Hoy vamos a reflexionar sobre los términos que podemos utilizar cuando estamos tristes. El primer vocablo que evocamos es “tristeza” y su adjetivo correspondiente, “triste”: el diccionario da una definición descriptiva pues nos indica que es el “estado de ánimo que se caracteriza por un sentimiento de dolor o desilusión que incita a llanto”. De “triste” se señalan sus sinónimos: “afligido, apesadumbrado”. Estos caracteres son pasajeros: “Su rostro indicaba que se hallaba triste”. Sin embargo, si se lo atribuye al carácter o genio melancólico, puede denotar una cualidad permanente: “”Es una persona triste”.
Hay un tipo de tristeza, la “melancolía” o “tristeza vaga, profunda, sosegada y permanente, nacida de causas físicas o morales, que hace que quien la padece no encuentre gusto ni diversión en nada”. Es este vocablo indicador de un sentimiento negativo más profundo: “La melancolía impregna su vida y la tiñe de pesimismo”.
Una palabra que no se oye demasiado es “murria”, de origen incierto y que aparece como adjetivo, con formas masculina y femenina. Según el diccionario, se usa coloquialmente y señala una especie de tristeza y cargazón de cabeza que hace andar cabizbajo y melancólico a quien la padece: “Andaba murria por tantas circunstancias negativas”. Del gallego portugués, nos llega “morriña” que, en el coloquio, designa un tipo especial de tristeza o melancolía, especialmente la nostalgia de la tierra natal: “En un país extraño, la morriña nos gana el ánimo”.
Precisamente, la palabra “nostalgia” alude a un tipo especial de tristeza. Si la analizamos desde su etimología griega, vemos dos partes: “nostós” (“ausencia”) y “algia” (“dolor”). Por eso se la define como “pena de verse ausente de la patria o de los deudos o amigos”; también es la “tristeza melancólica originada por el recuerdo de una dicha perdida”: “Evoco con nostalgia su dulzura, su cariño, su sentido de protección”.
Hay otros dos vocablos emparentados: “pesar” y “pesadumbre”. El primero posee varias acepciones, pero la que lo vincula con el tema que nos ocupa es “sentimiento o dolor interior , que molesta y fatiga el ánimo”: “¡Cuánto pesar evidenciaban sus palabras!”; en cuanto a “pesadumbre”, es más amplio su significado pues abarca “molestia, desazón, padecimiento físico o moral”: “Se respiraba allí una gran pesadumbre por los acontecimientos recientes”. En una gradación de sentimientos negativos, parece ser más profunda la “pena” o “sentimiento grande de tristeza”: “La pena me agobia”. Similar es el concepto de “dolor”, por el que se entiende “sentimiento de pena y congoja”: “Su llanto evidenciaba gran dolor”.
Del catalán “congoixa”, nos llega “congoja” que es “desmayo, aflicción y angustia del ánimo”; de allí “acongojar”, sinónimo de “entristecer, afligir”: “Tantas desgracias me acongojan” . Hallamos también “aflicción”: su significado proviene del verbo “afligir”, uno de cuyos valores es “causar tristeza o angustia moral”: “La aflicción que experimentaba quedaba patente en su rostro tan demacrado”.
Raíz griega encontramos para “agonía” (“lucha, combate”). La primera acepción del término es la angustia y congoja del moribundo, en el estado que precede a la muerte. Pero, además, es una pena o aflicción extremada: “Vivimos momentos de agonía cuando quedamos a merced de los ladrones”. Otra acepción indica también la angustia o congoja provocadas por conflictos espirituales: “La pérdida del cónyuge la sumió en una larga agonía”. Hemos mencionado también el término “angustia”: derivado del latín, el vocablo indicaba “angostura, dificultad”. Ahora lo usamos como sinónimo de aflicción y ansiedad: “Su angustia por la situación económica lo llevó a tomar resoluciones inapropiadas”.
Completa el panorama el vocablo “desconsuelo”; si “consuelo” es el “descanso de la pena que oprime el ánimo”, precisamente, lo contrario es el “desconsuelo” o angustia y aflicción profunda que se experimentan cuando no hay consuelo.
Otro vocablo vinculado a la tristeza es la palabra “luto”: de raigambre latina, el origen se encuentra en el verbo “lugere”, que significaba “lamentarse, llorar por la muerte de alguien”. Podemos advertir que el término se relaciona tanto con el signo exterior de pena como con el estado anímico de dolor y pena. De allí se genera la expresión “ir de luto”, que significa “vestir de negro, como expresión de dolor, por la muerte de alguien”. De la misma raíz latina “lugere” y relacionado con “luto”, se da el adjetivo ‘lúgubre”, cuyo valor es “sombrío, profundamente triste”: “Manifestaba su pena, en su vestimenta de luto y en su lúgubre aspecto”. También, “luctuoso”, definido como “fúnebre y digno de llanto”.
Dentro de este grupo de términos relacionados con la tristeza, encontramos dos adjetivos más: “tétrico” indica también “triste, demasiado serio, grave y melancólico”; se vincula posiblemente con el adjetivo latino “taeter”, cuyo valor era “escalofriante, que causa rechazo o disgusto”. Existe otro sustantivo no muy usado cotidianamente: “quebranto”, que es, por un lado, “pérdida o daño grandes” y, por otro, “aflicción, dolor o pena grande”: “Lo vi destruido por el quebranto”. También el sustantivo “quebranto” puede referirse a la pérdida de fe: “Hay que salir del quebranto y recobrar la esperanza”. En el ámbito económico, “quebranto” es equivalente a una quiebra comercial o financiera.
Tampoco empleamos demasiado el sustantivo “taciturnidad”, que se forma a partir de “taciturno” (“apesadumbrado, callado, silencioso”). Los dos vocablos quedan explicados por su vinculación con el verbo latino “tacere”, que significaba “guardar silencio”.
Por último, otro vocablo ligado a la tristeza es “duelo”, del latín tardío “dolus” (dolor) y definido como “lástima, aflicción o sentimiento”: “El local permanece cerrado por duelo”.
Cerramos esta nota con una curiosidad literaria: en la obra máxima cervantina, aparece la expresión “duelos y quebrantos”. Ella no está referida a la tristeza, todo lo contrario. Es una comida, plato tradicional de la gastronomía manchega, formada por huevo revuelto, chorizo y tocino de cerdo. Así, al describir Cervantes la comida de don Quijote dice: “... una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes...”.
* La autora es profesora Consulta de la UNCuyo.