Un conocido poema de Amado Nervo comienza con este verso: “Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, vida…”
La idea de estar en el ocaso de la vida provoca una de dos reacciones muy diferentes según cada persona. Aquí se cumple ese sabio refrán que repetían nuestros padres y abuelos de que “todo es de acuerdo al color del cristal con que se mira.” El cristal, en este caso, son las programaciones psíquicas que cada quien manifiesta. Porque frente a un mismo acontecimiento, hay quien lo concibe como un desastre terrible y otro cual brillante oportunidad de crecimiento.
En algunos, el sólo pensar en ello remite al sentimiento de una muerte cercana que genera pánico y que, por lo tanto, lo mejor es no pensar “en eso.” Mejor engañarse percibiéndose eterno, inmortal; aunque uno tenga la certeza evidente de que no es así. Y que – al menos estadísticamente – el momento de desencarnar está más cerca de cuándo se era adolescente, joven o reciente adulto.
Este mecanismo neurótico de negación –tan habitual, dicho sea de paso– no hace otra cosa que acrecentar angustia, frustración y dilapidar el tiempo, que es el valor más preciado con que contamos. Buscando evitar el fin, lo que se consigue es hallarlo más pronto.
Pero hay otra manera de responder al hecho concreto de haber ingresado “en el ocaso de la vida.” Es lo que hace quien practica el pensamiento racional reflexivo positivo creativo. Ante esta situación, la persona lo primero que decide hacer es una clara planificación de su tiempo. Cada jornada debe ser plena, útil, valiosa… entendiendo por esto a los intereses y necesidades de cada quien. La cuestión es no malgastar ni un minuto en asuntos que no lleven a la concreción de lo planificado.
¿En qué va a utilizar los días alguien así? Pues no en otra cosa que en llevar a cabo los deseos positivos de vida aún no realizados. Aquellas cuestiones que uno anhela pero que fueron siendo pospuestas para algún momento futuro que –claro está– nunca llegó ya que para que “las condiciones estén dadas” (frase usual para justificar la falta de decisión) quien debe generarlas es uno mismo.
Tomemos el ejemplo del eximio creador Lalo Schifrin (único argentino con una Estrella en el Paseo de la fama de Hollywood, ganador de cuatro premios Grammy y con un Oscar Honorífico) quien cumplirá 90 años de edad cronológica el venidero 21 de junio, continúa dedicando unas seis horas diarias en el trabajo de componer nuevos temas musicales que siguen solicitándole. Eso sí, al lado de su estudio cuenta con un gimnasio donde se ejercita a diario.
William Alan Shatner, el conocido capitán Kirk de la serie televisiva Viaje a las Estrellas, cumplió 90 años cronológicos el pasado 22 de marzo. Sorprendió hace poco más de un mes, mostrando una lucidez a toda prueba y memoria implacable para recordar hechos históricos de los más diversos, en un zoom que protagonizó para el estreno de la nueva serie “Inexplicable” que está emitiendo History Lat. Preguntado al respecto señaló que sigue leyendo, estudiando, interesándose por la actualidad y haciendo gimnasia física de manera habitual. Unas semanas más tarde, fue el mismo Shatner quien se convirtió en uno de los primeros turistas espaciales, viajando en una cápsula más en vuelo suborbital, más allá de los 120 kilómetros de altitud para regresar sereno y lleno de entusiasmo junto a otras tres personas que lo acompañaron en la travesía.
O al filósofo y sociólogo francés Edgar Morin, quien el pasado 8 de julio cumplió 100 años de edad cronológica, fue entrevistado por Francois Busnel en el tradicional programa de la televisión francesa “La Grande Librairie” y demostró la extrema lucidez mental que mantiene así como la capacidad de asombrar con sus análisis y juicios sobre temas políticos, psicosociales e históricos.
Hemos traído tres ejemplos interesantes. Se trata de personalidades conocidas; es cierto, pero, hay muchísimas más –por lo usual, anónimos– en todos los lugares del mundo.
A fin de cuentas la gran verdad está en esa frase expresada por alguien que ya había pasado los 90 años de edad y seguía organizando actividades relacionadas a su profesión. Cuando las anunciaba y los contertulios lo miraban con esa expresión típica de quien no se anima a decir “¿pero Ud. piensa estar vivo para entonces?”, él los miraba con actitud comprensiva para afirmar: “Cada uno tiene la edad de los proyectos que alberga.”
Y agregamos: que alberga… ¡y que se atreve a llevar al hecho concreto! Con sólo las ideas en la mente, no alcanza. Y excusas para intentar justificar por qué no se puede hacer siempre habrá. Es, precisamente, el argumento de los frustrados.
*El autor es Doctor en Psicología Social, filósofo y escritor.