Desde el punto de visto político partidario institucional la nueva democracia en Mendoza, la de 1983 (la que de algún modo inició un nuevo país, todavía muy inconcluso y quizá con más defectos que virtudes aún, pero con posibilidades de mejorar porque hace 40 años que se mantiene sin interrupciones) alcanzó su pico más alto en las elecciones de 1999 porque allí se conformó luego de casi dos décadas de profundas renovaciones en todos los sectores políticos con representación parlamentaria, un sistema tripartidario. No dos partidos y un tercero menor de control como sería luego de 1999, sino tres partidos con posibilidades relativas similares de llegar al gobierno y los tres con amplia tradición histórica local: el radicalismo, el justicialismo y el Partido Demócrata.
Lamentablemente, ese año de 1999 no fue el inicio sino el principio y el fin al mismo tiempo de ese modelo institucional muy razonable y acorde con la mejor historia política de Mendoza.
La Mendoza tripartidaria
La renovación dirigencial de 1983 fue fuerte y la principal razón de esa modernización partidaria se debió a que los tres partidos, que en Mendoza estaban internamente regidos por sus tendencias más conservadoras, se adaptaron bastante bien al nuevo clima progresista de época que traía consigo el alfonsinismo triunfante.
Así, el radicalismo comenzó a “alfonsinizar” con el gobernador Llaver y luego con el intendente Fayad y la nueva generación política “capitalina”, a su vieja raíz más conservadora que hegemonizó hasta 1976, o sea hasta antes de la dictadura.
El peronismo, muy influenciado por el sindicalismo ortodoxo y por sectores políticos que habían apoyado al isabelismo en los 70, viró ya desde 1985 en adelante hacia una de los renovaciones políticas más drásticas de ese movimiento en toda su historia local y en todo el interior del país.
Y el PD, el tradicional partido provincial, que había tenido intensísima participación en los gobiernos militares comenzó a ser conducido por una camada que intentó dejar atrás esa parte del todo negativa de una herencia que había tenido buenos momentos en otros tiempos. Una impronta, la del viejo Partido Demócrata, conservadora pero de raigambre liberal, que de algún modo todos los partidos renovados en democracia trataron de asumir como propia. El PD para hacer olvidar su participación en dictaduras, y el PJ y la UCR para renovarse asumiendo también raíces históricas locales en una provincia que culturalmente es de las más conservadoras del país pero en el buen sentido liberal republicano, aunque vote peronistas o radicales principalmente. Como Córdoba cuya cultura es históricamente radical pero hace 24 años que vota peronistas. Aunque peronistas más cordobeses que peronistas, como Mendoza tuvo en su apogeo democrático peronistas más mendocinos que peronistas.
Así las cosas, en 1999 los tres partidos sacaron para gobernador una cantidad importante de votos, algo no muy frecuente en toda la historia de Mendoza donde intervinieron los tres partidos. El peronismo salió tercero cómodo porque venía de tres gobiernos consecutivos y sufría las lógicas consecuencias del desgaste propio de tanto tiempo en el poder, pero manteniendo su poder de reconstitución extraordinario como se vería a poco de andar. Los demócratas salieron segundos cerca del primero, pero su candidato, Carlos Balter, estaba primero en las encuestas, sólo que no tenia arrastre nacional. Y el radicalismo apoyado por el en ese momento exitoso De la Rúa, llevó al gobierno, con Roberto Iglesias, a la flor y nata de la nueva generación política formada en la “muni” capitalina, el alter ego radical de la renovación bordonista formada desde los gobiernos provinciales anteriores.
Eso de 1999. institucionalmente podría llamarse un triple empate, porque nadie había perdido demasiado, ya que los que se iban no se iban aplastados, los que entraban no lo hacían con ningún tipo de hegemonía, y los “gansos” no habían dejado de crecer desde que se opusieron en 1994 al pacto Menem-Alfonsín en lo que se refería a la reelección del primero, debido a que a los mendocinos parecen gustarle poco las reelecciones.
La Mendoza políticamente diluida
Sin embargo, en el medio de ese proceso institucionalmente bastante virtuoso, apareció el “nuevo-viejo” país provocado por el estallido del 2001/2 (donde todo cambió absolutamente pero nos arrastró más hacia el pasado que hacia el futuro a diferencia del cambio de 1983 que fue exactamente lo contrario) y el sistema tripartidario de equivalencias se vino abajo tan rápido como subió.
Los peronistas renovadores fueron reemplazados en la conducción política por una de sus ramas más conservadoras, la de los intendentes, que no cesaron de crecer en poder desde que se dividieron los renovadores con el alejamiento partidario de José Bordón. Pero ninguno de esos intendentes llegó a tener el protagonismo provincial que tuvieron los gobernadores peronistas anteriores. Su lógica política fue muy “territorialista” que no es lo mismo que autonomismo municipal, ya que todo lo que sea sumar o descentralizar poder a los municipios es, en principio, casi siempre algo positivo. En cambio territorializar es fijar el centro político en los municipios y dejar de lado la idea de un proyecto provincial propio, que es lo que tuvo el anterior peronismo renovador. Esa carencia provincial hizo a los intendentes peronistas depender demasiado del gobierno nacional a partir de que Eduardo Duhalde llegara a la presidencia en 2002 (tendencia centralista que luego se consolidaría a niveles absolutos con la llegada del kirchnerismo al poder) teniendo como intermediario fundamental al eterno asesor presidencial Carlos “Chueco” Mazzón, el cual fue clave para que el peronismo volviera al poder luego de dos gobiernos radicales, pero ya sin renovación de cuadros y con mucho menos inserción provincial como lo demuestra el estado actual de cosas donde el peronismo se fue diluyendo sin solución de continuidad hasta sacar 15% de votos en las últimas PASO provinciales. O sea que se fue gastando sin encontrar un nuevo destino mendocino como lo tuvo con creces al inicio democrático y hoy lo tiene con creces su equivalente cordobés que pudo siempre sostener las banderas renovadoras y provincialistas con relativa independencia del menemismo y luego del kirchnerismo. Acá en cambio esas banderas se fueron perdiendo en pos de una creciente indiferenciación partidaria en lo que hace a su relación con los mendocinos donde aún no se acierta a encontrarle el significado local al peronismo pese a que varios intendentes, que entienden bien lo que está pasando, lo están buscando, pero aún no aciertan a hallar el camino.
El radicalismo provincial produjo un acontecimiento sorprendente cuando todo indicaba que, ante la crisis del peronismo, avanzaba hacia la hegemonía política local (aunque en una provincia nada propensa a las hegemonías, que siempre suele tenderle todo tipo de obstáculos a quien las intenta): el radicalismo mendocino gobernante se convirtió en la punta de lanza de un acuerdo nacional con el kirchnerismo (al cual adhirieron casi todos los otros gobernadores radicales), que no sólo le hizo perder Mendoza, sino que casi hace volar al radicalismo por los aires con la división interna que se produjo en todos lados. Sólo se salvaron de la debacle final, esa iniciada por De la Rúa y continuada con la transversalidad (que era negocio nada más que para un Néstor Kirchner que quería el control absoluto del país) porque un día les tocó la lotería y ellos tenían el número ganador: el 125 y volvieron a renacer. Pero esa ya es otra historia.
Lo cierto es que al tiempo que los peronistas se territorializaban y se nacionalizaban desprovinciándose, y los radicales se transversalizaban perdiendo la provincia, la dilución de ambas expresiones mayoritarias no pudo ser aprovechada por el PD que antes que ellos también empezó un proceso de dilución (cercano a la disolución) enorme que le hizo perder la competitividad expresada en su grado sumo en 1999, como que hasta aquí llegó y nada más.
Entonces, durante la era kirchnerista, la provincia comenzó una involución política significativa con todos sus partidos desdibujados luego de haber alcanzado los tres una por demás significativa identificación con la cultura política mendocina.
¿Una nueva Mendoza es posible?
Ese proceso de dilución tripartidaria cuyo inicio coincidió con el máximo apogeo de ese sistema tripartidario y que sobrevivió a toda la era kirchnerista, comenzó a rectificarse en 2015 con el triunfo del macrismo a nivel nacional y con su expresión mendocina conducida por el radical Alfredo Cornejo. Pero fue un cambio muy distinto al de 1983 porque no se renovaron todos los partidos a la vez; en realidad más que de renovación podría hablarse de la aparición de una nueva coalición formada por la sumatoria de fuerzas diversas que venían a competir a ver si todas juntas podrían derrotar al kirchnerismo. Dio resultado en el gobierno nacional y en el mendocino.
La habilidad de Cornejo fue la de sumar todo lo que había por fuera del peronismo, sea significativo o no, sea conciliable o no, pero todo. Y sumó casi todo. Incluso a lo que quedaba de aquel PD que casi le gana la gobernación al radicalismo en 1999.
El peronismo, por su lado, aún hoy no puede salirse de la lógica entre intendentes territorializados y kirchneristas nacionalizados, perdiendo cada vez más toda relación con una identidad mendocina integral, que quedó solo en manos del radicalismo y sus aliados. Primero intentaron pelear la gobernación los intendentes con Adolfo Bermejo y luego los kirchneristas con Anabel Fernández Sagasti, y ahora ya no tienen muy en claro qué hacer, por eso sacan tan pocos votos. Pero nunca hay que minimizar a un partido con amplia tradición nacional y local como el peronismo que en Mendoza en 1985 sacó menos de la mitad de los votos del radicalismo, que llegó al 53%) y parecía empezar su definitivo ocaso, cuando en realidad estaba a dos años de iniciar su período más prolongado en la historia de Mendoza.
Los nuevos terceros partidos, desde Fiscal a Protectora demostraron hasta ahora que sólo surgen para dividirse y para repetir en pequeño los vicios políticos de los partidos más grandes y ninguna de sus virtudes, por lo cual ellos no cuentan demasiado, al menos hasta ahora.
El radicalismo, ante la grave y creciente crisis del peronismo local, y con la incorporación a su seno del resto de los partidos políticos no peronistas, pareció luego de la reiteración de su triunfo en 2019 que iniciaría un proceso de hegemonía que, poco después, con el gran triunfo legislativo de 2021 los llevó a imaginar una provincia en 2023 casi en sus enteras manos, con los dos tercios legislativos en su poder.
Fue lo que podría llamarse la etapa cornejista de la Mendoza poskirchnerista porque el liderazgo político de la provincia estuvo centrado casi solamente en su persona. Y que con la presentación a su reelección parecía que iba a consolidarse. Algo similar a lo que pensó el peronismo renovador entre 1991 y 1993 cuando también se estaba a punto de alcanzar la hegemonía política.
En los años 90, el “unipartidismo” no ocurrió por la división del peronismo y por el fortalecimiento tanto de la nueva UCR como del nuevo PD que le dio la posibilidad de un interesante pluralismo a esa etapa de la democracia mendocina.
Hoy podríamos estar en las puertas de algo parecido aunque todavía muy incipiente, ya que puede darse la paradoja, en el probable caso de que los resultados electorales así lo indiquen, de un gobierno de Cornejo pero en una provincia e incluso en un radicalismo ya no exclusivamente cornejista. Las PASO parecieron marchar, como ya dijimos en anteriores notas, en ese sentido. En primer lugar porque se dio una interna verdaderamente competitiva dentro de Cambia Mendoza y en segundo lugar porque la gran coalición de 2015 se separó en lo que natura no unía, tal cual ese extraño rejunte entre rivales históricos como los que antiguamente eran llamados “gansos” (demócratas) versus “pericotes” (radicales). Quizá no casualmente Omar De Marchi fue antes un dirigente ganso y el PD no sólo se ha unido con él sino que es el único partido de la nueva coalición que se presenta a nivel nacional bajo una candidatura presidencial, la de Javier Milei.
En el caso de triunfar Cambia Mendoza, la Unión Mendocina si conserva e incluso aumenta un poco los votos que sacó en las PASO podría suplir ese lugar que dejó el PD si es capaz de devenir una coalición opositora que se mantenga unida cuando menos en un 60 o 70% de los que la componen ahora. Quizá podría sentar las bases de un nuevo partido conservador liberal mendocino.
Y el PJ, entre otras cosas, con el límite a que le está obligando la no reelección indefinida de intendentes puede que haga aparecer nuevas figuras que se atrevan al desafío de convertirse nuevamente en una opción provincial con un proyecto mendocino que sin dejar de adherir al peronismo nacional se distinga de cualquier hegemonismo centralista como los intentados por el menemismo o el kirchnerismo.
El radicalismo, por su parte, de ganar otra vez la provincia, lo hará sin muchas posibilidades de practicar el hegemonismo, ni dentro de su partido ni fuera de él, lo cual aplacará los temores de quienes -no sin alguna razón- temen los excesos en que pueda incurrir cualquiera que se encuentre con el poder suficiente para devenir un caudillo permanente, como ha ocurrido y ocurre en muchas otras provincias. Mientras que en Mendoza los intentos, de haberlos, su sistema institucional los suele frustrar en un momento o en otro, y nunca demasiado tarde. Por lo demás,lo principal de Cambia Mendoza ya no dependerá de cuántas fuerzas pueda juntar sino de qué proyecto provincial puede definir más allá de lo que ocurra en la Nación. Que es lo que más parece hoy necesitar. Para lo cual mucho le podría servir el uso adecuado de los fondos de Portezuelo definido mediante un proyecto compartido ya que de mantenerse las tendencias electorales expresadas en las PASO nadie podrá gobernar solo y sin consensos en la provincia. Es de desear que ello, en lugar de obstrucciones mutuas, consolide una cultura del acuerdo que dinamice la gestión para que todos los frenos propios y/o ajenos que hoy tiene Mendoza para poder avanzar como en sus mejores épocas, sean superados con el concurso de la mayoría de una dirigencia política que a esta altura nos está debiendo una importante renovación de ideas y de personas, como fue capaz de hacerlo en 1983. Y un retorno también renovado a ese espíritu de 1999 de la democracia tripartidaria que a la postre no pudo ser pero que quizá ahora puede empezar a concretarse si nos inspiramos en la mejor Mendoza, que en la historia la hay, y mucha.
* El autor es sociólogo y periodista. clarosa@losandes.com.ar