No sé quién lo dijo, pero la reflexión no es mía: Es fácil elegir entre el bien y el mal; lo difícil es elegir entre el bien y el bien.
Hoy encontramos que ese dilema se plantea con respecto a la ley que el Congreso Nacional ha aprobado respecto a la movilidad de las jubilaciones, y que el Poder Ejecutivo ha vetado.
Creo que nadie se opone a que los jubilados ganen lo suficiente para afrontar los años que vienen después de su trabajo. No hay dudas que incrementar sus remuneraciones forma parte de lo que podemos denominar “bien”. Si usamos anteojeras, habría que concluir que Milei -si veta la ley- persigue el “mal”. Pero es una falsa dicotomía. Cada uno de ellos cree que lucha por lo que considera el bien común.
En rigor, nos encontramos con lo que plantea la definición más sencilla de la palabra economía: se trata de atender necesidades ilimitadas con recursos escasos o limitados. Toca elegir entre dificultar la meta de déficit cero (que permitiría eliminar la inflación), o disminuir subsidios, o aumentar impuestos, o eliminar la obra pública, o negar aumentos de sueldos de docentes, policías, médicos y empleados públicos, o congelar los fondos dedicados a educación, salud, etc. o aumentar las pensiones y jubilaciones. La lista puede seguir, por supuesto.
Resulta llamativo escuchar los discursos y argumentos de los legisladores. Todos dicen buscar el bien común, pero al momento de votar lo hacen por la afirmativa, por la negativa o se abstienen. Queda en evidencia que creen que hay múltiples caminos para hacer el bien. Probablemente esta falta de coincidencias, la carencia de un único rumbo, se agudiza por la falta de líderes que aglutinen posiciones. En este marco líquido es que empiezan a actuar los diferentes grupos: gobernadores, sindicalistas, fracciones de partidos políticos, camarillas internas del Poder Ejecutivo, y otros grupos de presión o con capacidad de lobby. O, finalmente y lo que es peor, la falta de liderazgo de los dirigentes se mitiga con las encuestas. Nuestros representantes actúan en función de lo que las estadísticas muestran, para no perder votos. Y esa decisión surge, entonces, de un comportamiento anónimo y masivo, formado por individuos del llano, que opinamos sin tener información y formación suficientes. No se pueden esperar buenos resultados con estos ingredientes.
Qué difícil debe resultar tomar este tipo de decisiones a quienes les toca gobernar. Sin perjuicio de lo que cada dirigente piense, (dando por supuesto que renunciarán a imponer la medida que más le convenga como individuo), lo importante sería que el camino a seguir se pueda acordar entre los diferentes partidos o defensores de ideologías contrapuestas. Tal vez resulte utópico este planteo, porque implica dejar de lado la grieta, los insultos, los egos y ambiciones personales, pero es lo que Argentina necesita. Y lo requiere imperiosa e inmediatamente. El primer paso es recuperar un valor en desuso: el respeto. Entre poderes del Estado, entre bloques y, sobre todo, respeto a todos nosotros, los que los votamos. Ojalá.
* El autor es Contador Público Nacional.