El país que va quedando tras la campaña

La de la exjueza Figueroa es una maniobra de CFK para sostener la épica de un conflicto de poderes, clave para justificar su deserción electoral con una proscripción judicial inexistente.

El país que va quedando tras la campaña
La Jueza Ana María Figueroa.

¿Cuál es el país que preparan para diciembre Cristina Kirchner, Alberto Fernández y Sergio Massa? Una sombra de angustia asoma como respuesta.

Tras las primarias, su gobierno devaluó la moneda más de 20%. Ese ajuste se trasladó a los precios, con tanta velocidad que decidieron informar la inflación cada siete días. La depreciación del peso tampoco sirvió para recomponer reservas. El Banco Central tuvo que intervenir para frenar el dólar paralelo. Pero el viernes el dólar rompió la barrera de los 800 pesos. Ese aumento volverá a incidir sobre los precios. La brecha cambiaria es hoy la misma que antes de la devaluación. Todo el sacrificio que se le impuso al salario fue en vano.

Se confirmó lo previsible: devaluar sin reservas y sin plan es el ajuste más cruel, porque en poco tiempo se vuelve al punto de inicio. De la devaluación de agosto nadie se hizo cargo. Sergio Massa la ejecutó sin reservas, ni plan. Desde entonces lanzó una batería de dádivas en billetes de papel pintado, que pierden valor y agravan la inflación. Cristina Kirchner no lo criticó por hacerlo. Lo elogió por echarle la culpa al Fondo Monetario. Será que está bien hacerlo, siempre que se respete el derecho de autor. Alberto Fernández, el presidente más irresponsable del que tenga memoria la Argentina reciente, se ha desentendido de todo.

El FMI ya terminó su faena con el actual gobierno. Cerró con Massa el acuerdo para la devaluación y pospuso toda negociación hasta noviembre. Hablará con la Argentina cuando la Argentina haya resuelto su desquicio electoral. La vocera del FMI, Julie Kozack, declaró en términos diplomáticos que el festival del gasto ejecutado por Massa exacerba las dificultades del país.

Son palabras. En los hechos, los plazos planteados por el Fondo dejan a las claras su decisión: dos tercios del país eligieron -votando a Javier Milei o a Sergio Massa- alguna forma de pensamiento mágico para eludir sus problemas. Hablarán con ellos cuando despierten, si alguna vez lo hacen, admitiendo su ensoñación.

El país de Cristina, Alberto y Massa, el de los gobernadores y corporaciones que aún los sostienen, no estaría bien descripto si sólo se menciona la economía. Todos esos actores juntos construyeron una Argentina con 18 millones de personas sumergidas en la pobreza. Son números previos a la devaluación sin padre ni madre de agosto pasado. El 56,2 % de los menores a 14 años son pobres en una Argentina cuya doctrina oficial todavía recita: “los únicos privilegiados son los niños”.

Cristina Kirchner se pasea reconfortada, pese a estas atrocidades. Con tono jovial se subió a las redes sociales para exhibir desde el Senado las cosas que le interesan. Por ejemplo, llevar de las narices a la mayoría de los senadores peronistas para que voten el más reciente de sus berrinches.

Maniobras

Conviene describirlo: la vicepresidenta consiguió hace un tiempo atrás que la absuelvan en juicio oral y público (pero sin audiencia oral y pública) en la causa Hotesur-Los Sauces, donde la investigan por recibir pagos irregulares de contratistas como Lázaro Báez. El procedimiento inconcebible de un juicio oral sin audiencia pública fue apelado. Cristina confiaba en que dos de los camaristas que resolverían esa apelación la ayudarían con su voto, especialmente la jueza Ana María Figueroa. Como Figueroa cumplía 75 años en agosto pasado, y por ley perdía su investidura, la vice intentó prorrogarle el acuerdo del Senado. No lo consiguió a tiempo. Figueroa ensayó algunas maniobras para quedarse, hasta que la Corte Suprema le notificó que su tiempo como jueza había concluido.

La Constitución establece que un juez mantiene su investidura hasta cumplir los 75 años, salvo que obtenga un nuevo pliego en el Senado. La norma no prevé plazo de gracia alguno. O se cumplen las fechas, o no habría límite temporal para el nuevo nombramiento, “con la absurda consecuencia de que el límite etario se volvería inoperante”, escribieron los jueces de la Corte Suprema.

Cristina, 36 senadores y la propia Figueroa se pusieron primero de acuerdo para decir que la Corte echó a la jueza. La Corte sólo tuvo por comprobado que el plazo de caducidad de la designación estaba vencido. A menos que Figueroa, fugitiva del tiempo, no cumpla años cada 9 de agosto. La vice y su bloque se coaligaron luego para darle un nuevo acuerdo a la exjueza Figueroa, sin que su pliego provenga del Consejo de la Magistratura, como indica la ley. Toda una maniobra de corto alcance sólo para sostener la épica de un conflicto de poderes. Algo que para Cristina es clave, porque justificó su deserción electoral con una proscripción judicial inexistente.

Ahora bien, hay causas políticas por las que Cristina reaparece con estas maniobras en plena campaña. Entrevé que hay un resultado posible que puede reivindicarla. La satisfacción con la que habla sobre su predicción de los tres tercios electorales; la condescendencia evidente con una competencia en la que se enfrenten sólo Milei y Massa; la fruición con la que ignora el desastre social de este gobierno, mientras lo compara con la memoria idílica de gestiones anteriores, tienen toda una lógica.

Desde el atentado contra su persona (y la respuesta indiferente que provocó en una vasta mayoría social), Cristina Kirchner parece convencida de que Argentina se ha convertido en un país ideológicamente tan errático, delirante y primitivo como la minúscula “banda de los copitos” que la atacó. No le avergüenza colaborar con el derrumbe, como es evidente por lo último que pergeñó en el Senado.

Su talante ha mejorado porque cree que un balotaje entre Milei y Massa es todavía una escena posible. Verá esta noche el debate de los candidatos, desgastando el rosario por esa oportunidad. Con el razonamiento de siempre: la historia está en deuda con ella. Mientras la Argentina no salde ese impago, cuanto peor le vaya al país, mejor.

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