Allá por el año 2000 tuve en Mendoza una charla con el gobernador de una provincia del sur argentino que presumía ganar las elecciones a gobernador (ya lo había sido varias veces) nunca con menos de 40 0 50% de diferencia en votos con respecto al segundo candidato. Para colmo, por esos mismos tiempos viajaron a Mendoza dos secretarias de Estado del gobierno cubano de Fidel Castro que cuando les contaba la situación política mendocina me miraban casi con reproche y presumían que la democracia de ellos era más perfecta que la nuestra porque allí siempre se ganaba con el 100% de los votos y de ese modo se evitaba que los contrarrevolucionarios entorpeciesen la acción oficialista de los revolucionarios.
Sin embargo, fue en esos inicios de siglo que, a diferencia esencial del gobernador sureño y de las revolucionarias castristas, la democracia mendocina había llegado por el voto popular a una situación institucional casi ideal, con un sistema político dividido en tres fuerzas muy parejas.
El radicalismo estaba ya en su segunda gobernación desde 1983 y el peronismo había tenido tres períodos consecutivos. A su vez, desde 1994 cuando hizo una excelente elección para la reforma de la Constitución Nacional, el Partido Demócrata empezaba a ser nuevamente competitivo. Tanto es así que salió primero en las elecciones legislativas de 1997 y su candidato Carlos Balter, siendo favorito durante 1999 en todas las encuestas, no pudo llegar a la gobernación solo porque no tenía candidato nacional y el arrastre de De la Rúa favoreció al radical Roberto Iglesias.
Pero lo cierto es que Mendoza tenía dividido su electorado en tres fuerzas parejas para los próximos comicios. Algo que no ocurría en casi ningún lugar del país, particularmente en las provincias más chicas que la nuestra donde se comenzaron a votar reformas electorales con el único sentido de asegurar reelecciones de los gobernantes de turno, primero una vez más, después otra reforma para una tercera vez y finalmente la reelección indefinida, como ocurrió en las provincias que pusieron a Menem y los Kirchner como presidentes de la Nación, por obra y gracia exclusiva de ellos mismos. Caudillos, señores feudales, patrones de estancia más que gobernadores.
O sea, mientras el nepotismo y la concentración del poder se empezaba a instalar ahora desde dentro de la misma democracia, tanto en esas provincias como de muchos modos diversos también en el gobierno nacional, Mendoza sobresalía por su singularidad institucional que ni siquiera tenía reelección continua del gobernador ni de sus parientes directos. No se es más democrático cuanto más gente te vote sino cuanto más fuerte es el sistema republicano de control del poder y la limitación de reelecciones. Al menos lo que llamamos democracia republicana, que poco tiene que ver con la democracia populista, o neopopulista o los sistemas auto titulados revolucionarios donde cuando se vota, ello no tiene efecto alguno porque todo es fraudulento o son perseguidos los opositores, como lo es no sólo en Cuba sino también en Venezuela y Nicaragua, entre otros.
Lamentablemente, en vez de perfeccionarse ese triple empate de partidos políticos mendocinos, comenzó a decaer con la implosión de 2001 y el sistema neopopulista que luego se instaló en la nación y que aún hoy, luego de más de 20 años sigue siendo hegemónico en lo institucional y bastante en lo cultural. Y aunque no ha podido arrasar (pese a haberlo intentado), con la democracia republicana, sí ha disminuido en calidad muchas de sus prácticas en todo el país.
En Mendoza, luego de haber emparejado al PJ y la UCR, el PD comenzó una declinación que con el tiempo lo puso al borde de la extinción por variadas razones siendo sus intentos de reemplazo, hasta ahora, por otras terceras fuerzas que sobrevivieron lo que dura un amor de estudiante, al decir de Gardel y Le Pera: “flores de un día son”. En consecuencia, un espacio importante quedó vacío para el fortalecimiento de la democracia tripartita mendocina.
El peronismo renovador de los 80 y 90 tuvo de continuadores a los intendentes liderados por Jorge Pardal y Guillermo Amstutz que jamás pudieron ganar una elección provincial. Entonces vinieron los “hijos políticos” de la generación bordonista que nunca pudieron liberarse de las órdenes del ultracentralismo kirchnerista que en Mendoza fueron impartidas por alguien que si bien era más delegado de los peronistas mendocinos que de los kirchneristas, no era un líder político sino un muy buen operador, Juan Carlos “Chueco” Mazzón, quien nunca pudo recuperar para el peronismo la idea de un proyecto provincial como el renovador, cosa que sí hicieron los radicales para cubrir el vacío.
Pero los radicales también fueron cooptados por la tentación kirchnerista de querer crear un país políticamente monocorde y así, sin que nadie lo imaginase, cuando todo indicaba que ganarían su tercer período consecutivo en lo local, se dividieron perdiendo la provincia aunque ganaron la vicepresidencia. Flaco negocio porque ser vicepresidente de los Kirchner era menos que nada, como se demostraría de inmediato. Si Julio Cobos sobrevivió políticamente fue sólo porque se rebeló, en una historia que todos conocemos, la de la famosa resolución 125.
O sea, los “compañeros” sin herederos, los “correligionarios” divididos y los “gansos” al borde de la extinción. Desde allí en adelante, si bien la institucionalidad distintiva mendocina se mantuvo en muchos otros aspector, la alternancia pasó a ser mucho más complicada y negativa que en las dos primeras décadas democráticas. Palabras como concentración o pulverización del poder político, que hoy están en boca de toda la Argentina, ya no son imposibles de mencionar también en Mendoza.
Pero como hemos dicho muchas veces, lo bueno no es que los mendocinos seamos mejores que nadie (porque eso es falso), sino que las instituciones locales suelen ser más fuertes que los hombres aunque éstos muchas veces intenten bajarlas a sus intereses en vez de subir a las exigencias de ellas. Por eso hoy podemos -sólo podemos- estar en un momento bisagra, en lo cual la construcción de una hegemonía, ahora la radical, como en los 90 la peronista, parece que deberá remar duro en un sistema político ojalá más equilibrado, en el que gane quien gane, los controles serán mayores y las alternativas de cambio seguirán siendo posibles. Llegar a triunfar electoralmente por diferencias tan abrumadoras como las que me explicaba el gobernador feudal sureño, en Mendoza cuando parecen estar madurando siempre encuentran un obstáculo que las detiene. Sean mejores o peores las intenciones de unos y de otros políticos, lo cierto es que por las razones más diversas e incluso contradictorias siempre se alcanzan nuevos equilibrios en una provincia (una sola de dos, la otra es Santa Fe) que no únicamente carece de reelección de gobernador, sino que ha podido limitar a una sola la reelección de los intendentes. Un experimento institucional que comenzó a probarse el domingo pasado con resultados bastante razonables aún a pesar de la apatía política o incluso de la bronca anti política nacional que también ha penetrado entre nosotros.
En los comicios de la semana anterior los peronistas pudieron ganar las PASO en todos sus territorios pero los radicales avanzaron con más votos en varios de ellos e incluso dos o tres de los mismos serán peleados en el comicio definitivo de setiembre. De perder algunas de esas 6 intendencias el justicialismo mendocino se vería en serias dificultades para sobrevivir, más ahora que se encuentran muy divididos los peronistas no kirchneristas de los kirchneristas. Se podría decir que la base está, o sobrevivió. Además ha aparecido un dato políticamente inesperado para ellos y para todos: la posibilidad de pelear la intendencia lasherina luego de la división que sufrió Cambia Mendoza. Ocurrirá en las Heras la madre de todas las batallas municipales porque allí todos tienen oportunidades, el heredero del intendente Daniel Orozco que se pasó a la oposición provincial de Unión Mendocina, Cambia Mendoza que hasta hace pocos días era oficialismo municipal y hoy es oposición y entre medio el sueño del peronismo de pasar por el medio de esa sorpresiva división. La prueba fáctica de ese entusiasmo peroncho resurgido es que así como para la gobernación mendocina el PJ no encontraba candidatos de peso y debió terminar improvisando tan solo a fin de cumplir las formalidades, para la intendencia de Las Heras hoy los candidatos peronistas hacen cola de tantos que son. Todo eso le dará un condimento especial a esta elección departamental.
Claro que todos quieren ganar la gobernación, pero así como el peronismo se sentiría más que satisfecho si retiene todos sus municipios actuales y le incorpora Las Heras, la nueva oposición de la Unión mendocina liderada por Omar De Marchi, podría permanecer en el tiempo construyendo la coherencia interna que aún le falta, si lograra salir segunda, o empatar el segundo puesto con el PJ.
Por su lado, el radicalismo debe ganar o ganar pero ya no necesita ganar por tanto para validarse políticamente, frente a tanta competencia opositora. Y ganar muy bien ya no sería alcanzar los dos tercios legislativos (algo hoy casi imposible) como hasta hace poco esperaba, sino reconquistar alguno de las dos intendencias que se pasaron a la oposición: Las Heras y Luján. O ganar en los territorios peronistas de San Rafael o La Paz, donde perdieron las PASO por pocos puntos.
O sea, como afirmamos una y otra vez, casi siempre existen tendencias políticas, sociales pero sobre todo culturales e institucionales en Mendoza que frenan todo intento de hegemonía o concentración de poder político o empresarial.
En 1995 el peronismo apostaba a su tercera gobernación consecutiva habiendo ganado legislativamente en 1993 por diferencias abrumadoras que auguraban una segura hegemonía. Sin embargo, nuevas configuraciones políticas hicieron que la tercera gobernación la ganara por apenas 6 puntos.
Hasta hace muy poco tiempo, luego de los comicios legislativos de 2021 Cambia Mendoza se hacía los rulos con poder alcanzar en 2023 los dos tercios para entre otras cosas reformar la Constitución y poder tomar préstamos externos sin apoyo opositor. Sin embargo, ahora otra vez las cosas tienden a emparejarse y entonces son todos los políticos de al menos tres fuerzas que comienzan a hacerse los rulos recuperando esperanzas perdidas frente a la posibilidad de que una sola fuerza se alejara tanto de las demás fuerzas que la concentración de poder sería objetivamente inevitable.
En fin, otra vez las características diferenciales de la institucionalidad mendocina nos depara sorpresas, o más bien confirma sus tendencias de siempre. Sin embargo, otra discusión tan o más importante que esa es de qué modo vuelven a confluir, como en los mejores tiempos locales, institucionalidad con desarrollo. Mendoza debe recuperar el dinamismo del crecimiento económico dentro de un país donde palabras como populismo, hegemonismo, anarquía o vacío de poder (que hoy subsisten todas juntas, a pesar de lo contradictorias que parecen ser) sean reemplazadas por otras mucho más propias de una democracia republicana. políticamente liberal, económicamente capitalista y socialmente mucho más justa y con muchos menos pobres de los que tenemos. Como ocurre en todos los países que avanzan a la vanguardia del mundo, un lugar donde alguna vez supimos estar.
* El autor es sociólogo y periodista. clarosa@losandes.com.ar