1-
Los 90 fueron nuestra adolescencia. Diez años después del despertar alfonsinista, la Argentina empezó a vivir una vida prestada, soñada; la del admirado primer mundo. Bueno… Ponele. Fue un jugar a ser grande. Algo que a los argentinos nunca nos costó demasiado: creérnosla. Clamar más alto de lo que nos da el cuerpo.
La convertibilidad, el deme dos en Palm Beach, la privatización de los “lastres” del Estado, todo apuntaba a que la Argentina fuera con tutti hacia el futuro. Con la velocidad de una Ferrari regalada en dudosas circunstancias. Con la instantaneidad de una nave que sale de la atmósfera y se remonta a la estratósfera. Eso fue la Argentina de los 90, una rara mezcla de sanata, individualismo a tope, y -como siempre- al final de todo, la más cruda decepción.
2-
En el 2021 murieron los 90. Personajes icónicos de aquella década se fueron lastimosamente en estos meses aciagos, haciéndonos recordar el lustre perdido, los sueños evaporados. Maradona, Carlín Calvo, Menem y recientemente Mauro Viale, todos ellos protagonistas de una era signada por los canales privatizados, el periodismo fast food de los mediodías... Y la “política desideologizada”. Como si tal cosa fuera posible.
“(...) Los altibajos de Diego; la Reforma constitucional; el fin de la colimba; la categoría celebrities llevada al extremo y más allá; la pizza con champán y el sushi como nuevos manjares patrios; el diputrucho y los menemtruchos; la aparición y evolución de los teléfonos celulares e Internet, nada menos. Es decir, mucho de eso que hoy creemos que estuvo siempre, empezó en los 90, años en los que se llegó a decir que estábamos ante el fin de la historia. Pero no. ¿O sí?”, se pregunta el filósofo Tomás Balmaceda en el libro “Los 90”. El autor del libro sostiene que nosotros “amamos odiar” esa década. Y hay que decir que esa manera intensamente histérica de vivir, es más argentina que el mate amargo.
3-
En los 90 no había grieta a la vista. Por ejemplo, los periodistas de alto perfil se respetaban entre sí, sin importar el paladar político de tal o cual. Los Aliverti, Lanata, Nelson Castro, Víctor Hugo, Majul o Navarro se podían juntar a hacer una revista o un programa juntos, muy campantes. Quizá Chiche y Mauro eran mirados “a menos”, por su gusto por el periodismo sensacionalista del “usté (sic) va a tener que arrepentirse de lo que dijo”. Pero al final de la jornada laboral, seguramente podían ser parte de la misma mesa de café.
En definitiva, la grieta no fue un invento de nuestra adolescencia, de los 90; la grieta es producto de los últimos 20 años, cuando se supone que tendríamos que haber sido más maduritos como país a la hora de encarar los problemas. Pero no. Nos pusimos sectarios, intolerantes, y abyectos defensores de tal o cual dirigente-artista-periodista-intelectual según su línea de filiación. La futbolización de la política. Después de viejos, arribistas.
4-
En los 90 fuimos tras el discurso único. Hoy la grieta parte al medio los discursos. Inconexos. Incomunicados.
Y entre las dos posturas, un abismo.
¿Qué es mejor? ¿Ninguna política (discurso único) o todo es política (grieta)? Indudablemente, lo mejor es discutir, pero para que la charla exista, las dos partes se tienen que escuchar. Ojalá la era que venga sea la de, por fin, saltar los abismos y no seguir mirándolos atontados, desde las cornisas.
Lo cierto es que la idea noventista del fin de las ideologías, del fin de la historia, se fue. Pero en sí, la década de los 90 duró mucho más que 10 años. Y en 2021 finalmente dejó de existir. Murió de amor. Y murió de odio. Como mueren todas las adolescencias, mueren para pasar a otra cosa. A otra cosa que no necesariamente es mejor. Siempre, siempre, eso depende de nosotros.