Con la irónica lucidez que lo caracterizaba, Churchill explicó que “la principal diferencia entre los humanos y los animales es que los animales jamás permitirían que los lidere el más estúpido de la manada”.
La afirmación de aquel primer ministro británico ronda por la cabeza de muchos votantes cuando se asoman a lo que se está conociendo sobre Alberto Fernández, y se preguntan por qué el kirchnerismo considera un “gran cuadro político” a la autora del escabroso gobierno, que además había promovido figuras lamentables como Boudou, tenido aliados de la calaña de Alperovich y candidateado a la presidencia a camaleones impúdicos como Scioli.
También traen a muchas mentes argentinas la reflexión de aquel líder de los tories, las argumentaciones desopilantes del presidente Javier Milei y sus metáforas escatológicas.
Que el accionar legislativo de la agrupación ultraconservadora La Libertad Avanza (LLA) sea una deriva plagada de naufragios hace juego con los rasgos de su líder, el jefe del Estado.
Habiendo escuchado todo lo que los argentinos escucharon decir a Milei desde que lo empezaron a invitar a la televisión por el rating que daban los exabruptos que gritaba con el rostro desencajado ¿por qué debiera sorprender que las figuras más allegadas a él en el Congreso protagonicen escándalos bochornosos y disparen todo el tiempo afirmaciones delirantes?
Hay una correlación lineal entre Milei y esa “Armada Brancaleone” que creó para gobernar.
Por cierto, también es lamentable Mauricio Macri apoyando en solitario la iniciativa de Milei contra lo que había votado en el Congreso su propio partido. Incluso Martín Lousteau, siendo uno de los más inteligentes, forma parte de la decadente comparsa política cuando se deja ver a la sombra oscura de dirigentes de trastienda como Emilio Yacobitti y Coti Nosiglia.
Así como la patética debacle final de Alberto Fernández deja en un desapercibido segundo plano las mediocridades y los lunatismos exhibidos en la “oposición dialoguista” y también en el oficialismo, incluido el mismísimo presidente, el esperpéntico régimen que impera en Venezuela eclipsa con su surrealismo estrafalario todo lo absurdo que se ve en el escenario político argentino.
Escuchar a Nicolás Maduro citando el pasaje del Evangelio que dice “bienaventurados los que creen sin haber visto”, para que los venezolanos le “crean sin ver” porque él nunca podrá mostrarles las actas de la elección, sonó tan absurdo como aquel discurso en el que dijo que “Jesucristo fue un niño palestino que fue asesinado por el imperio español”, o cuando contó que Chávez se le presentó convertido en pajarito.
Maduro dice en serio cosas tan desopilantes como las que Groucho Marx decía con el humor que canalizaba su lúcida mirada sobre la condición humana. El dictador venezolano es, sin ligar a dudas, “el más estúpido de la manada”. Si luce como jefe del régimen no es porque los otros sean más estúpidos, sino porque él cumple los requisitos que debe cumplir quien encabeza una dictadura calamitosa, apoyada sobre los cuarteles y sobre las mafias que explotan ilegalmente el arco minero de la cuenca del Orinoco, además de las organizaciones narcotraficantes.
Sólo en la dimensión de lo descabellado se puede creer en la “jueza suprema” que dio por “verificado y comprobado” el “triunfo de Maduro” en la elección en la que fue abrumadoramente derrotado por Edmundo González Urrutia.
El jefe del chavismo residual no pudo siquiera poner gente creíble y presentable para decir, en nombre de la máxima instancia judicial, que el ganador de la elección fue Maduro.
Que la miembro del Tribunal Supremo de Justicia que encabezó la legitimación por el Poder Judicial de un monumental y grotesco fraude, vista la estridente toga de los jueces supremos venezolanos, resulta tan insólito como su nombre: Caryslia.
Detrás de la sobrecarga de rouge y rímel está el rostro de quien protagonizaba videos convocando “en nombre de nuestro querido presidente Nicolás Maduro” a votar en las internas de “nuestro partido, el PSUV”.
Si el régimen cayera, le alcanzaría con sacarse el maquillaje para no ser reconocida por el pueblo al que estafó.
Sólo en esa manada que colocó en el liderazgo “al más estúpido”, aunque tan criminal y corrupto como sus lugartenientes, pueden simular que es creíble la investigación que Caryslia Rodríguez citó para dictaminar la victoria de Maduro.
No puede leer de corrido un párrafo ni pronunciar correctamente los términos técnicos jurídicos, pero el chavismo simula creerle al hacer exactamente lo mismo que había hecho el titular del Consejo Nacional Electoral: decir que ganó Maduro sin mostrar actas, ni resultados desglosados por mesa, ni nada de lo que se hace cuando en una democracia se anuncia el resultado de una elección.
La escena es tan absurda que deja en un segundo plano a las escenas más vergonzosas de la decadente comedia política argentina.
* El autor es politólogo y periodista.