‘’La guerra es un medio primitivo, salvaje y anticivilizado, cuya desaparición es el primer paso de la civilización en la organización interior de cada Estado’'. Juan Bautista Alberdi.
Leí de grande El Crimen de la Guerra, la obra póstuma de Juan Bautista Alberdi, estando en Argelia por cuestiones de trabajo. Muy al principio, Cap. II, creo recordar (III, tal vez) encontré ese pensamiento que me conmocionó por haberlo yo mismo citado innumerables veces, casi textualmente, sin haberlo leído del Tucumano Ilustre.
Mi frase era literariamente más simple y sin el valor técnico-jurídico de la original : ‘’La abolición de la guerra es el primer paso hacia la civilización’'.
Me desespera ver lo lejos que estamos no ya de la civilización sino de ese primer paso. Esta idea dio origen a otra muletilla que repito a menudo : ‘’Hemos puesto un pie en Marte pero conservamos el otro en las cavernas’'.
El principio parece simple, lo es, en plena verdad : ‘’Si elimino a mi enemigo, viviré en paz’'.
Esta idea es absurda, sin embargo parece ofrecer a la mente primitiva una solución tan sencilla y sobre todo tan permanente, que no puede menos que funcionar a la perfección.
Pero se trata de una falsa apariencia capaz de engañar y seducir solamente a seres primigenios sin vuelo intelectual alguno.
Además, ha sido rotunda y categóricamente desmentida por la evidencia empírica de siglos y siglos.
Tan antigua es esta idea que la primera noticia que tenemos de ella y de su estrepitoso fracaso es la historia de los hermanos Caín y Abel.
Desde entonces que no funciona. No se entiende que insistamos en ella.
Las ideas de Alberdi, una de ellas, pareció empezar a tomar forma en la ciudad de París en 1951, con la firma del tratado que dio origen a la Unión Europea del Carbón y del Acero.
Esta proeza diplomática, mérito de los franceses Robert Schuman y Jean Monnet, se gestó entre las ruinas aún humeantes de la Europa post Segunda Guerra Mundial y fue la base de sucesivos tratados que conformaron primero la Comunidad Económica Europea y finalmente la Unión Europea y su moneda única, el Euro.
El comercio reemplazando o, mejor, impidiendo la guerra es lo que predica aquél libro magnífico que acompañaba mis largas noches en la soledad de Argelia.
Hoy parece imposible que un país europeo intente invadir a otro vecino, como ocurrió a partir de 1939, pues no habría en principio quien financiara esa locura puesto que los países tienen intereses económicos cruzados e íntimamente ligados.
Como le oí decir una vez a un diplomático (lamento no recordar su nombre) : ‘’Déme Ud la caja y las armas que las maneje quien quiera. Yo decido sobre la guerra’'.
Sin embargo, estamos lejos de lograr lo que en mi concepto sería lo ideal, una Comunidad Económica Mundial, que nos brinde esa misma seguridad y que también impulse y facilite el intercambio cultural entre los pueblos, enriquecedora práctica que desde hace años se verifica en Europa.
Y también debemos reconocer que, tristemente, ni siquiera los países europeos ligados por los Criterios de Maastricht (origen del Euro) se encuentran totalmente inmunizados contra la maldición de la guerra.
Ese fantasma nefasto no deja de sobrevolar nuestras conciencias.
Entre otras cosas, porque quienes hoy manejan la caja y las armas son los mismos, de modo que la guerra ya no interrumpe los negocios sino que ella misma es un gran negocio. Destruir y reconstruir países es el inmenso doble negocio de quienes poseen todo el poder y lo deciden todo.
Tenemos dos guerras permanentemente en la TV (cada vez menos, pues ya no llaman la atención del público), en Ucrania y en Gaza, pero se hallan actualmente activos no menos de otros veinte conflictos de gran escala, algunos de larguísima data como los de Siria y Libia, otros enormes y devastadores como los de República Democrática del Congo y cantidad de rencillas menores con lamentables saldos de muertos, lisiados, familias destruidas y miseria generalizada.
Lo de Haití, por ejemplo, es peor que la más terrorífica historia de Alan Poe.
Y hay una cuestión que vale la pena analizar. El impresionante desarrollo industrial de la Postguerra Mundial nos llevó a una situación inédita. Efectivamente, por primera vez en toda la historia humana, incluyendo, obviamente, a la prehistoria, estamos en condiciones de producir más bienes de los que somos capaces de consumir. Que este estado de prosperidad y superabundancia no nos haya proporcionado la paz demuestra de manera categórica que el Cielo y el Infierno indubitablemente habitan el corazón del hombre.
Así, podremos conquistar Marte y tal vez otros planetas mucho más lejanos, pero mientras no conquistemos nuestro propio ser seguiremos anclados en las primitivas cavernas.
Quiera Dios que algún día sepamos enfocar el objetivo de la única conquista necesaria : Nosotros mismos.
Paz y Bien ✌
El autor es un ingeniero argentino radicado en Canadá.