Todo parece indicar que nos encontramos en un momento histórico: observando atónitos como nuestra República parece desintegrarse en manos de la incoherencia, la torpeza y el desconcierto.
La negación desde las altas esferas constituye una de sus armas preferidas, antes verdaderamente potente, hoy irrisoria.
Mientras el dólar sube y con él la pobreza, nos invaden con ridículos mensajes en “inclusivo” que buscan reflejar una igualdad inexistente dentro de esta maleza de problemas y desorden.
Siguiendo el pensamiento de Sarmiento, el desorden sólo puede generar desigualdad, pero estamos ante una clase política que desprecia al gran maestro y reniega de sus enseñanzas.
Ante esta realidad, remontarnos en el tiempo rastreando otras crisis resulta tentador.
Frente a las mismas hallamos dirigentes incapaces, pero también a verdaderos estadistas.
Entre éstos últimos a Carlos Pellegrini.
Siendo vicepresidente de Juárez Celman, Pellegrini asumió el poder tras la renuncia del cordobés, en el marco de una crisis política y económica descomunal.
Durante su corta gestión sacó al país de aquel aprieto, ganándose así el apodo de “Piloto de Tormentas”.
Cabe destacar que por entonces también teníamos una gran deuda, Victorino de la Plaza -futuro presidente- fue enviado a Inglaterra para negociarla logrando la moratoria esperada.
Mientras tanto, el presidente aplicó medidas de ajuste, una de ellas fue la suspensión de las obras públicas, entre las que se contaba el Congreso Nacional. Edificio que fue terminado durante la segunda presidencia de Roca, bajo la responsabilidad del mendocino Emilio Civit.
Como un político de raza, Pellegrini escuchó a unos y otros para encontrar la solución.
Por la Casa de gobierno desfilaron representantes de todos los sectores: el comercio, la industria, la ganadería y la agricultura.
En lugar de culparlos, de señalarlos con un dedo, de considerarlos un problema entendió que eran parte de la solución.
Aquella era una Argentina que apostaba por el trabajo, el progreso y la educación, un verdadero paraíso para la inmigración de la que muchos hoy somos orgullosos descendientes.
El Estado no daba dádivas, generaba herramientas y estructuras para el crecimiento del sector privado.
Las políticas que llevó a cabo Pellegrini implicaron un fuerte control sobre la economía, algo con lo que -como liberal- no comulgaba.
Recibió críticas de sus pares ideológicos a las que respondió: “Cuando hace falta, el Estado debe meterse en la vida económica, y si no es indispensable no debe hacerlo. Así de sencillo”.
Es que sus creencias ideológicas, no estaban por encima del bienestar de la República.
Mientras que hoy Argentina parece esclava de una mística setentista, ridícula y atemporal.