El triunfo del dogma sobre la compasión

Las aperturas y flexibilidades de Francisco llegan hasta la suavización del trato a los divorciados y a los homosexuales. Ahora bien, en cuestiones como eutanasia y gestación subrogada, sorprende la negativa a una posición más generosa y compasiva.

El triunfo del dogma sobre la compasión

Los pronunciamientos de la iglesia a través de sus encíclicas, cartas apostólicas y demás documentos eclesiásticos tienen la virtud de generar debates que ponen al ser humano de este tiempo, siempre atrapado en mundanidades, ante la dimensión filosófica de la existencia.

Dignidad Infinita, el último documento realizado por el Dicasterio para la Doctrina de la Fe y aprobado por el Papa Francisco, no es una excepción. El acuerdo, dentro del campo religioso y también en el terreno de la secularidad, es prácticamente total en cuestiones como las condenas a la pobreza, las discriminaciones, los feminicidios, el maltrato a los inmigrantes, la trata de seres humanos y las guerras. Pero en temas como maternidad subrogada (alquiler de vientres), eutanasia, teoría de género, aborto y cambio de sexo, entre otros, dividen aguas y generan cuestionamientos y resistencias.

El Dicasterio para la Doctrina de la Fe, anteriormente llamado Congregación para la Doctrina de la Fe y, en su origen, fue la Sagrada Congregación de la Romana y Universal Inquisición, o simplemente “Santa Inquisición”, emitió el documento que ratifica de manera contundente posiciones tradicionales de la iglesia.

La aprobación del Papa reafirma que en las cuestiones de fondo, Francisco sigue siendo un conservador en el campo teológico. Esa era la posición del cardenal Jorge Bergoglio, quien desde sacerdote en el llano abrazó una iglesia cercana a los pobres, sin llegar ni a la Teología de la Liberación, que tenía exponentes notables como Leonardo Boff y monseñor Helder Cámara; ni a las corrientes teológicas vanguardistas con las que sacudían los cimientos del dogma teólogos como Henry de Lubac, Michael Schmaus, Hans Küng y Karl Rahner, entre otros.

Las aperturas y flexibilidades de Francisco llegan hasta la suavización del trato a los divorciados y a los homosexuales. Una posición más humana y lógica. Allí aparece en el Papa una iglesia que no condena ni anatemiza, aunque tampoco acepta.

Ahora bien, en cuestiones como eutanasia y gestación subrogada, sorprende la negativa a una posición más generosa y compasiva. El fin del dolor y el sufrimiento que puede conceder la eutanasia, así como la alegría de la maternidad que puede conceder el avance de la ciencia gracias a la evolución de ese rasgo de la naturaleza humana que es la inteligencia, deberían tener prioridad sobre los dogmas.

En Dignidad Infinita, virtudes como la compasión y la empatía perdieron la batalla contra el Dogma. Los dos primeros casos son reveladores de un déficit de compasión y empatía para acompañar a las personas, ayudarlas a una vida más amable y aliviarlas de padecimientos con una muerte compasiva. El avance de la ciencia médica permite que una mujer impedida de incubar un hijo en su propio vientre, pueda hacerlo en el vientre de otra mujer. Pero el recio documento eclesiástico sentencia que eso “es una violación de la dignidad de la mujer y del niño”.

¿Por qué sería una aberración tan grave? La respuesta de la iglesia es que Dios ha creado el cuerpo humano y respetar esa creación implica que los hijos deben ser gestados en los vientres de sus madres; ergo, “esa es la voluntad de Dios”. Y si tiene que responder por qué establece que esa es la voluntad de Dios, aparecerá la palabra Fe, o sea, irrumpe el dogma.

En rigor, dado que la inteligencia es una propiedad de la naturaleza humana y, en la mirada religiosa, la naturaleza humana es de origen divino, se podría rebatir, sin salirse del marco teológico, lo que sentencia Dignidad Infinita. En definitiva, la maternidad subrogada es una oportunidad que los avances de la medicina, merced a la evolución de la inteligencia humana, dan a las mujeres que no pueden incubar a sus hijos en sus propios vientres.

Sin salir de la mirada religiosa, es posible afirmar que si los avances de la medicina son productos de la inteligencia humana, y si la inteligencia es un don concedido por Dios, no hay por qué considerar la maternidad subrogada como algo “deplorable…que ofende gravemente la dignidad de la mujer y del niño”. Hacerlo implica, por lógica extensión, condenar como ofensa a la dignidad humana, por ejemplo, el trasplante de corazón y de cualquier otro órgano vital, dado que la voluntad de Dios sería que cada persona viva exclusivamente con los órganos con que nació. Por lo tanto, el trasplante de corazón que en 1967 realizó Christian Barnard en Ciudad del Cabo, salvando a un sudafricano de morir por esclerosis cardíaca, sería la primer “violación médica de la dignidad humana”.

Por el mismo axioma, dar alivio mediante la eutanasia de sus padecimientos a una persona sin esperanzas de vida, es una injerencia herética. Otro de los puntos que hace visible la victoria del dogma sobre la compasión y la generosidad.

* El autor es politólogo y periodista.

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