El servicio ferroviario de cargas en Argentina fue perdiendo sustentabilidad durante los últimos años debido a las escasas inversiones que se ejecutaron para mejorar ramales que en muchos tramos muestran un grado de avanzada obsolescencia.
A ello se suma el deterioro del material rodante y de las estructuras complementarias del sistema, entre ellas las de señalamiento ferroviario.
En noviembre de 2018, se coronó un decisivo avance en la renovación de maquinarias, con el arribo al puerto de la Ciudad de Buenos Aires de 10 nuevas locomotoras, sobre una partida mayor (que incluía también vagones nuevos) que el Gobierno nacional había adquirido a China.
Sin embargo, es necesario apuntar que locomotoras y vagones de primera mano necesitan de ramales en perfectas condiciones de uso para recorrer los miles de kilómetros que conectan a muchas provincias argentinas, sobre todo del norte profundo, con los puertos de descarga de Buenos Aires y de Rosario.
Ello es trasladable también a los trenes de pasajeros, aunque desactivados en su mayoría desde aquella memorable frase pronunciada en noviembre de 1989 por el entonces presidente Carlos Menem, en rechazo a una huelga de trabajadores ferroviarios: “Ramal que para, ramal que cierra”.
Las privatizaciones, plagadas de sospechas de corrupción, hicieron el resto.
La penosa conclusión fue que centenares de pueblos y ciudades a lo largo y ancho del país se quedaron sin el tren de cada día.
Pero en relación con los servicios ferroviarios de carga, hay situaciones que llaman a un moderado optimismo.
El Gobierno nacional anunció el pasado viernes la firma de cuatro convenios con empresas chinas para la renovación de ramales, entre ellos los que utilizan las prestatarias San Martín y Belgrano Cargas.
Para dimensionar la magnitud de la iniciativa, basta enumerar que uno de los convenios tiende a potenciar la línea del San Martín Cargas con la intervención de 1.813 kilómetros de vías.
De paso, hay que ponderar que los trabajos mejorarán la infraestructura general entre las estaciones implicadas, a fin de que el tiempo de los viajes disminuya considerablemente.
Pero hay otros motivos para abrigar esperanzas en un servicio de carga vital para las economías regionales: un esquema con la infraestructura necesaria agilizaría los traslados de mercadería de todo orden, en especial de los cereales.
Además, se abaratarían los costos de flete y se protegerían las rutas, hoy maltrechas por la circulación constante de rodados de gran porte.
En síntesis, son muchos los beneficios que decantarían de estas mejoras.
Es de esperar que los proyectos tengan buen puerto y que no queden sólo en anuncios.