Quien lea con cierta profundidad a Juan Bautista Alberdi y a Domingo Faustino Sarmiento, encontrará en sus miles de páginas, infinitas alusiones a su propósito principal compartido: la de construir una nación en el desierto argentino. Quien estudie la política de Julio Argentino Roca, verá en sus ideas y sobre todo en su accionar práctico, que su meta principal era la de dotar de un Estado a la nación argentina. Los tres se pasaron la vida imaginando cómo deberían ser esa Nación y ese Estado, precisamente porque esos fueron sus dos grandes proyectos de vida. No sólo los imaginaron sino que también los construyeron. Ellos tenían diferencias en cómo hacerlo pero ninguna duda en que había qué hacerlos. Y los forjaron mirando, sobre todo, a los países que más estaban triunfando en el mundo, y al futuro que querían construir dentro de su patria lo más pronto posible.
Cuando uno analiza los dos proyectos políticos argentinos con más pretensiones ideológicas del siglo XXI (el kirchnerismo y el mileismo) le cuesta mucho encontrar en ambos un modelo de nación y de Estado liberales, democráticos y republicanos. Sin embargo ambos movimientos se parecen muchísimo en su sorprendente inspiración con las ideas marxistas de Estado y Nación. El kirchnerismo simpatiza con la sustancia de esas ideas y el mileismo las deplora, ya que considera al comunismo como el enemigo a derrotar en la tierra. Sin embargo ambos creen que las principales metodologías marxistas son esenciales para tomar el poder y que hay que apropiárselas. Por más raro que parezca, es efectivamente así. Ambos son marxistas en los medios, aunque en los fines sean, el uno peronista y el otro liberal, respectivamente.
Para un liberal clásico, pero también para un socialdemócrata o incluso para un peronista tradicional y en general para todas las ideologías compatibles con las ideas de República constitucional, el Estado se define como la nación jurídicamente organizada. Vale decir, las instituciones que se da un país para funcionar política, legislativa y jurídicamente. Eso admite muchos matices, desde un Estado mínimo para los más liberales hasta un Estado más ampliado para socialdemócratas o peronistas, pero la idea filosófica es la misma. Sin Estado no hay Nación.
Para el marxismo, en cambio, la definición de Estado es absolutamente distinta. Para esa ideología “el Estado es un instrumento de dirección y gobierno de la clase dominante, un instrumento de represión y de violencia de las minorías hacia las mayorías”. O sea el Estado liberal es apenas, según Marx, el comité de negocios de la burguesía, una dictadura capitalista para explotar y vivir del proletariado. Mientras que el Estado socialista es lo mismo para al revés: es la dictadura del proletariado, o sea los obreros toman el poder para destruir a los burgueses. Y recién cuando no quede ni un burgués (ni como persona ni como mentalidad),el Estado desaparecerá naturalmente para ser reemplazado por la libre administración de las cosas. Los métodos marxistas son ultraestatistas, mientras que sus fines aparentan ser antiestatistas.
Para un kirchnerista, mientras más Estado haya, mejor, pero, a diferencia del marxismo clásico, no cree que a larga deba desaparecer sino ampliarse siempre. Son estatistas ideológicos. Las dos principales ideas teóricas que aplicó Cristina en su gobierno los adoptó de dos pensadores marxistas: De Ernesto Laclau (un argentino radicado en Europa) incorporó la idea de populismo, entendido como un sistema político donde la relación entre el líder y el pueblo sea lo más directa posible, y por ende, hay que minimizar todo lo que se puede el papel de los “intermediarios” (o sea las instituciones). Y de Antonio Gramsci (un comunista italiano) incorporó la idea de hegemonía: o sea, hay que dar una batalla cultural para que el sentido común de una sociedad coincida con la ideología del gobierno cristinista. Por eso hay que llenar de esa ideología, en particular, a las instituciones culturales (escuelas, universidades, institutos científicos, artísticos, intelectuales, etc) a fin de que desde allí se impulse el adoctrinamiento hacia toda la sociedad. No todo tiene que ser kirchnerismo (el comunismo en cambio quiere que todo, el 100% sea comunista, como lo fue en la URSS o lo es en Cuba) pero sí la mayoría, la dirección cultural de la sociedad tiene que estar en manos del kirchnerismo a través del manejo del Estado. La nación más que un modelo común de convivencia plural entre distintos, es una ideología mayoritaria que conduce a las minoritarias.
Frente a todas esas ideas, el mileismo es una rara avis inspirada en liberales clásicos como lo es nuestro Alberdi en el siglo XIX, o la escuela austríaca en el siglo XX (enemigos absolutos del keynesianismo), y sobre todo en un personaje menor pero que hoy adquirió cierto relieve en la Argentina como es el economista norteamericano Murray Rothbard, el creador del anarcolibertarismo de ultraderecha. Lo que era Laclau para Cristina, lo es Rothbard para Milei. Rothbard y Milei creen que el Estado es el mal en en estado puro (inmodificable porque su estructura es cancerígena) y que debe desaparecer cuánto antes para que la sociedad se administre por sí misma a través de un instrumento infalible: el mercado. Ni siquiera creen en un Estado mínimo, no creen en el Estado en absoluto. Son antiestatistas. No aceptan que sea la Nación jurídicamente organizada como los liberales clásicos, ni quieren reemplazar a un Estado por otro como los marxistas y tampoco ven al Estado como el principal mecanismo de distribución social como los kirchneristas. No, su tarea revolucionaria es acabar con el Estado cuanto antes, convencidos de que sin él, el mundo será un paraíso. Los marxistas, al menos, querían “educar” a la gente antes de acabar con el Estado capitalista, reemplazándolo previamente por un Estado aún más fuerte (el comunista) a fin de acabar finalmente con todo Estado. Pero los rothbardianos y su discípulo más excelso, Javier Milei, tienen como objetivo ir acabando desde ya mismo el Estado, lo más rápido posible. Pero con una paradoja extrañísima de la que nos acabamos de enterar también comparte Milei: creen que para lograr la revolución anarcolibertaria con la cual destruir al Estado, los métodos que se deben aplicar son los del marxista que más estudió cómo hacer la revolución, e incluso la hizo: Vladimir Lenin, el fundador del imperio soviético.
Hace unos pocos días, en un congreso italiano de ultraderecha, frente a un público sorprendido y/o confundido, Milei lanzó como su consigna de lucha la principal frase de Lenin: “Sin teoría revolucionaria no puede haber movimiento revolucionario”. Por supuesto que aclaró que para él, Lenin es en sus ideas un “zurdo reventado”, pero alabó su propuesta organizativa, con la cual se puede y se debe hacer la revolución, ya sea comunista o ya sea libertaria. O sea que Milei quiere cambiar la democracia constitucional republicana y liberal que estamos viviendo en la Argentina por otra cosa, que no sabemos muy bien qué es. Pero es otra cosa. Los argentinos no ganamos para sustos.
En 1961, el excéntrico de Rothbard escribió un panfleto que se tituló igual que el texto más famoso de Lenin: “¿Qué hacer?”, donde el ruso explicaba cómo hacer la revolución comunista de los soviets. Y el maestro yanqui de Milei no se cansa de declarar su admiración por ese texto pese a su anticomunismo ideológico. Dice Rothbard que para difundir a toda la sociedad el “maravilloso” pensamiento libertario individualista se necesita un “núcleo duro de revolucionarios con ese ideología”. Y que para eso “podemos aprender mucho de Lenin y los leninistas , en particular la idea de que el partido leninista es el principio moral principal, o incluso el único”. Vale decir, para imponer las ideas de la libertad por todo el mundo, se necesita que el partido libertario sea el principio moral principal e incluso el único. Algo así como una religión absolutista. Si eso no es totalitarismo en estado puro, ignoramos de qué se trata. El partido como única ideología, creador de cuadros paraestatales que impongan del modo que sea en la población las ideas de la libertad. La libertad a palos.
Nosotros hace tiempo que conocíamos esas ideas de Rothbard, pero suponíamos que Milei en eso terminaría por pensar distinto en tanto presidente, como lo hizo cuando negó defender la tesis rothbardiana de la venta de órganos humanos. Un discípulo no tiene porqué copiar en todo al maestro, sino superarlo. Y con alguna ingenuidad pensamos que Milei venía a democratizar a Rothbard. Pero llegó a Italia, a la tierra de Mussolini, invitado por una simpatizante leve pero simpatizante al fin del “Duce”, como lo es la Meloni, y allí dijo lo mismo que Rothbard y lo propuso como programa revolucionario de gobierno:
“Por creer que los liberales no somos manada, muchos han caído en la trampa de no organizarse.... Por eso, en nuestro gobierno somos implacables.... El que viene con agendas propias y no acata la línea del partido es expulsado... Roma no paga traidores... Tenemos que ser como una falange de hoplitas o una legión romana, que siempre se impone sobre ejércitos más grandes, precisamente porque nadie rompe la formación.... Se trata de una causa justa que nos excede como personas. Por eso, no hay lugar para ambiciones personales, no hay lugar para mezquindades, no hay lugar para el ‘yo’, no hay lugar para el ego. Lo que está en juego es simplemente demasiado grande como para darle espacio a aspiraciones individuales”.
Esa es, en palabras textuales de Milei, la teoría revolucionaria que Milei, inspirándose en Rothbard, copia de Lenin, con suma admiración metodológica. Pero ocurre que Lenin era comunista y por lo tanto lo colectivo debía imponerse, y de ser necesario, aplastar a lo individual en nombre de lo social. Pero Milei es liberal y para un liberal lo individual es más importante que lo colectivo. Nuestro anarcolibertario llegó al gobierno, y prosiguió durante un año en él diciendo que “los liberales no somos manada” (o sea, que cada uno puede pensar con entera libertad e incluso disentir con el jefe, como decía antes de la vicepresidente cuando aún no la había declarada traidora), que contra el enjambre colectivista lo que valen son las ambiciones o aspiraciones individuales. Esas libertades individuales a las que en Italia declaró que no se permitirán más en su partido político. Con lo que de hecho está reemplazando el Estado por otra especie de estatismo: el partidario, una organización militar o paramilitar, una falange o legión de hoplitas romanos, cuya misión principal en la vida es la obediencia. Y frente a ella sólo hay traición. O sea, la summa de todo antiliberalismo posible.
Lenin y los comunistas soviéticos pensaban que el Estado desaparecería cuando todos pensaran como proletarios y hubieran desaparecido de la faz de la tierra (al menos de la URSS) todos los burgueses y capitalistas. Pero cuando, ya en tiempos de Stalin, exterminaron físicamente a todos los burgueses rusos y entonces debería empezar a desaparecer el Estado, ocurrió que los capitalistas rusos murieron pero sus ideas se infiltraron en las cabezas de muchos comunistas, por los cual Stalin tuvo que fortalecer aún más el Estado matando también a todos los comunistas infiltrados por las ideas del enemigo. Y así fue por siempre jamás, hasta que el imperio soviético cayó víctima de su brutal criminalidad y de su fenomenal estupidez ideológica.
Hoy, suponemos, a juzgar por sus propias palabras, Milei quiere fortalecer al partido anarcolibertario quitándole toda autonomía a sus miembros y hacerlos ovejas obedientes, sumisas y obsecuentes de la manada. Al menos mientras el kirchnerismo y otras variantes del comunismo (incluido el larretismo) sigan existiendo en la Argentina. Y mientras en el mundo, además de los Castro y los Maduro (que esos son comunistas en serio), desaparezcan los otros “comunistas” que también han arruinado a América Latina, según expresiones textuales de Milei: los chilenos Lagos, Bachelet y Boric, los brasileños Lula y Dilma, y hasta los uruguayos Pepe Mujica y Tabaré Vazquez. Recién cuando todos seamos libertarios (excepto los chinos, que son un tipo de comunistas que a Milei le encantan, porque dice que no se meten con nadie) allí quizá desaparezca el Estado. O sea, nunca.
Pero no es eso lo que nos dijo antes el actual presidente: prometió crear desde el mismo momento de asumir una sociedad de librepensadores luchando contra toda pretensión de hegemonía y adoctrinamiento. Nunca afirmó que quería cambiar una hegemonía por otra. Nos dijo -o nosotros creímos que nos decía- que venía a acabar con toda hegemonía. Pero ahora sostuvo en Italia que “Ellos (los malos) no tienen pruritos ni escrúpulos. Por eso debemos ser implacables y responder con una fuerza todavía mayor. No buscamos diálogos que nos lleven a ninguna parte ni establecer consensos que solo les sirven a ellos. No es nuestra metodología intentar apaciguar a quienes buscan dañarnos”. El problema es que aquí Milei no nos está diciendo que no debe transar con los kirchneristas (lo que sería muy bueno, porque de hecho -y para mal- lo está haciendo) sino que afirma algo mucho más grave: su descreimiento en el diálogo y en el consenso como metodologías de acción política. Por eso ni con Macri quiere consensuar ni dialogar, sólo lo quiere absorber, fusionar en el partido único de la revolución. A lo Lenin.
Es que, además de todo lo dicho, hay una coincidencia muy negativa del mileismo con el kirchnerismo: ambos son gramscianos, ambos creen en la hegemonía, que el partido oficial debe construir el sentido común de la sociedad a través de una batalla cultural contra el resto de las ideas que no sean las de los que tienen el poder.
El gravísimo error que cometen Milei y su maestro Rothbard es creer que se pueden separar los métodos de los fines en el pensamiento leninista. Utilizar a los primeros y condenar a los últimos. Algo falso de toda falsedad. Unos van encadenados con los otros. Los métodos de Lenin solo sirven para construir comunismo o totalitarismo, no ninguna otra cosa.
Esperemos entonces que todas estas disquisiciones teóricas de nuestra presidente en ejercicio sean sólo golpes de efecto escenográficos y/o teatrales para sus admiradores mundiales más fanáticos y extremos, pero que en su práctica concreta deje de lado tal summa de pavadas. Y vaya directo a las cosas, que por eso y solo por eso sigue manteniendo votos. Quizá este mundo desquiciado requiera un superstar para que lo entretenga y si él quiere serlo, allá él, pero la Argentina, igual de desquiciada, necesita alguien que se parezca lo más que se pueda a un estadista, no a esa contradicción en sus términos que es ser un émulo libertario de Lenin. Si queremos arribar a la libertad como meta, necesitamos transitar por el camino de la libertad. Eso de ser antiliberales en los medios y liberales en los fines es una patraña de principio a fin.
En sintesis, Javier Milei, que termina su primer año con un acompañamiento popular extraordinario y con logros económicos verificables, quizá debería repensar un poco si esas “teorías revolucionarias” tan estrambóticas y tan incoherentes con un buen pensamiento liberal, no debería ir archivándolas en el arcón de los trastos viejos y ponerse a releer las obras completas de Sarmiento y Alberdi, porque en la suma de ambas encontrará las ideas esenciales con las cuales construir una Nación y un Estado verdaderos para esta tan querida y sufrida Argentina. Este es su momento, ojalá no lo desaproveche como hicieron los Kirchner que por intentar quedarse con todo se quedaron sin nada. O, mejor dicho, nos dejaron a nosotros sin nada. Lo contrario espera la mayoría del país de la presidencia de Javier Milei. Que no es ni siquiera tanto pedir: nos conformamos con que al final de su gestión estemos algo mejor de cuando la inició. Porque hasta ahora, al menos durante todo lo que va del siglo XXI, siempre estuvimos peor después de cada gestión, pero los gestores estuvieron mucho, mucho mejor. Debe Milei invertir esa lógica en vez de adherir a teorías revolucionarias que siempre han fracasado en la historia.
* El autor es sociólogo y periodista. clarosa@losandes.com.ar