“Vamos a los barrios y lo que sentimos no es rechazo, no hay enojo contra nosotros, simplemente no les interesa lo que vamos a contar y siguen haciendo la suya”. El relato es de un dirigente peronista que aún no sabe cómo va a traducirse en las urnas esa indiferencia de los mendocinos, que es la misma que se percibe en el resto del país.
En el radicalismo registran lo mismo y amparándose en ese “clima de época” explican las escasas recorridas de sus candidatos en el último mes: “No hay mucho margen para una campaña tradicional. La preocupación por el Covid y la economía mandan. Allí hay que buscar las razones de la apatía”.
En una semana, los argentinos votaremos en un ambiente enrarecido, marcado por la “inestabilidad emocional” de la ciudadanía, como define una persona que hace años explora los estados de ánimo a través de sus encuestas. No hay bronca ni expectativas en la sociedad. Manda el desánimo. Ninguna de las opciones parece generar esperanzas, menos aún enamorar.
Las primarias suelen despertar poca pasión, es cierto. Más si son legislativas. Pero esta vez los encuestadores detectan más desinterés que de costumbre. No es para menos. Los dos espacios principales que compiten expresan grandes decepciones.
Uno carga con el presente sombrío generado por la gestión de Alberto Fernández y sus yerros; el otro, con el recuerdo todavía fresco del mal gobierno de Mauricio Macri.
Con ese peso, en Mendoza hay un par de certezas: la coalición liderada por el radicalismo ganará y el frente encabezado por el peronismo será el segundo. Pero fuera de eso, todo está por verse, desde el porcentaje que obtendrá cada uno a cuántos irán a votar y hasta si el voto en blanco vencerá al nutrido pelotón que pelea por ser la tercera fuerza provincial.
Esa incertidumbre, generada por el clima social, ha hecho que muchas consultoras esta vez prefieran no divulgar sus datos. Así lo decidió Reale Dalla Torre, que trabaja en varias provincias, además de Mendoza, y siempre difundió sus resultados.
La apatía, temen, puede hacer que alguien cambie su voto al entrar al cuarto oscuro o que el domingo próximo, cuando se levante, decida directamente no ir a votar. En este contexto, el voto en blanco y el ausentismo se perfilan como las marcas de estas primarias.
El antecedente inmediato de una PASO legislativa de medio término muestra una alta participación. En 2017 concurrió a votar el 78,7% del padrón, con 4,2% de votos blancos y 2,9% nulos. En la general, subió un par de puntos la asistencia. Pero esa era la “vieja normalidad”, preCovid.
El ejemplo de Chile asusta. Claro, allí el voto es voluntario, pero tan solo un año y medio después de las masivas protestas que acorralaron al gobierno de Piñera pidiendo un cambio e incluso su renuncia, apenas fue a votar a las primarias presidenciales el 20% del padrón. Ellos definieron a los candidatos de cada frente. El resto de los chilenos se transformaron en espectadores desinteresados de una contienda clave para el futuro.
Martha Reale, de Reale Dalla Torre, argumenta que esos fenómenos ocurren cuando la gente entiende que su voto no modifica la realidad. Desencanto puro con la política.
Un dirigente de la izquierda, que confirma el “clima enrarecido” de esta elección, aporta otra mirada y dice que en la Argentina nunca se salta al vacío porque siempre aparecen opciones electorales para contener a los descontentos con el sistema.
“Las expresiones de protesta de los movimientos sociales tienen vasos vinculantes con agrupaciones partidarias, a diferencia de Chile, donde hubo un movimiento amorfo que no encontró un canal electoral para encauzarse”, analizó el militante.
Pero Reale introduce otro elemento: ese canal del descontento que solían ser las terceras fuerzas en Mendoza desde 2001, ahora parece pulverizado y según la encuestadora esta nueva realidad tiene un culpable: José Luis Ramón. “A partir de la experiencia de Protectora, hay un prejuicio de la ciudadanía hacia los que emergen de la nada”, argumentó.
Ramón supo capitalizar como pocos el descontento con los partidos grandes en 2017, pero se alió al PJ y terminó desdibujado. Tanto que, según los números que circulan, su aporte a las listas del peronismo es nulo.
Números puestos
La alianza gobernante liderada por el radicalismo llega a este momento tras una campaña austera en esfuerzos: pocas recorridas, escasas apariciones de los candidatos juntos, los intendentes recluidos en sus territorios y un solo spot (a veces más largo, a veces más corto) con la idea fuerza de “Aquí está Mendoza”.
Igual, les alcanza: todas las encuestas que han circulado en los últimos días, muchas de ellas sólo contadas pero nunca mostradas, coinciden en que el oficialismo provincial volverá a ganar cómodamente, como lo viene haciendo desde 2013. “La campaña es la gestión”, resumió un intendente, que prometió más despliegue para la previa de la elección general.
Recién este fin de semana, Alfredo Cornejo y Julio Cobos, cabezas de las listas de senadores y diputados nacionales, se mostrarán juntos en una gira que empezará a recorrer la provincia de sur a norte, ya un clásico de los cierres radicales. Hasta ahora, casi no habían coincidido.
Un dirigente radical que los conoce muy bien apunta a las diferencias entre ambos de los últimos años como la razón de sus caminos divergentes. Pero más allá de esos cortocircuitos, hubo un conflicto que atravesó toda la campaña oficialista: la candidatura a senador suplente del gobernador, Rodolfo Suárez.
Las distintas instancias del planteo judicial que hizo Vamos Mendocinos, la alianza liderada por el Partido Demócrata, han mantenido en la agenda una postulación que muchos dentro de la UCR cuestionan y que incluso Cornejo catalogó de innecesaria, aunque antes se había mostrado como el impulsor.
La inclusión en la lista fue una exigencia de Suárez y tiene un solo objetivo: ser también dueño del triunfo y así conservar poder el día después de la elección, cuando se empezará a discutir su sucesión. El Gobernador quiere tener voz y voto en esa decisión, aunque a priori carezca de un candidato propio para proponer.
El peronismo, en cambio, como todo retador que sabe tiene todas las de perder y teme una paliza, estuvo obligado a mostrarse más, a proponer y, con ello, también a correr el riesgo de equivocarse. “Si hacíamos una campaña tranqui, estábamos condenados”, se sinceró uno de los estrategas.
De aquel inicio donde la vida era un carnaval, que debieron borrar por la aparición de la foto del cumpleaños de la primera dama en plena cuarentena, pasaron hace unos días a lo más parecido a una autocrítica que ha hecho el kirchnerismo. Lo que Anabel Fernández Sagasti y Adolfo Bermejo dicen en el último spot no es más que una síntesis de los reclamos que escucharon en sus caminatas.
Paradojas de la política, el radicalismo dice no haber medido el impacto de la cuestionada postulación de Suárez, aunque creen que no sumó ni restó porque “no es un tema popular”. El peronismo sí preguntó, obviamente, y afirma que cosecha más rechazos (38%) que apoyos (28%).
En cambio, el oficialismo local sí interrogó sobre el llamado “Olivosgate” y asegura que el Frente de Todos perdió por esa foto 2,5 puntos en intención de voto. El PJ, extrañamente, no se tomó el trabajo de escudriñar entre los votantes cómo cayó ese festejo en la residencia presidencial cuando nadie podía reunirse. Será porque no duda de la enorme inserción popular que tuvo.
Como siempre, cada uno dice lo que le conviene. Otra razón para el voto “no me importa”.