En 2009 fue sancionada en la República Argentina la ley 26.571, que creó las elecciones primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias, más conocidas por su sigla, PASO.
Esa nueva norma estableció que, en un único acto electoral al que tuviesen acceso todos los ciudadanos, sin necesidad de estar afiliados a una agrupación partidaria, se dirimieran las contiendas internas de los partidos políticos o de los frentes electorales conformados por ellos.
Se trató de una singular antesala de las elecciones generales para cargos ejecutivos y legislativos, tendiente a trasparentar las diferencias internas de las agrupaciones políticas, de modo que la gente, el “ciudadano de a pie”, tuviese participación en la selección de los aspirantes a cargos electivos.
Hay que destacar que el debut del nuevo sistema, en agosto de 2011, no fue un claro ejemplo de lo que se buscaba, puesto que los sectores políticos mayoritarios de entonces dispusieron de una sola propuesta cada uno, con lo cual las PASO se convirtieron en una especie de primera vuelta electoral.
Sin embargo, el mecanismo fue gozando de la confianza de la dirigencia y paulatinamente, a su vez, las provincias lo incorporaron a su sistema eleccionario. Mendoza es un uno de los casos.
Por otra parte, la exigencia de la obtención del 1,5% de los votos en las primarias nacionales para poder participar en las generales (en nuestra provincia se requiere el 3%), depuró la oferta electoral en las elecciones decisivas y amplió la voluntad frentista, o de formación de coaliciones.
Los movimientos previos al cierre de alianzas y listas para la convocatoria de este año generan en estos días un enorme revuelo entre dirigentes de algunos sectores partidarios mayoritarios.
Es el caso concreto de la principal coalición de la oposición a nivel nacional, donde se agudiza un debate alentado por quienes consideran que la presentación de varias listas de candidatos en las PASO, en especial en la Capital Federal y en la gravitante provincia de Buenos Aires, podría diluir las posibilidades de una performance electoral que garantice un equilibrio de fuerzas en el Congreso de la Nación en los próximos dos años.
En principio, ese temor no debería tener asidero si primase entre todos los dirigentes comprometidos con el proceso electoral en marcha un derrotero claro, para un objetivo de solidez institucional.
Pero también cabe apuntar que, si ese es el punto de coincidencia y a su vez de mayor preocupación, que no es menor, sin duda, lo demás se puede llegar a consensuar sin necesidad de una abundancia de listas con las que solamente se pretenda dilucidar rencillas o liderazgos internos sin sentido para el interés de la gente.
Las primarias también validan candidaturas sin necesidad de internas, pero allí se convierten en otra cosa, en una gran encuesta previa a la elección definitiva.
El descrédito de la clase política argentina sólo puede alimentarlo la propia dirigencia con sus errores.
La democracia para consolidarse siempre requiere de su profundización, y bien utilizadas las PASO marchan en esa dirección porque es mejor ordenar las fórmulas por voluntad popular que por el dedo dirigencial, pero a eso es precisamente a lo que le temen algunos políticos.