Como si fuera un náufrago en el medio del océano, el peronismo mendocino se aferra a Sergio Massa. El ministro-candidato pasó a representar para los referentes locales esa tabla que aparece providencialmente tras la tormenta furiosa que hundió su barco y puede acercarlos a una playa donde sentirse a salvo. No importa si los arrastra adonde querían ir o a una isla desierta lejos de todo. Lo único que pretenden es hacer pie y tomar aire.
El factor Massa ante todo les permite justificar una conducta muy arraigada en toda la dirigencia política: la negación. Como la elección presidencial está a la vuelta de la esquina y su candidato tiene chances de entrar al balotaje, según lo que marcan las encuestas hasta ahora, entonces es mejor dejar para después cualquier análisis profundo y autocrítica que permita entender por qué el PJ hizo la peor elección de su historia.
Tal vez la primera razón de ese tercer puesto con 13% de los votos de hace dos semanas, un porcentaje típico de una tercera fuerza, es que ese análisis profundo y serio nunca se hizo desde que empezaron a encadenarse una derrota tras otra desde 2013. Aunque para ser precisos, la crisis comenzó mucho antes, sólo que se vio disimulada por victorias esporádicas que no se explican por un programa de gobierno ni una construcción política, sino por razones ajenas.
En los 40 años de la nueva democracia hubo 21 elecciones, entre ejecutivas y legislativas, de las cuales el PJ ganó sólo ocho y cinco se concentran en un período de apenas ocho años. Después de aquella serie de triunfos consecutivos que comenzó en 1987 y terminó en 1995, auge y caída del bordonismo (el único proyecto serio que tuvo el partido), se impuso en sólo tres elecciones. O sea, tres victorias en 28 años (y ninguna en los últimos 10). Algo pasó y parece que no se han dado cuenta.
El primero de esos tres festejos fue en la legislativa de 2001, cuando el país se encaminaba aceleradamente a su mayor debacle institucional y económica desde el retorno democrático. Gobernaba el radicalismo el país y la provincia, y en ese contexto era inexorable que ganara la oposición.
El segundo fue en 2007. La división radical y la gran campaña de Celso Jaque fueron los artífices. Pero no tenía un plan y así le fue. La lógica indicaba que después de una mala gestión debería haber perdido, pero apareció el huracán Cristina con el 54% de los votos y entonces Paco Pérez se quedó con el sillón que nunca en su vida había imaginado usar.
Allí se termina el historial victorioso. El de las derrotas es mucho más largo por supuesto. Pero las razones son casi siempre las mismas: la desconexión con la sociedad, la falta de un proyecto provincial auténtico, con una mirada que vaya más allá de los municipios o de la ideología dominante en el partido a nivel nacional.
Desde 2015, cuando fueron expulsados de la Casa de Gobierno, sus dirigentes soñaban el momento en que Cambia Mendoza se partiera. La cuenta era simple: esa ruptura dividiría votos, ellos pasarían por el medio y así, otra vez más por causas exógenas que por mérito propio, volverían al poder.
Este año, pasó lo que tanto deseaban y con la pelea que habían anticipado: Cornejo-De Marchi. Pero perdió más votos el PJ (251 mil) respecto de 2019 que el oficialismo aun dividido (187 mil). La consecuencia es que el nuevo frente lo despojó del segundo cómodo lugar que tenía.
Si el peronismo no hubiese perdido ni un solo voto de los que tuvo Anabel Fernández Sagasti en 2019, habría ganado. La senadora nacional cristinista reunió entonces como candidata a gobernadora 388 mil votos, 21 mil más que los que hicieron triunfar a Alfredo Cornejo hace dos semanas. Ni siquiera pudo aprovecharse de la mala gestión de Rodolfo Suárez.
Es cierto que el pésimo gobierno nacional, con una inflación y un dólar sin freno, en nada ayudó a la filial peronista local. Tampoco colabora el discurso K imperante, rechazado por los mendocinos. Pero los problemas locales exceden a los nacionales.
Por eso, está claro que ni el ingreso al balotaje de Massa ni su improbable triunfo en ese mano a mano de noviembre solucionarían la crisis profunda del PJ de Mendoza. Apenas los disimularía con un envalentonamiento y una puja por ver quién es el preferido del nuevo dueño del poder en el reparto de cargos.
Aunque toda la dirigencia parece haber optado públicamente por la negación para mostrar unidad, apenas se rasca un poco la superficie aparecen las grietas internas.
Detrás de esa negación y falsa unidad también hay especulación. No es lo mismo si Massa gana o pierde. Dentro de la derrota, no es lo mismo si directamente queda sin chances en dos semanas que si pierde dando pelea en la segunda vuelta. Tampoco es lo mismo si Massa pierde y gana Axel Kicillof en la provincia de Buenos Aires o si también el gobernador bonaerense queda en el camino. Todos miran de reojo, calculan, buscan aliados.
“Se viene una reconfiguración total. Si Massa gana, discutiremos cargos. Si pierde, habrá que ver quién queda como líder en la Nación”, dice un peronista que no descarta, en este último escenario, la continuidad de Cristina Kirchner como referente.
En el kirchnerismo respiran aliviados, por ahora. Posponer la autocrítica significa para ellos posponer los cuestionamientos a sus decisiones.
“Nadie nos putea y eso es porque todos creían que íbamos a sacar menos votos todavía. Todo el peronismo está mal. Massa, con todos trabajando para él, incluso los que se fueron con De Marchi, acá salió tercero en las PASO y con el mismo porcentaje que la fórmula provincial”, analizan en lado K.
Esa ausencia de críticas, claro está, es sólo pública. Por debajo, todos disparan. “La experiencia que tuvimos ahora no se puede repetir. Es inaudito no tener candidato a gobernador”, disparan contra la postulación de Omar Parisi desde uno de los tantos grupos, al menos cuatro, que se paran enfrente del kirchnerismo. “Estamos como el orto”, asume uno de esos dirigentes con el cuero duro de tantas batallas, casi todas perdidas.
Más que sectores el PJ tiene proyectos personalistas hoy. Matías Stevanato, Flor Destéfanis y los Félix. Alguno suma a Gabriela Lizana como rostro local del massismo, aunque el resultado nacional será determinante para incluirla o no como referente.
Por supuesto, además está el camporismo, liderado por Fernández Sagasti, que mantiene su intención de dominar internamente y es el único grupo que se asemeja a un “sector” por su expansión territorial. Su tiempo de encabezar listas, está claro, se terminó luego de tres derrotas consecutivas, una peor que otra.
La santarrosina Destéfanis era, hasta junio, parte de la estructura K porque su padrino político, Carlos Ciurca, era el operador territorial de ese sector. Así llegó a presidenta del PJ. Pero, tras las primarias, el ex vicegobernador decidió que era momento de empezar a despegar a la intendenta de la previsible derrota provincial.
Piensa hace rato en posicionarla para 2025 primero y 2027 después, y no es bueno mostrarla asociada a una catástrofe electoral. Por eso, ella ni se asomó por el búnker la noche de la elección, pese a presidir el partido.
La ex reina ha tenido en los últimos años un rival declarado: el maipucino Stevanato. Sin jefe al que responder y al frente de un departamento con peso electoral, ya se está preparando para ser el candidato a gobernador en 2027. Extrañamente, pese a su vínculo siempre tenso, el lunes se mostraron juntos en una foto en la que mucho tuvo que ver Ciurca. Muchos imaginaron allí la fórmula de 2027. Anticiparse cuatro años en política es hacer ciencia ficción.
“Por más que se quiera escapar, Ciurca es tan dueño de la última derrota como Anabel. Parisi era de él”, dice un peronista que piensa el peronismo desde la ortodoxia. El eje, cree, terminará siendo Stevanato-Félix.
“Si Stevanato se alía con Ciurca, va a alejarse de Félix. Esa no es una sociedad para tres”, dice un kirchnerista que espera que aclare el panorama.
Los hermanos sanrafaelinos siempre han sido esquivos, nunca se sabe para dónde saldrán. Además, ya han dado demasiadas muestras de no querer salir de su zona de confort. Cuando intentaron provincializarse, perdieron. Salvo que los vientos sean muy favorables, aquellos que ven a Emir como candidato a diputado nacional en dos años tampoco acertarán.
Mientras resuelve la política partidaria, el PJ deberá gestionar como oposición. Con diez diputados y diez senadores será la segunda fuerza legislativa, muy lejos del oficialismo, y la fuerte división interna se notará también en los bloques: nadie tendrá predominio. El reparto, grosso modo, es un par para cada uno. Cada tema, entonces, exigirá una extenuante negociación interna antes de tomar posición. Malas noticias para Cornejo.
La esperanza peronista está nuevamente, como desde hace 25 años, en los municipios. Sobre todo después de que Celso Jaque ganara Malargüe. Creen que el ex gobernador aportará sabiduría, con la ventaja para sus colegas de estar privado de ambiciones electorales provinciales.
Desde diciembre, habrá peronistas al frente de siete comunas y creen que eso les dará más peso. Pero tres de esos departamentos (Malargüe, Santa Rosa y La Paz) son justo los tres menos poblados de la provincia.
Sin una autocrítica real, sin un nuevo Bordón a la vista y hundido electoralmente al rango de tercera fuerza, vale preguntarse si el peronismo alguna vez logrará nuevamente seducir a la mayoría de los mendocinos. El pronóstico anticipa para los próximos años tormentas fuertes con nubarrones y vientos huracanados.