La historia de los mendocinos es rica en hechos que en su mayoría están olvidados de la memoria colectiva. Por ello, escribir sobre el impactante reloj que alguna vez se alzó en la vieja plaza Cobo, hoy plaza San Martín, es rescatar del tiempo una joya patrimonial que nos pertenece.
El reloj de cuatro esferas, instalado en una alta torre que se alzaba en el centro del paseo público, dio la hora con sonoras campanadas por algo más de veinte años, hasta 1902. Ese año, la torre fue demolida para darle lugar al monumento homenaje al general San Martín, inaugurado en 1904, mientras el reloj, era embalado a la espera de ser colocado en la nueva ubicación, la iglesia de San Francisco. Emprendimiento que nunca se realizó. Pasaron los años hasta que fue trasladado y colocado en el patio de la vieja escuela Patricias Mendocinas, donde cada transeúnte, podía observarlo a través del cierre perimetral y deleitarse escuchando las melodías que transmitía.
En los inicios de la década del ‘80, por la falta de mantenimiento y también desidia oficial, detuvo las agujas y sus sonoras campanadas enmudecieron. En la nueva y moderna escuela Patricias, el reloj quedó oculto con el diseño del cierre perimetral y hoy es imposible saber si la reliquia permanece en ese lugar y lo más importante, si está en funcionamiento. Tengo entendido que sigue en dicho establecimiento, a la espera de que alguien se compadezca y lo rescate.
Reflexionando, tal vez la persona indicada para esa tarea sería el intendente de la Capital de Mendoza, Ulpiano Suárez, quien creo tiene la valentía política y el compromiso ciudadano para liderar ese proyecto, además de contar con un valioso equipo de colaboradores que podrían liberar del ostracismo al bien patrimonial en cuestión, poniéndolo a disposición de los verdaderos dueños, los mendocinos. Una posibilidad es ubicarlo en un lugar custodiado que pueda ser visitado. Ese sitio podría ser la plaza Pedro del Castillo, también llamada Área Fundacional. Ojalá que esta propuesta sirva para que el viejo reloj recupere el orgullo perdido, que vuelva a marcar con exactitud la hora y que las ocho melodías musicales de sus campanas resuenen en los oídos de todos los que transitamos las calles de Mendoza.