Esta vez fue Cristina quien se almorzó la cena

Entre Massa y Cristina hay una mirada estratégica opuesta. Massa cree que puede ganar las elecciones, si se abre una disputa por el centro político; la vice da por perdida la elección e intenta diseñar una transición de salida y obstrucción.

Esta vez fue Cristina quien se almorzó  la cena
Cristina Kirchner, Sergio Massa y Wado de Pedro. Foto: web

Cristina Kirchner venía construyendo -a duras penas, para los suyos- la excusa de una proscripción inexistente para desertar del compromiso de una nueva candidatura. Sabía que, sin su nombre en la mesa, la negociación de la fórmula presidencial oficialista sería ardua. Sergio Massa iba a resistir lo que Alberto Fernández no pudo, porque tenía como arma extorsiva una renuncia caótica al ministerio de Economía.

Pero a Cristina todavía la sostenía cierta expectativa más bien mágica sobre su condición de principal electora. En 2019 fue el dedo que impuso un Presidente con sólo despachar un tuit. Esa expectativa sobrevolaba los días previos a la inscripción de los candidatos para las Paso. ¿Otra vez un tuit? ¿Algún conejo de la galera? La vicepresidenta usó esa bala de plata de una manera apresurada y errática. Al ponerse al frente de la ofensiva iracunda y violenta contra los constituyentes de la provincia de Jujuy, trajo a valor presente una presunción futura. El día de la Bandera, Cristina no instaló con su tuit un candidato, sino una estrategia de oposición.

Justo cuando tenía que reservar su palabra para incidir en la elección del candidato, la usó para depreciar su valor. Sinceró que el 11 de diciembre es percibido por el kirchnerismo como una trinchera de resistencia, fuera del gobierno nacional, activando una campaña destituyente. Provocó que el 11 de diciembre sea percibido por la sociedad como un imperativo de unidad para proteger al nuevo gobierno de esos asaltos fanáticos. Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta se reconocieron rápido ante el tuit de la galera, con una consigna sencilla: que las Paso no separen lo que Cristina ha unido.

Es cierto que Alberto Fernández convalidó todo el escándalo con su palabra pública. Es una palabra cuya vacuidad él mismo admite, de modo que -a toda conciencia- acercó un respaldo inocuo y gratuito. Mientras, actuaba de manera mucho más eficaz enviando a Aníbal Fermández a sostener la candidatura de Daniel Scioli, irritativa para Cristina. Hábil declarante, Aníbal le instaló a la vice un eje discursivo bien venenoso para el frente interno: “Esto es entre el peronismo y La Cámpora”. Viejo litigio entre los legionarios del César y los petulantes escoltas de la guardia pretoriana.

Cuando llegó el momento de instalar su candidato, Cristina había resucitado la grieta; amenazado con una potencia antisistémica creciente; expuesto al ministro del Interior y precandidato suyo en una maniobra destituyente; cancelado silenciosamente a Jorge Capitanich por sus responsabilidades políticas en torno un crimen macabro; abierto un canal de negociación con otros gobernadores para bloquear a Alberto Fernández, e instruido a su hijo Máximo para que intentara proscribir a Daniel Scioli con manuales del balbinismo. Aún se desconoce cómo se coló en la fila de la generación diezmada un conservador como Juan Manzur. Algunos atribuyen la irrupción del polizonte a la inexperiencia de Eduardo de Pedro. Más bien parece una consecuencia del caos que desató Cristina después de que malgastó su bala de plata con Gerardo Morales. Mientras Sergio Massa aguardaba en silencio.

Dos visiones diferentes

Antes de lanzar a De Pedro, sostienen algunos analistas, el kirchnerismo pudo haber acordado una fórmula con Massa que hubiese triunfado con comodidad frente a cualquier armado interno de Alberto Fernández. “En vez de ganar en la cancha, el kirchnerismo perdió en el escritorio”, explican. Pero en ese punto se bifurcan las lecturas. Entre Massa y Cristina hay una mirada estratégica opuesta. Massa cree que puede ganar las elecciones, si se abre una disputa por el centro político; la vice da por perdida la elección e intenta diseñar una transición de salida y obstrucción. ¿Quien acierte con el pronóstico conducirá la resistencia? Esa divergencia explica por qué los gobernadores inclinaron la balanza hacia el ministro de Economía: casi todos han revalidado sus distritos ¿por qué deberían sumarse a la estrategia de perder?

Cristina descree de ese voluntarismo. Desconfía de que Massa consiga convencer al electorado sobre lo bien que ha manejado la economía. Entiende que, para Massa, la candidatura es oxígeno para negociar con el Fondo Monetario y que para él incluso una derrota sería una salida decorosa para la audacia ineficaz de haberse creído ministro de Economía. Que Sergio y Alberto cuenten que acabaron con 20 años de kirchnerismo; ella estará entregando -sin firmar los papeles- un taxi vetusto, sin nafta y destruido.

Juntos por el Cambio recibió la candidatura de Massa con cautela y matices. La escena electoral se achica en los márgenes y se ensancha en el centro. La principal oposición entiende que la candidatura unificada de Massa acaba de derrumbar un mito: el de que había un gobierno fundido del cual Cristina no formaba parte. Ese mito no se compadece con la lista única. Patricia Bullrich es quien mejor comprendió la maniobra y salió a empujarlo a Massa contra la misma pared: “El incendiario ahora se presenta como bombero”. Una jugada preventiva: si Cristina desconoce a su gobierno, que no imagine Massa que podrá usar el mismo recurso.

Del lado de Rodríguez Larreta, el error de Cristina con Jujuy le despejó a Morales el camino vicepresidencial que siempre quiso tener y le habilitó al jefe del gobierno porteño un discurso más enfático para seducir a votantes de Bullrich. Pero la candidatura de Massa compite con la de Larreta por el flanco de la consensualidad y el acuerdo. La violencia en el norte demostró que ni un consenso constituyente prácticamente unánime pudo evitar las piedras del extremismo político. “Un consenso del 70% no garantiza la paz social”, señaló el politólogo Andrés Malamud, con guiño al comando de Rodríguez Larreta. Otro intelectual, Vicente Palermo, advirtió del riesgo contrario: “La voluntad y un mandato social y electoral son indispensables, pero esa base por sí sola no resuelve el problema de la capacidad de gobierno”. Mensaje para Bullrich: fuerza y capacidad decisoria son dos cosas diferentes.

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