contingencia. La combinación de reducción y licuación de gastos que le permitió obtener en un mes superávit fiscal operativo y financiero. Fue el momento de la jactancia, sin ninguna reserva ni precisión sobre las condiciones de continuidad de esos resultados.
El tercer momento del mensaje fue el referido a las reformas estructurales pendientes tras la judicialización del DNU 70 y el fracaso de la ley ómnibus en el Congreso. Sin esas reformas para reconstruir una economía de mercado, el plan económico de contingencia tendrá inconvenientes para convertirse en un programa de estabilización consistente a mediano y largo plazo.
Para las reformas de fondo, que requieren la aprobación del Congreso, Milei ensayó esta vez una propuesta desdoblada. Por un lado, anunció un paquete “anticasta”. Nuevamente el gobierno elige el camino del maximalismo propositivo, en contraste con su minimalismo parlamentario. Pero Milei también propuso reflotar el tratamiento de la ley ómnibus y del paquete fiscal que ese proyecto incluía originalmente.
Esa iniciativa implica reabrir el espacio de negociación que naufragó en extraordinarias y tuvo como consecuencia el estallido de un conflicto político con las provincias por los recursos tributarios. La durísima conflagración verbal entre el Presidente y algunos gobernadores fue el emergente político de ese conflicto fiscal: en qué porcentaje comparten la Nación y las provincias el costo de un ajuste inevitable.
Reflotar esa negociación tiene dos aristas que explican el cuarto módulo del discurso de Milei: el referido al Pacto de Mayo, el momento que se llevó los títulos más destacados, por su impacto político y por el grado de legitimidad social al que apela.
La primera arista es una admisión condicionada de debilidad de la Casa Rosada. No pudo conseguir sus reformas más ambiciosas con el impulso de sus primeros meses de gestión. Necesita volver a la arena parlamentaria, esa escena enrarecida tras el choque con los gobernadores.
La segunda arista es que los gobernadores tampoco pudieron mellar en esa conflagración el apoyo político mayoritario que retiene Milei, pese a la profundidad del ajuste. Milei necesita regresar al diálogo, aunque lo condicione con un escepticismo sincero. También los gobernadores, que ignoran hasta cuándo podrán sostener sus administraciones torpedeadas por la caída de ingresos.
Diez puntos
De ese empate de debilidades Milei fugó hacia adelante con la idea del Pacto de Mayo. Los diez puntos que propone firmar en Córdoba son un marco conceptual nítido, un punto de partida incuestionable para las reformas de fondo. Pero como vienen precedidos por la negociación parlamentaria reabierta por el oficialismo sobre el nuevo mapa fiscal, son también -desde una perspectiva pragmática- un punto de llegada.
Como marco conceptual, el Pacto de Mayo tendrá seguramente un alto impacto social favorable al Presidente. Como base política para un consenso posible es un enunciado que debe ser traducido en términos operativos. Es un pacto que se formuló casi en los términos de un contrato de adhesión; pero también un contrato cuya firma está diferida en el tiempo. Por eso hubo gobernadores que tras el discurso hicieron hincapié en el punto de partida, como Ignacio Torres, que expresó su coincidencia. Y otros que miraron con cautela el tiempo que falta hasta el punto de llegada, como Martín Llaryora.
La idea del Pacto de Mayo funcionará para Milei como un expansor político inmediato de su capacidad de maniobra, en el espacio y en el tiempo. En el espacio, porque redefine la polarización de la escena política. No sólo en torno a sus ejes, a su léxico y a su tono, tan controversiales como socialmente extendidos, sino en torno las ideas que impone un nuevo clima de época. Y en el tiempo, porque jalona un hito de expectativa en mayo, después de los próximos dos meses, que Milei avizora como los peores para desacelerar la inflación.
De todos modos, para quienes esperaban de Milei un diseño de gobernabilidad adecuado para su plan de ajuste y reformas, el Pacto de Mayo resultó una novedad. Aún con tono de conflicto reabre -en principio- una expectativa de negociación pragmática.
Como anotación marginal a los cuatro módulos del mensaje de Milei conviene consignar también las alusiones que hizo: las directas, las indirectas y las genéricas. Hubo referencias con nombre y apellido. La más significativa, porque estaba presente, fue para Máximo Kirchner. El heredero de la antigua diarquía presidencial, durante tanto tiempo presentado como un cuadro de inteligencia superior en la estructura del peronismo, permaneció estacionado como un caracol en su banca, sin ninguna reacción posterior.
Hubo alusiones genéricas hostiles, como las que Milei destinó para los gobernadores que derrochan, e indirectas impiadosas como las referidas a la actuación judicial reciente del jujeño Gerardo Morales.
Milei está en la cima del poder, que puede ser fugaz o extenso. Pero nunca eterno, como no es eterna la condición humana. El aprendizaje sobre la inconveniencia del exceso suele ser eso que siempre llega después.