Enciendan el fuego, traigan el tambor, al pueblo querido ha vuelto el cantor. Que venga Larralde y Leguizamón, que venga Saluzi con el bandoneón. Que venga Barbosa, que venga Marian, el hijo perdido ha vuelto al hogar. Facundo Cabral. Canción del hijo pródigo
Cuando supusimos que después de las elecciones abandonaríamos definitivamente la Iglesia peronista kirchnerista para entrar en un período liberal laico, a lo Alberdi o Sarmiento (al menos eso se prometía) resulta que salimos de una Iglesia para entrar en otra, aunque fuese de una religión diferente. Ahora anarco-libertaria en vez de estatista-corporativa, pero religión al fin. O peor, entramos en una nueva pero no salimos de la otra porque ahora van a competir las dos como se vio esta semana. Cada Iglesia tiene su propio obispo (a) superior pero las dos tienen un solo Papa. En estos días Milei montó en cólera mostrando toda la ira de Dios, o al menos de las fuerzas del cielo contra las castas del infierno. Y Cristina escribió 33 carillas (como los 33 años que vivió Jesús) latosas y monótonas, que semejan una especie de catecismo reafirmando todos sus artículos de fe. La política cada día se está volviendo más religiosa, como tan bien suele analizar Loris Zanatta, ese profesor italiano que nos conoce mejor que nosotros mismos. Política religiosa, sí, pero que no inspira en sus impulsores tendencias a la paz y al encuentro, sino a multiplicar las peleas y agresiones.
La foto del presidente Milei abrazando al Papa Francisco (o el Papa abrazando a Milei) dice más que un millón de palabras. Es la expresión siglo XXI más acabada de la parábola del hijo pródigo.Más espectacular y profunda aún que cuando Francisco, apenas asumido, recibió a su hija pródiga. Es que con ella compartía catecismo (aunque al principio ninguno de los dos lo supiera por una enemistad que resultó coyuntural), mientras que con el libertario, aunque tengan el mismo Dios, no tienen la misma ideología.
Esta parábola empezó con una frase religiosa, y terminó con otra. La frase inicial ocurrió hace ya un tiempo cuando, con el rostro pletórico de furia, Milei dijo que el Papa Francisco era el representante del maligno en la tierra. Sin embargo, los tiempos cambiaron y el showman mediático de aquel entonces devino presidente de todos los argentinos. La reconciliación comenzó poco a poco. Primero Milei, como candidato, intentó seguir peleando contra el Papa, pero muchos católicos se indignaron y Francisco hasta lo acusó de “Adolfito”, nada menos. Entonces el libertario recalculó y le pidió perdón al Papa (en una forma rara porque le pidió perdón a través de Sergio Massa en un debate presidencial, ¿otra casualidad?) y Francisco, benevolente, lo perdonó. Tanto lo perdonó que lo recibió exactamente como aquel padre de la biblia recibió a su hijo pródigo, ese que había abandonado el rebaño para ir a probar aventuras por el mundo. Besos y abrazos, bendiciones por doquier, una verdadera fiesta celebrando el regreso del hijo perdido al hogar. Y también, otra vez como en la biblia, el hijo que nunca había abandonado al padre se quejó amargamente que lo tratara mejor al réprobo que hasta difamó a la familia, que a él que le fuera leal siempre. Por eso Juan Grabois, el hijo leal que no puede entender al padre, termina la historia con otra frase religiosa dedicada a su hermano recuperado: “Milei es un fanático de un dogma malvado”, sostuvo. Todas frases de una profunda irascibilidad por parte de los hijos del padre: representante del maligno en la tierra, fanático de un dogma malvado... El hijo pródigo habrá vuelto al hogar, pero no parece una familia muy normal.
El Papa tiene su corazoncito ideológico que se parece mucho más al pensamiento de Cristina, pero ha demostrado la suficiente falta de sectarismo para apartar esas ideas si es necesario contribuir a reconstruir un país hecho pedazos, que además es su país. Por eso ha tomado con Milei una actitud de grandeza, igual que el padre de la parábola bíblica. Esperemos que en contrapartida Milei la sepa asimilar en vez de aprovecharla políticamente. Ya empezó mal insinuando que el Papa le había dado el sí para su plan económico, lo que no resulta nada creíble; incluso desde el Vaticano lo desmienten discretamente. Y continuó peor, cuando en el mismo momento en que besaba al Papa se peleaba con toda la política argentina, en particular con la que le había apoyado su ley.
Siguiendo con los temas bíblicos desde donde hoy se entiende mejor la política argentina, Milei siempre quiso ser mesías, pero apenas es profeta. Porque predica la indignación contra el pasado más que la esperanza hacia el futuro. Mas la confrontación a ultranza que el acuerdo con todos los que se pueda, en particular con los que dudan. Que eso hacen los mesías. Convierten a los escépticos. Pero el cree más en la frase del viejo testamento, ojo por ojo, que en la del nuevo, ofrecer la otra mejilla.
Lo cierto es que fue la suya una gira político-religiosa, donde en Israel lo trataron como el aliado más firme en su guerra contra Hamas, tal cual si fuera un enviado celestial. Y el Papa lo consideró como al hijo pródigo, del mismo modo que antes lo hiciera con Cristina. Pero jamás con Macri o Alberto. Y menos que menos con Sergio Massa, aunque éste siempre se lo pidiera. Es que el Papa nunca se creyó el arrepentimiento por parte del exministro-presidente de los ataques que le hiciera cuando aún era Jorge Bergoglio. Lo que habrá de ser este camaleón humano para que el santo padre perdone e incorpore al seno de su Iglesia a Cristina y Milei, pero jamás a él.
Milei, el hombre de dos caras, siempre necesita alguien que controle sus instintos atávicos. Ayer fue Macri, hoy puede serlo el Papa. El mismo Miguel Ángel Pichetto le mandó un mensaje: díganle a Javier que hable directamente él con los gobernadores, como lo hacían Menem y Kirchner, porque una llamada del presidente puede mover montañas. Pero el hombre no escucha a nadie, ni habla con nadie, sigue montado en cólera, ya sea por convicción o por actuación. Con los impíos, aunque te quieran ayudar, no se puede negociar, porque siempre están agazapados para darte el zarpazo, como ocurrió con la ley ómnibus, piensa o dice pensar. Además, acaba de agradecer por un premio que le darán, afirmando que quien no defiende su concepto de libertad es por uno de estos dos únicos motivos: por ignorancia o por envidia. En otras palabras: el mundo se divide en buenos, que son los que piensan como yo, y malos que son todos los demás. La única verdad es mi verdad. Tiene Milei un serio problema epistemológico y un grave desconocimiento de la naturaleza humana, que sólo avanza civilizatoriamente por el debate de ideas contrapuestas. El razonar así no puede sino conducirlo hacia la intolerancia.
Por eso, si el Papa no lo hizo más tolerante, habrá que ver si volver a Macri surte algún efecto como ocurrió antes del balotaje. Pero el problema es que nadie sabe muy bien en carácter de qué y cómo vendrá el expresidente. Los libertarios no quieren una alianza fuerte porque temen que los del PRO les quiten sus cargos. Patricia Bullrich, por el contrario, quiere fusión plena, que se arme un solo partido. Milei tal vez coalición legislativa y poner él los nombres del PRO que quiere en el Ejecutivo. Macri quiere un acuerdo de partido a partido, como lo fuera Cambiemos. Hay gente del PRO, como Rodríguez Larreta, que no quiere la alianza. La UCR está afuera, pero hay muchos dentro de ella que quieren tener un sitio desde el cual seguir colaborando con el gobierno, sobre todo para complacer a sus electores mileistas. Alfredo Cornejo es el mejor ejemplo. Se sostiene desde la liga de los gobernadores radicales y del PRO, a la cual necesita como palenque ande rascarse. Es la liga su herramienta para seguir teniendo protagonismo nacional, aunque sea una institución sostenida en una mitología: la de que JxC tiene aún algún atisbo de existencia. La creencia de Cornejo no parece coincidir con la realidad, pero, como toda mitología, puede ser funcional en política. No importa tanto que JxC haya sucumbido o aún sobreviva, aún así es un título con el cual mantenerse en la sociedad política nacional, a la que Cornejo no tiene ganas algunas de abandonar. Sin pegarse a Milei, pero a la vez sin que Milei se pelee con él.
Lamentablemente, esta semana hemos vuelto al mismo estado de situación al de antes del debate legislativo: un presidente solo y una oposición colaboracionista atomizada, de la cual la mitad cuando menos es vituperada ferozmente por el presidente. Lo que parecía una forma de construir una nueva mayoría fueron los 144 votos que votaron la ley en general, pero Milei y las corporaciones los hicieron estallar, uno con su desprecio, las otras con sus lobbies. Milei tiene sospechas razonables de que no todos los legisladores votaron algunos artículos o incisos en contra no tanto por temor al poder absoluto sino en nombre de diversos poderes corporativos (aunque la mayoría de esa especie de legisladores está en el justicialismo, porque son los que más contactos han tenido con el poder corporativo desde hace 20 años). Pero ¿quién cree que eso va a cambiar de un día para el otro? Además, es tan legítimo temer al poder corporativo como al poder absoluto, uno porque está, y el otro porque puede suplir a éste, con lo cual pasaríamos de Guatemala a Guatepeor. Allí es donde no queda más remedio que llamar a la política en auxilio. Para encontrar las transacciones posibles entre la maraña de intereses que hay que desmantelar de a poco, no con una megaley imposible de aprobar completa de acuerdo a la correlación de fuerzas, correlación que ni siquiera es seguro que se modificará sustancialmente si Milei ganara las legislativas de 2025. Además un año y medio en la Argentina es el futuro remoto, hoy una semana es una eternidad. Por eso hay que ir paso a paso, y tener en cuenta que si no se desregula en serio, no habrá cambio estructural, sino, en el mejor de los casos, alguna macro mejora espasmódica producida por la sangre, sudor y lágrimas que se le está pidiendo a la mayoría de los argentinos. Para avanzar se necesitan mayorías, no furias, rayos y centellas contra los que uno tarde o temprano va a necesitar.
El trípode ideológico central de esta pelea está compuesto por Ignacio de Mendiguren, el político e industrial expresión máxima de las corporaciones económicas y políticas, Federico Sturzenegger, el teórico de las desregulaciones que más ha avanzado en propuestas concretas y el presidente Milei, ese extraño hombre de dos caras, expresión de los tiempos más que representación de los pueblos. Hoy es bueno venir de afuera de la política (porque casta, aunque no sean todos, que la hay la hay) pero para entrar mejor adentro, no para creer que estando adentro se sigue afuera. Se pueden aportar nuevos aires, pero Milei quiere echar a los mercaderes del templo en su rol de creído mesías. Quiere imitar al Jesús enfurecido, pero no al que repartió gratuitamente pan y peces a los humildes, porque no cree en la justicia social. Hasta cuando imita a Jesús no puede pasar de ser el indignado profeta Juan el Bautista, nunca el predicador de paz y unidad. El consenso es la corrupción, dijo el otro día. Y con frases como esas no avanzaremos mucho.
La afinidad entre Milei y Cristina es más psicológica que otra cosa pero tiene impresionantes consecuencias políticas. Los dos confunden siempre la religión con la política, pero Cristina lo hace con un discurso que (aunque no lo es) parece laico y racionalista, mientras que Milei tiene un discurso enteramente religioso, mitológico. Ambos creen en la épica, en el vamos por todo, y en el retroceder nunca, rendirse jamás. A veces como postura, a veces como impostura, pero a veces lo intentan en serio, aunque generalmente estas cosas no suelen ir bien.
Así como Cristina siempre despreció a los peronistas tradicionales aunque fueran éstos los que la apoyaran, Milei hace exactamente lo mismo con los que quieren apoyarlo parcialmente, pero aún más exagerado por su estilo personal.
Milei ataca a los que lo quieren ayudar si no le rinden obsecuencia total e incluso no confía en los suyos de La Libertad Avanza a los que trata despóticamente (ver lo que le hizo a Carolina Píparo, o peor aún, al ministro que echó como a un perro acusándolo de bocón de los periodistas) y solo tiene un círculo íntimo compuesto por él más tres personas como máximo, según declaraciones propias.
Las razones de esos desprecios, en particular a los más cercanos, pueden entenderse porque ambos piensen que son los más cercanos los que pueden llegar a sacarles el poder. O hasta por cuestiones psicológicas, o de personalidad, o incluso por alguna modalidad de sectarismo que los identifica. Reconozco no tener del todo claro las razones, pero es evidente que estas se verifican todos los días.
En fin, la carta de 33 carillas de Cristina es un dogma religioso, sus diez mandamientos, un mamotreto donde se catequiza más que se explica, con los dogmas elevados a categorías de verdades eternas. Milei, por su lado, se cree Moisés recibiendo del Señor las tablas de la ley para castigar a los malvados. Hasta en eso se sienten hermanos de fe, aunque tengan fe distinta. No los une ni el amor ni el espanto, los une el odio a los tibios, a todos los que no se les inclinan o arrodillan del todo.
A veces se critica al Papa por algunas de sus actitudes, pero menudo problema debe tener el pobre Francisco al intentar conciliar con estos personajes nada conciliadores, para ver su retornan a la casa del señor.
* El autor es sociólogo y periodista. clarosa@losandes.com.ar