Que un gobernante europeo haya sido blanco de un intento de magnicidio debiera ser lo peor que ocurrió al viejo continente en estos días, pero otros fantasmas sobrevuelan su cielo, ensombreciendo un futuro que ya empieza a ser presente.
Mientras el primer ministro eslovaco se debatía entre la vida y la muerte en el quirófano en el que le sacaban las balas que lo habían perforado, las fuerzas rusas se acercaban arrolladoras a la segunda ciudad más grande Ucrania y el jefe del Kremlin aterrizaba en Beijing para agradecerle personalmente al líder chino los acuerdos económicos que le permitieron a Rusia sobrevivir a las sanciones de las potencias occidentales y continuar su guerra expansionista.
Robert Fico es un líder políticamente resbaloso que pasó del partido comunista checoslovaco a la agrupación socialdemócrata en la que se recicló en Eslovaquia, imprimiéndole una fuerte inclinación europeísta. Pero tras caer su tercer gobierno por un doble crimen político que sembró sospechas sobre su partido de tener negocios con la ‘Ndrangheta calabresa, empezó a girar hacia una izquierda dura y paradójica porque se convirtió en ultranacionalista, se alió con la ultraderecha y saltó a la vereda pro-rusa y pro-Putin en la que está su nuevo ídolo: el presidente húngaro Viktor Orban. Ambos son la quinta-columna que Moscú tiene en la Unión Europea (UE) y en la OTAN para carcomerlas por dentro.
Que acribillaran al líder eslovaco despertó la memoria histórica europea, por la larga lista de magnicidios y atentados fallidos que anunciaron grandes tragedias: El asesinato en Sarajevo del heredero del trono austrohúngaro, la chispa que encendió la Primera Guerra Mundial; la masacre de la familia Romanov en Ekaterimburgo, iniciando en 1918 la marcha hacia el totalitarismo soviético; el crimen de Giacomo Matteoti, el gran adversario de Mussolini, anunciando en 1924 el régimen fascista; el garrotazo que le rompió la cabeza a Grigoris Lambrakis, empujando Grecia hacia la Dictadura de los Coroneles, y la bomba que destrozó al almirante Luis Carrero Blanco, presidente títere de Francisco Franco cuya muerte anunciaba de manera brutal la fase más sangrienta del terrorismo etarra.
No todos los magnicidios e intentos de magnicidios precedieron a tragedias. El atentado contra Charles de Gaulle que en 1962 perpetraron militares ultraderechistas contrarios a la independencia de Argelia; el asesinato del ex premier italiano Aldo Moro, cometido por las Brigadas Rojas; el asesinato del líder socialdemócrata sueco Olof Palme en 1986 y el atentado de ETA que falló en matar a José María Aznar en 1995, no dieron inicio a etapas negras y sangrientas. Lo mismo se espera del atentado que casi mata al primer ministro eslovaco.
Pero eso no es seguro, porque si algo caracteriza al gobierno de Eslovaquia es su retórica cargada de desprecio por la oposición y por los críticos en general, principalmente artistas y periodistas. Y, como escribió Stefan Sweig de los revolucionarios franceses, cuya “gran culpa no fue haberse embriagado de sangre, sino de palabras sangrientas”, la retórica cargada de violencia política que practican Robert Fico, su partido y sus aliados de ultraderecha, podría convertirse en actos violentos como este intento de magnicidio.
A esa preocupación se sumó el viaje del líder chino a Europa. Que Xi Jinping visitara en Belgrado al presidente ultranacionalista serbio Aleksandar Vucic, constituyó un mensaje a Washington y sus aliados europeos.
Ese día se cumplían 25 años del ataque de los B-2 norteamericanos con bombas de precisión a la embajada china en la capital de Serbia. La OTAN explicó que fue un error: los proyectiles debieron dirigirse hacia el edificio de la Dirección Yugoslava de Suministros y Adquisiciones, que colaboraba con Slobodan Milosevic en su guerra contra la alianza atlántica, el ejército albanés y la milicia kosovar ELK, por el control de Kosovo.
La presencia de Xi en Belgrado, su encuentro con Vucic y su posterior viaje a Budapest para reunirse con Orban, fueron una clara advertencia. El mensaje dice que China podría impulsar una división en la UE y en la OTAN, a la que Hungría pertenece y Serbia está asociada.
Europeos y estadounidenses seguramente tienen en cuenta que hace dos años China le entregó a Serbia sistemas de defensa antiaérea FK-3, el equivalente asiático a los misiles antimisiles norteamericanos Patriot y al sistema ruso S-300, ergo, un sofisticado armamento con el que, de haberlo tenido en 1999, los serbios habrían complicado la victoria de la OTAN.
Al mensaje de advertencia Xi lo completó de regreso en Pekín, donde recibió a Vladimir Putin, el líder de Rusia al que ayudó a mantener en pie su maquinaria militar y la economía rusa a pesar de las sanciones económicas occidentales.
El avance triunfal del ejército ruso y el retroceso de fuerzas ucranianas es otra de las sombras que están oscureciendo a Europa.
* El autor es politólogo y periodista.