Leía, hace poco, pensamientos de Charles Baudelaire, extraídos de su obra poética. Uno de ellos me impactó porque dice así: “El odio es un borracho al fondo de una taberna, que constantemente renueva su sed con la bebida”. Esta comparación con la borrachera y la sed constantes me llevó a buscar cómo, en nuestro español, tenemos una serie de vocablos para denotar este sentimiento que, según la definición del diccionario académico, no es más que la “antipatía y aversión hacia algo o hacia alguien cuyo mal se desea”. Encontramos que, a partir de una base común, hay una serie de términos y expresiones con una gradación semántica de unos respecto de la noción encerrada en otros; en primer lugar, hallamos “aborrecimiento” y “aborrecer”; estos términos, encontrados en el latín tardío, bajo la forma “abhorrescere”, encierran en su núcleo significativo el verbo “horrere”, que se traduce como “sentir horror, estar tieso o erizado”; además, poseen al comienzo el prefijo y preposición “ab”, que dan idea de separación; por eso, etimológicamente, “aborrecer” era “apartarse de algo con horror”. Para los hablantes actuales, quien aborrece algo o a alguien siente aversión hacia ellos. Además, si el vocablo se refiere a las aves o a otros animales, se indica que ellos abandonan el huevo o las crías. Vemos cómo, en un mismo término, se mezclan aversión y crueldad; el vocablo resulta, entonces, más intenso que “odio”. Se vinculan a “aborrecer” dos adjetivos, con diferencias en su valor significativo: uno, pasivo, es “aborrecible”, equivalente a “digno de ser aborrecido”, como Resulta aborrecible su discurso. El otro “aborrecedor”, activo, se dirá del sujeto capaz de aborrecer: Es un funcionario aborrecedor que solamente sabe acentuar diferencias.
También implica idea de separación y alejamiento el verbo “detestar”, cuyos étimos nos arrojan dos partes: por un lado, nuevamente una preposición y prefijo, en este caso “de”, aporta la idea de separación y descenso; por otro, la base “testar” proviene del verbo latino “testari”, traducido como “atestiguar, aportar algo como testimonio”; entonces, si vamos a la forma original “detestari”, observamos que era “apartar algo o a alguien, tomando a los dioses como testigos; rechazarlo, apartarlo con imprecaciones, maldecirlo”. Por ello, la actual definición recoge esos valores y nos dice “condenar y maldecir a alguien o algo, tomando al cielo por testigo”. De este modo, si bien en el fondo significativo está incluido el concepto de “odio”, se puede observar un matiz diferente por la inclusión de un factor diferente, como son las maldiciones y la intervención divina. El adjetivo vinculado a “detestar” es “detestable”, que se define como “abominable, execrable, aborrecible, pésimo”: Me parece detestable su actitud.
Al lado de estos términos que indican odio, se encuentra el verbo “execrar”: otra vez, junto a la noción de aversión, se dan las ideas de separación y de lo sagrado, presentes la primera en el prefijo y preposición “ex” y la segunda, en la base “sacer”, equivalente a “sagrado”; por ello, “exsecrari” se definía como “condenar, maldecir, sacar de lo sagrado”. Estas nociones se replican en el valor que tiene el español “execrar”, como “maldecir con autoridad sacerdotal o en nombre de cosas sagradas”; también, “vituperar y reprobar severamente; tener aversión”: Su discurso resultó execrable.
Se vincula a este verbo, el sustantivo “execración” que nos lleva, más allá del ámbito de los sentimientos, a la noción de “pérdida del carácter sagrado de un lugar, sea por profanación, sea por accidente; también, en lo retórico, encierra el concepto de “conjunto de palabras o fórmula con el objetivo de causar un daño grave”; son ejemplos de execración las formas “Maldita la hora en que decidí hacer esto”; “Que lo parta un rayo por este hecho”; “Por los clavos de Cristo, que me trague la tierra si no vuelvo a verte”.
El sentimiento de odio se vincula, las más de las veces, al resentimiento y al rencor, al furor y al enojo ciegos; dan cuenta de ello dos palabras: “saña” y “encono”. “En el ataque, se evidenció su saña”. “Los dos sectores demostraron su encono”. Otro tanto ocurre con “animadversión” y “hostilidad”, conceptos que encierran la idea de enemistad: “Los comentarios de los contrincantes evidenciaban animadversión y hostilidad”.
El odio puede también manifestarse con varias expresiones con el verbo “tener”: “tener aversión”; “tener tirria”, “tener ojeriza”; “tener mala voluntad”; “tener entre ojos”. En el primer caso, el odio se manifiesta como “rechazo o repugnancia frente a alguien o algo”: “Siento aversión hacia la mentira y la corrupción”. En cuanto a “tirria”, es una palabra de origen onomatopéyico; según el prestigioso Joan Corominas, provendría de la interjección “trr”, que se asociaba con el rechinar los dientes por rabia o despecho.
El vocablo “ojeriza”, asociado a los ojos y las ojeras, indica el enojo y la mala voluntad que se muestra contra alguien; es equivalente al sustantivo “inquina”, cuyo significado de odio se relaciona con el verbo latino “inquinare”, que tenía un valor físico pues equivalía a “ensuciar, enfangar, tanto en sentido físico como moral”: “Siento que me tiene ojeriza e inquina, quizás por celos”.
Para entender al significado de “tener mala voluntad”, debemos encontrar que la expresión “mala voluntad” es la disposición de una persona a no hacer el bien: “No puede disimular que le tiene mala voluntad”. Equivalen a esa locución los vocablos “malquerencia” y “animosidad”, definibles ambos como “hostilidad y antipatía”: “No pueden disimular la malquerencia y animosidad contra los contrincantes”.
Similar definición hallamos para la frase “tener entre ojos” o su equivalente “traer a alguien entre ojos” pues nos dice el diccionario “aborrecerlo, tenerle mala voluntad”: “¡Pobre Rodolfo, su jefe lo trae entre ojos!”.
Terminamos con una reflexión etimológica: siempre vinculamos el odio al enojo, sin saber que, en realidad, este segundo término ya encierra originariamente, en su núcleo, al primero. En efecto, en latín “inodium” se vinculaba al verbo “inodiare”, que evolucionó el español “enojar” y que era equivalente a “causar odio, aborrecimiento”. Era el producto de haber fusionado las palabras “in odio esse” (“estar en el odio”).
* La autora es profesora consulta de la UNCuyo.