Ni siquiera es que alguien esté aplicando el famoso consejo de “divide y reinarás”. En la Argentina se están dividiendo nomás, tanto los que están reinando como los que quieren impedir que el que reina reine. No es una estrategia política, sino una tara institucional. Simplemente Divididos, atomizados, como que cada vez existieran menos cuestiones en común entre los dirigentes políticos que hasta ayer formaban parte de un mismo espacio. Y eso ocurre en la Libertad Avanza, a la cual se le podría achacar que se divide por ser demasiado nueva, pero también en la UCR que es uno de los partidos más antiguos del país. O en el PRO. O en el PJ. Nadie se puede ver con nadie. Aquí nomás, en Mendoza, existen en este momento en la Cámara de Diputados, nueve bloques uninominales y esto parece que va por más. Cada legislador se siente el centro del mundo, aunque sea un mundo minúsculo desde el cual puede hacer poco y nada.
Pero junto a la dispersión generada por los que deciden separarse y armar rancho aparte, ahora también se está imponiendo la moda de las purgas, una práctica bien stalinista. Vale decir, la de que los bloques o los partidos echen, expulsen a los legisladores a los que consideren no cumplieron con la obediencia debida, por ejemplo, la de votar diferente a la mayoría de su sector algunas leyes. O por inconductas partidarias como hizo el oficialismo nacional con la diputada por Mendoza, Lourdes Arrieta. Pero junto a ella, que pareció haber hecho todo lo posible para que la sacaran del bloque, también echaron al senador Francisco Paoltroni simplemente por afirmar públicamente (y muy respetuosamente) que no cuenten con él para aprobar el pliego de juez supremo Ariel Lijo, lo mismo que piensa la vicepresidenta Victoria Villarruel y el ex presidente Mauricio Macri. Pero a estos dos últimos no los pueden echar y a Paoltroni sí. Decisión de un autoritarismo feroz, irrespetuoso total de las más mínimas normas de democracia intrapartidaria. Pero que algunos quieren utilizar como advertencia para que ningún otro saque los pies del plato. Infundir el terror para aplastar la disidencia interna en vez de librar el debate y aceptar las posiciones diferentes si no se pueden poner de acuerdo.
Podría ocurrir, como adelantamos recién, que por ser tan nuevitos los mileistas no tengan incorporado aún a su piel política el respeto por los pensamientos variados (basta sólo con ver cómo funcionan, y a cara descubierta, los trolls o guerrilleros mediáticos de Santiago Caputo, insultando y amenazando a propios y extraños con un lenguaje que roza la violencia física, casi siempre por el solo hecho de pensar distinto) pero los radicales deberían tenerlo de sobra por su trayectoria democrática secular. Sin embargo, allí andan suspendiendo correligionarios por haberse replanteado el voto y decidirlo finalmente a favor del gobierno en el famoso asunto del veto jubilatorio. Fueron más o menos una media docena los disidentes, o sea una parte menor del bloque de diputados. Mientras que, por el contrario, cuando se trató de aprobar la ley bases, en el Senado todo los radicales votaron a favor menos uno, nada menos que el presidente de la UCR nacional, Martín Lousteau, ese legendario ministro de Cristina, inventor de la aún más legendaria circular 125. Por lo cual uno bien podría decir que la culpa no es del chancho sino de quien le da de comer. Si la mayoría de los convencionales radicales eligen como mandamás de su partido a un personaje como Lousteau, que después no se quejen. Será por eso que no lo echaron cuando votó al revés que el resto de sus senadores. En cambio, la respuesta de los seguidores de Lousteau fue suspender sin contemplaciones a los diputados que votaron a favor del veto de Milei. Lo mismo que el escorpión con la rana. El bello narciso que navegó por todas las aguas de la política está haciendo lo que quiere con los radicales, que, al parecer, se están dejando hacer. Menos mal que, aunque un poco tarde, salieron a criticarlo dos pesos pesados del partido como el gobernador Alfredo Cornejo y el diputado Rodrigo de Loredo. Ahora la cuestión es saber quién en realidad manda dentro del radicalismo, que cada vez forma más parte del show de Divididos que está protagonizando prácticamente toda la política argentina. Tanto los de la casta como los que dicen que no lo son.
En el PRO las peleas son de tenor similar. Durante toda la campaña electoral casi lo único que se dedicaron a hacer sus candidatos presidenciales, Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta, fue incorporar las canciones del dúo Pimpinela al show de Divididos. Y a pesar de que eso fue un factor esencial que los condujo a una inesperada y estrepitosa derrota, parece que insisten. Sólo que ahora el dúo Pimpinela lo forman Patricia Bullrich y Mauricio Macri, mientras que Rodríguez Larreta anda queriendo ver si lo dejan participar a modo de trío, ahora que está formando su propia fuerza para dividir aún más las aguas atomizadas de la política sectaria que se impone cada vez más. Para agregarle algo de pimienta mendocina al show, ayer -para defender a Cornejo- se peleó la pato Bullrich con Omar De Marchi.
Ya hemos hablado muchas veces de Mendoza, donde salvo los peronistas (que también están divididos entre sí pero al ser hoy muy poquitos en relación a lo que supieron ser, no lo expresan públicamente en demasía, salvo con gestos simbólicos) prácticamente la totalidad del resto del arco político responden o simpatizan nacionalmente con Javier Milei, pero ninguno se saluda con el otro. Todos enojados con todos. Y cada vez más Divididos.
El partido político como estructura institucional donde los que tenían ideas similares se aglutinaban para competir juntos por el poder, ya no representa a nadie y ante la falta de cualquier otro tipo de argamasa que pueda reunificar a lo que se dispersó, las tendencias centrífugas no paran de crecer, con lo cual hemos pasado al defecto contrario al de aquel que existía cuando las mayorías absolutas constituían hegemonías que intentaban limitar todo lo posible la participación de las minorías. Ahora son todas minorías, con lo que nadie tiene el poder absoluto ni está cerca de lograrlo. Lo cual desde una perspectiva democrática estaría muy bien si se reemplazara el absolutismo por los acuerdos. Pero tampoco buscan demasiado los consensos las minorías que piensan parecido. Entonces, como los Divididos no se ponen de acuerdo entre sí en casi nada, no se puede hacer nada. Lo único que en todo caso los une es estar en contra de algo, particularmente del gobierno, de quien siempre es más fácil estar en contra. Entonces, a falta de la política del consenso, aparece la política del veto. Las mayorías Divididas se unen un instante para votar en contra del gobierno, y el gobierno construye apenas una minoría para vetar el voto en contra. Todo por la negativa, así será muy difícil construir algo nuevo en política. Sólo se incentivarán los rencores de todos contra todos y cada vez estarán más Divididos. Y eso no es culpa exclusiva de un sector de la política, ni oficialista ni opositores, sino de todos. Cambiar el consenso por el veto es pan para hoy pero hambre para mañana. Y cambiar la hegemonía por la atomización, nos llevará otra vez al mismo fracaso, aunque sea por otro camino. La música de Divididos desafina en política.
* El autor es sociólogo y periodista. clarosa@losandes.coma.r