Es deplorable que el aparato de inteligencia hiciera espionaje ilegal en el gobierno anterior, o bien por indecencia antidemocrática de Mauricio Macri, o bien por su ineptitud.
Es alarmante que Cristina Fernández haya escenificado victimización en un video, señalando a periodistas que inmediatamente comenzaron a recibir amenazas y a sufrir linchamientos en las redes.
Es lamentable que Alberto Fernández dé tantas señales de que su vicepresidenta le está imponiendo la agenda mientras acumula áreas neurálgicas del Estado, en detrimento de un peronismo moderado pero mudo.
Es preocupante que la titular del INADI haya usado la expresión “no blancos”, como si desconociera que es un término creado por racistas para segregar a razas africanas y asiáticas.
Si el escenario político exhibió lo deplorable, lo alarmante, lo lamentable y lo preocupante ¿cómo confiar en la salud del Estado de Derecho y en la construcción de una cultura de tolerancia, ética pública y sensatez política?
Quizá Victoria Donda no quiso decir que para depurar de racismo el lenguaje es mejor decir “no blanco” que decir negro. Pero sonó así la titular del INADI cuando dijo en una entrevista que los oprimidos siempre son “no blancos”. Y hubo medios que titularon con esa frase, sin advertir el error.
Los sistemas segregacionistas crearon esa fórmula para llamar a los afroamericanos en Estados Unidos y a los bantúes y asiáticos en Sudáfrica. El segregacionismo que imperó en Norteamérica hasta los gobiernos de John F. Kennedy y Lindon B. Johnson, imponía separación de razas en los espacios públicos, señalizando con carteles los sitios exclusivos para “blancos” y los sitios establecidos para “no blancos”. Lo mismo hizo el apartheid en Sudáfrica, donde la minoría blanca señalaba en su lengua, el afrikáner, que tales lugares eran para “net blankes” y tales otros para “net nieblankes” (“sólo blancos” y “sólo no blancos”). Incluso si no hubieran usado ese término los sistemas racistas más visibles del siglo XX en Occidente, resulta evidente que llamar a una raza por la negación de otra implica negarle una identidad propia. Decir “no blanco” establece que “blanco” es la normalidad, ergo, lo demás es anormal. Por eso resulta preocupante esa terminología en boca de quien preside el ente que combate la discriminación. Sería absurdo decir que Donda es racista, pero es posible sospechar que desconoce algo que, por su función, debería conocer.
También parece haber desconocimiento en quienes no se alarman ante el video en el que la vicepresidenta se victimiza y convierte a magistrados y periodistas en blancos de amenazas y acosos, usando los mismos argumentos que usan Donald Trump y Jair Bolsonaro.
Sobran exponentes derechistas de lo que Cristina hace con camuflaje de izquierda. Los presidentes ultraconservadores de Estados Unidos y Brasil son ejemplos estridentes de la estratagema de defenderse denunciando conjuras y convirtiendo en blancos móviles a los jueces que los investigan y a los medios que los denuncian.
Lo que hace la vicepresidenta es alarmante y lo que hizo el gobierno de Macri con su aparato de inteligencia es deplorable. Que el Estado espíe a funcionarios, dirigentes y periodistas es un viejo vicio que los gobiernos kirchneristas incrementaron y que el gobierno de Cambiemos debía eliminar. No lo hizo.
Los espías espiaron a propios y ajenos. Si lo hacían cumpliendo órdenes del presidente, el hecho probaría indecencia antidemocrática de Macri y la estafa que implica a quienes lo votaron para fortalecer la república. Y si Macri no sabía lo que hacían sus espías, el hecho evidencia otra negligencia de su gestión. Indecente o inútil. No hay una tercera posibilidad.
Igual que Cristina en casos como Hotesur y Los Sauces. Por más escenificaciones que haga, la cuestión es corrupción o negligencia.
Tanto el ex presidente como la vicepresidenta están obligados a probar que fueron negligentes, porque en ambos casos las alternativas son peores.
Tampoco parece haber tercera posibilidad para Alberto Fernández: o se está dejando manejar por una dirigencia ideologizada, o también él consume ideologismos y engañó al electorado mostrándose pragmático y moderado.
La forma en la que presentó la decisión de expropiar Vicentin exhibe la autoría del sector del oficialismo que se mueve por instintos hegemónicos y pulsiones ideológicas y no sabe nada de agro, como afirma Matías Longoni, lúcido y creíble periodista especializado en producción agropecuaria.
Además de auto-confirmarlo como anzuelo electoral, someterse al sector ideologizado coloca al presidente en encrucijadas que lo debilitan y acrecientan el riesgo de que la crisis económica termine mimetizándolo totalmente con quienes lo usaron como máscara de moderación.
Es posible que Alberto Fernández termine abrazado a lo que siempre despreció, creyendo o simulando creer en lo que nunca creyó.
“Nada se parece más al pensamiento mítico que la ideología”, escribió el padre de la antropología estructuralista, Claude Lévi-Strauss. Y tenía razón.