En las elecciones cubanas, que ocurren de tanto en tanto, de cuando en cuando, para cubrir las formalidades inexistentes, el oficialismo comunista suele ganar por el 99% o el 100% de los votos emitidos. No conviene ni siquiera pensar qué le pasaría a quien vote en contra. O aunque lo hiciera, su sufragio se lo darían vuelta.
Venezuela, a modo de laboratorio, con la elección del domingo, aspira a llegar a un sistema parecido. Sólo que por ahora son tan torpes que, al quedarse en el medio, en vez de poder afirmar como los cubanos que a ellos los vota el pueblo entero, basta con mirar las actas electorales que ocultaron (pero que se están difundiendo por todos lados) para verificar que parece haber ocurrido al revés: que casi el 100% de los venezolanos los votaron en contra. Exactamente al revés que en Cuba. Se quedaron solos, como la verdadera oligarquía en que se han convertido.
El chavismo supo ser en sus orígenes una expresión populista pero sincera de las mayorías populares, de los más humildes, que recibían cada vez menos de un sistema formalmente democrático pero muy desgastado por la corrupción y la burocracia. Hugo Chávez le otorgó muchas reivindicaciones al pueblo en su estilo subsidiador, sostenido sobre todo por el petróleo y creó alrededor suyo una maquinaria política poderosa que se presentó siempre a elecciones en general limpias, pero porque sabía que no tenía a nadie enfrente. Además, cuando debió reprimir, reprimió, no sólo a la oposición, sino a todo quien intentó hacerle sombra dentro de su propia organización política. Ya en los últimos días de Chávez, la burocracia, la corrupción y la carestía renacían nuevamente pero éste mantenía su popularidad quizá por todo lo que les había dado antes a los venezolanos.
Su muerte llevó en su reemplazo a Nicolás Maduro, sin el carisma de Hugo, tan histriónico como su antecesor pero con una capacidad política infinitamente menor, que lo llevó a avanzar más y más en el autoritarismo creciente pero sin capacidad de dar respuesta a las necesidades populares. Eso hizo que la mayoría chavista fuera reemplazada por una Venezuela a favor y otra en contra del gobierno en proporciones muy parecidas. Los pobres aunque ya no todos seguían siendo chavistas, los sectores medios no. Pero nada, sobre todo a partir de la baja del precio del petróleo, pudo evitar el derrumbe de un sistema que le copió todo lo malo al anterior al chavismo, pero nada de lo bueno. Ya en los últimos tiempos el fraude fue reemplazando de modo creciente a las elecciones limpias cuando Maduro se percató de que podía perder elecciones. Ese proceso llegó a su punto máximo este domingo, cuando a la vez ha ocurrido otro cambio sustancial, por cuestiones internas pero también por las tendencias antipolíticas que van creciendo por todo el mundo: ya no se trata de dos Venezuelas en pugna, por el contrario a la clase media de las ciudades que ya estaba totalmente en contra de Maduro y su régimen autocrático, esta vez se le sumaron de manera multitudinaria los barrios y distritos más humildes de prácticamente toda la república bolivariana, transformándose el chavismo -al menos en estas elecciones- en apenas una minoría popular. La oposición unificada canalizó a las grandes mayorías.
Sin elecciones libres y con tendencias a la cubanización de Venezuela, hoy la división en tan querido y sufrido país ya no es entre chavistas y antichavistas, ni entre oficialismo y oposición, sino entre pueblo y oligarquía. Entre la mayor parte de la población, multitudinaria, inmensa, pero indefensa y desarmada frente a una elite gobernante ampliada que cuenta con generales y soldados, civiles y militares. Que ya más de una vez ha reprimido con ferocidad tendiente al genocidio y que ésta vez no parece tampoco contemplar una excepción pese a la fenomenal paliza electoral. Lo que no sabemos es si lo está haciendo por desesperación o por convicción, pero con este gente conviene precaverse antes que nada porque de lo que no cabe dudas es que están dispuestos a cumplir ese “baño de sangre” que predijeron, con tal de permanecer en el poder. Simplemente, porque además del disfrute que brinda el poder, no pueden estar fuera de él. Aunque se le prometan indultos de todo tipo, son demasiados los crímenes cometidos para que tarde o temprano la justicia deba intervenir. Por eso lo van a intentar todo a fin de permanecer.
Sin embargo, lo que hoy preocupa a Maduro, sus pistoleros y la oligarquía cívico-militar que lo sostiene es que los votos en contra fueron más allá de lo previsto. Es como que la sociedad venezolana prácticamente en pleno haya decidido hacer un borrón y cuenta nueva como lo hizo con la democracia corrompida en 1999 cuando emergió Hugo Chávez, y quiera cambiar radicalmente de sistema. Como está ocurriendo en muchísimas partes del mundo. La gente, la sociedad, el individuo, el pueblo, como quiera usted llamarlos contra las elites, las castas, las oligarquías. Ese es el verdadero empuje social que mueve a la sociedad venezolana, ese es su único punto positivo, que marcha definitivamente a favor de cómo va la historia. Y esa es una fuerza extraordinaria que puede cambiar hábitos y tendencias.
No obstante, más allá de esa tendencia histórica y de una enorme simpatía de las organizaciones internacionales y de los países democráticos, el resto le juega en contra a los venezolanos de a pie. Como la decisión de Maduro, aconsejado por los mismos cubanos, de transformarse en una nueva Cuba (lo mismo que hicieron con Nicaragua) porque en el medio no se puede estar, o se es democracia o se es dictadura, no se puede ser una cosa y simular ser otra. Pasan cosas como las del domingo y los pueblos pueden llegar a sublevarse. Cosa que no sucede en Cuba porque ellos lo tienen del todo claro. Allá la única que manda es la oligarquía comunista, y el pueblo es enteramente de palo. Lo han borrado de la faz del país como sujeto político. Esa es la tentación que hoy está teniendo Maduro, pero no le será fácil porque el pueblo está en las calles, sublevado, indignado y ya prácticamente sin divisiones políticas mayores: todos contra la oligarquía chavista. Por eso apostarán al desgaste mediante la represión. A que vuelvan a sus casas.
Hoy podría decirse que el madurismo tiene más apoyos afuera que adentro de Venezuela. Además de China, Rusia, Irán y países que poseen intereses geopolíticos en América Latina en contra del Estados Unidos y la Unión Europea, una despistada pero significativa cantidad de personas de ideología “progresista” de todas partes del mundo, quieren que en Venezuela se imponga la oligarquía “revolucionaria”, contra el pueblo que acaba de votar opciones de “derecha”. Acá en la Argentina tenemos muchos, como Víctor Hugo Morales, Atilio Borón, Baradel, Yatsky, el cuervo Larroque, Pablo Moyano, muchísimos camporistas y gente que se dice de izquierda pero que toda su vida apoyó a las dictaduras si tenían esa opción ideológica.
Así las cosas, Venezuela está viviendo su propio proceso político interno pero también está inmersa en tendencias que son universales. Las posibilidades de que el pueblo se imponga sobre la oligarquía sin elecciones limpias son muy difíciles, porque la violencia sólo ayudará a fortalecer el régimen. Pero de todos modos, pase lo que pase, el sistema autocrático con tendencia al totalitarismo no la tiene fácil y mucho menos la tendrá si logra ganar la partida. Será una victoria pírrica. La paz de los cementerios.
* El autor es sociólogo y periodista. clarosa@losandes.com.ar