Se ha puesto de moda entre dirigentes, funcionarios y militantes peronistas echar la culpa de todos los males del país a la derecha, una entidad que reemplaza al neoliberalismo, el macrismo, el campo, los poderes fácticos, los medios hegemónicos y otros enemigos tradicionales.
Es una vieja obsesión de Alberto Fernández, que ya mostrara en “Pensado y Escrito”, el libro que publicó después de que se fuera del gobierno de Cristina. La derecha como enemigo es tan importante en la constitución de su identidad política que aparece en el video en el que comunica el “renunciamiento histórico” a la presidencia. Después le dedicó un largo párrafo entre desafiante y condescendiente durante la conferencia de prensa que dio con motivo de la visita del presidente de Rumania. También es común entre los peronistas de mediana edad para abajo: Tailhade, Di Tullio, Cafiero, Kirchner Jr, Moyano Jr. Y en algunos mayorcitos, como Ziliotto, Cerutti y Katopodis.
¿A qué puede atribuirse este giro discursivo? La distinción política entre izquierda y derecha se originó en Francia, en tiempos de la Revolución. Usualmente se distinguen dos formas de aplicación: como definición de la identidad propia o como categoría de análisis: clasificación de posiciones en un espacio simbólico horizontal. Eventualmente sirve como denominación descalificante de facciones rivales. En la Argentina nunca arraigó bien, no se convirtió en discriminador principal de identidades políticas.
Para el peronismo siempre ha sido de particular importancia definir a sus enemigos. Desde sus orígenes quiso constituirse en una identidad política de índole estrictamente nacional, en oposición a identidades foráneas, originadas en otras latitudes. Su primer antagonista fue otra identidad de origen nacional: el radicalismo. Socialistas, comunistas, nacionalistas, eran identidades de origen extranjero. El conservadurismo tenía un sentido más social que político. Con el tiempo se formaría el antiperonismo.
La actitud del peronismo hacia el binomio izquierda-derecha ha sido tradicionalmente reactiva. No solamente no se identificó con ninguno de los dos polos, sino que además negó la existencia de tal distinción, por razones evidentes: si no era ni de izquierda ni de derecha, tampoco podía reconocer que existiera izquierda y derecha en la Argentina, puesto que inevitablemente tendría que definirse respecto de esos polos. El fascismo manifestó un rechazo parecido, al considerar que izquierda y derecha formaban parte de la partidocracia enemiga de la nación.
También lo vio Juan José Hernández Arregui, cuando explicó que aquello que denominara como “izquierda nacional” como línea interna del movimiento de liberación nacional tenía un rótulo provisional e inconveniente, que debería sustituirse indefectiblemente por “socialismo nacional”.
Cuando en los 70 se hablaba de izquierda, los peronistas se referían al ERP y a otras organizaciones, no a Montoneros, como puede verse en una entrevista que le hicieran años después a Martín Caparrós.
Los conceptos de “izquierda y derecha peronista” son, más allá de algún despistado, producto de clasificación académica y no de la propia militancia peronista. Eventualmente se empleó como como denominación denigratoria para referirse a la facción rival. El “peronismo de izquierda” nunca se autodefinió como tal: fue peronismo revolucionario, o de base.
El peronista doctrinario no se identifica con ninguna de las dos ni las usa como categorizaciones usuales. En general prescinde del binomio para referirse tanto a otras identidades políticas como a las líneas internas del movimiento.
En una entrevista reciente en Crónica TV, Guillermo Moreno dio una respuesta propiamente peronista a una pregunta sobre la derecha: “no sé qué es eso”. Lo sabe, pero su identidad peronista le impide usarla como categoría de análisis. “Eso sirve para Europa pero no para Hispanoamérica”. Y tiene razón.
Podemos agregar que si en cierto sentido y bajo determinadas circunstancias el peronismo se puede permitir la posibilidad de referirse a “la izquierda” como un objeto en el universo político, con la derecha esa posibilidad es menor. ¿Por qué? Porque si se baja al subconsciente peronista, se encuentra una configuración ideológica de derecha tributaria del pensamiento militar y nacionalista, que predica la conciliación entre las clases sociales, una preocupación por el orden y la paz social y un conservadurismo cultural de explícitas raíces católicas. Que se manifiesta en la resolución de Perón en torno a una hipotética guerra entre los dos grandes bloques, como explica Gerardo Tripolone en su último libro. Si se hiciera imposible sostener la tercera posición, la Argentina ocuparía su lugar en las filas de Occidente. Una derecha nacional que permitió la emergencia de su ciclo posterior más exitoso después de la muerte de Perón: el menemismo, derecha neoliberal.
Todo esto está muy alejado del recapado progre que le han practicado en los últimos 20 años. Evita sólo podía transformarse en un ícono feminista y de izquierdas si se practicaba una total reingeniería de su imagen.
Esto permite discriminar entre viejos y nuevos peronistas, doctrinarios y asimilados. ¿Se definen como peronistas pero asumen que la derecha es el enemigo? Entonces no son peronistas, al menos doctrinalmente hablando. Empezando por Alberto Fernández, el liberal de izquierdas, el socialdemócrata, el alfonsinista al que le convino mudarse al peronismo. Y el kirchnerismo, ese entrismo ideológicamente oportunista que triunfó y se quedó con la conducción del peronismo. La mencionada oposición parece estar manifestando una crisis que penetra en las estructuras fundamentales de su propia identidad.
* El autor es profesor de Filosofía Política de la UNCuyo.