“Entre mi madre y la Justicia elijo a mi madre”
(Albert Camus)
Es necesario aclarar la circunstancia en la que Camus dijo la frase que está en el epígrafe de esta opinión. El escritor argelino había ganado el Premio Nobel de Literatura en 1957 y estando aun en Suecia en conferencia de prensa, periodistas cercanos al Movimiento de Liberación Nacional de Argelia, le reprochan su actitud neutral o de no apoyo a la causa para liberar a Argelia del yugo de francés. Camus, que en realidad sí apoyaba la liberación y estaba totalmente en contra de toda clase de colonialismo, nunca aceptó los métodos violentos del terrorismo argelino y les expresa a viva voz: “En este momento se arrojan bombas contra los tranvías en Argel. Mi madre suele andar en esos tranvías. Si eso es la justicia, elijo a mi madre”. Otro pensador, José Ortega y Gasset, al estallar la Guerra Civil española en 1936, se refugió en Francia y no tomó partido por ninguna de las dos facciones en pugna.
Parece exagerado comparar la instancia electoral argentina con la acción de terroristas o con las penurias de una guerra civil y tal vez sí que sea exagerado. Pero por lo menos la comparación me invita a pensar: ¿Cuestionaremos a Camus o a Ortega por no elegir alguno de los dos bandos?
No puedo votar a quien nos ha puesto en los límites de una hiperinflación, o a quien nos deja un 40% de pobres que apenas tienen para comer. No puedo votar a quien representa el populismo que lo destruyó todo y que viene recostándose en un capitalismo de amigos, que apaña a delincuentes o que está dispuesto a cambiar la justicia para que no juzguen a sus socios. No puedo votar a quien representa los escupitajos en carteles con los nombres y los rostros de periodistas y opositores que “Madres” organizó en Plaza de Mayo, ni a quien hizo la vista gorda a los bloqueos de Camioneros a los medios gráficos que eran críticos del kirchnerismo. No votaré a quien nos ha mentido tanto y tanto en nuestra propia cara. No votaré el sistema de corrupción representado por el candidato de Unión por la Patria. Tampoco lo haré por el de La Libertad Avanza, que quiere suprimir derechos y mira a la vida solamente desde las leyes que predica el mercado. No votaré por quien insulta al que piensa diferente y que con una motosierra pretende romperlo todo, incluida la educación y la salud públicas. Este candidato -el de la motosierra- promete palos a los que se manifiesten en la calle de un modo como a él no le gusta, pero resulta que mi hija mayor, que es militante del feminismo, suele y le gusta acudir a marchas para reclamar por sus derechos. Como a Camus, me surge un interrogante, aún cuando yo mismo pueda coincidir con dos o tres postulados menores del candidato extremoliberal: ¿Cómo podría yo votar a quien tal vez un día mate a mi hija con un palo represor? Entonces diré: “Entre esa libertad y mi hija, elijo a mi hija”.
Suele escucharse la falacia en las tertulias post electorales de redes y cafés, de que el voto en blanco favorece al candidato más votado. Lo peor que he escuchado decir es que se trata de un voto antidemocrático, o que es un voto apátrida. Tanto se ha puesto la tinta en este asunto que muchos se flagelan con golpes en el pecho, si no estarán –al votar en blanco- teniendo una conducta que se esconde en el anonimato y en el desinterés por el país y que todo le resbala como si nada. Otros dicen que se trata de un voto perdido.
¿Por qué estaría mal hacer militancia por el voto en blanco? ¿Desde cuándo estamos obligados a elegir entre ingerir una pastilla de cianuro o comer veneno para ratas? ¡Por qué deberíamos elegir entre las heces de caballo y las heces de vaca, cuando incluso habría que abogar para que el voto deje de ser obligatorio! Además, debe entenderse muy bien, en una elección de balotaje, el voto en blanco no favorece a ningún candidato.
El voto en blanco se produce cuando no se pone nada en el sobre firmado por las autoridades de mesa o cuando se pone un papel blanco. Ahora hablemos del blanco. Es el color de la pureza. Lo usan los jefes religiosos de todas las religiones del mundo, lo usa la novia para llegar al altar. Es el color más buscado en la paleta del artista. Es la perfección, simboliza limpieza, candidez, reflexión, apertura, crecimiento, creatividad y paz. Pero el blanco en política y transformado en voto, también nos dice algo. Es hastío, rebeldía, hartazgo y es una sanción directa y explícita. Es la manera legítima por excelencia que tenemos en el sistema democrático para decir que no estamos de acuerdo con ningún candidato. Tal vez el voto en blanco sea todo un grito de libertad, de sensatez y de verdadero cambio.
Cuando alguien cuestione este voto y evoque al Dante Alighieri diciendo que a los neutrales o tibios les corresponde el peor de los infiernos, hay que responderle con las palabras y la actitud inteligentes de Albert Camus y de José Ortega y Gasset.