Viejos tuits de adolescentes que llegaron a estrellas de Los Pumas, reabrieron el debate sobre racismo. Lo que publicaron el actual capitán y otros dos jugadores del seleccionado de rugby evidencia xenofobia “racistoide”, además de supremacismo de clase, maldad y estupidez.
¿Es un problema congénito del rugby? Por cierto que no. Es un problema de la sociedad. Una infección que impregna todos los espacios, alcanzando a todos los deportes.
¿Es tan grave que tres “pumas” escribieran eso ocho años atrás? Si, es gravísimo. El racismo es una expresión obtusa de la abyección; un costado oscuro de la condición humana porque es esencialmente anti-humanista. Todo racismo es cruel y miserable.
No hay racismo peligroso y racismo inofensivo. Todos son peligrosos. Y se los puede resumir en dos categorías: el racismo orgánico, o estructural, y el racismo silvestre, o doméstico.
El primero implica adhesión a organizaciones como el Ku Klux Klan, partidos de corte neonazi o agrupaciones supremacistas. Adherir a organizaciones de ese tipo implica adhesión a teorías raciales a partir del consumo de pensamiento anti-científico.
El racismo silvestre es inconsciente. Una mezcla de ignorancia, negligencia y viscosidades que, desde el sub-consciente, impregna hábitos y costumbres de gente que ignora ser racista.
El racismo orgánico es lo siniestro visible con consecuencias criminales. Pero el racismo silvestre no es inofensivo y también tiene consecuencias criminales. Una prueba fue el cobarde asesinato en patota ocurrido en Villa Gesell.
Muchas formas de discriminación se nutren de esas cloacas mentales. Ese racismo doméstico no es inofensivo, es corrosivo. Infecta la sociedad desde los núcleos familiares. Avanza naturalizando formas de desprecio social, étnico y cultural. Es un racismo de los hábitos que no llega a ser consciente de su abyección. Esta forma del desprecio abarca a millones de personas en el mundo que carecen de la lucidez y la formación para asumirse como tales.
Mucha gente que no votaría a un partido neonazi, irradia ese racismo inconsciente que deforma la percepción “del otro”. Suelen tener entre sus hábitos hablar de “negros de mierda” o referirse a nacionalidades vecinas como sinónimos de inutilidad o delincuencia.
Existe el racismo cultural que Houston Stuart Chamberlain abonó con su libro “Fundamentos del Siglo XIX”; el de Richard Wagner popularizando con su obra musical el mito de la raza aria; el doctrinario, que Hitler describió en “Mi Lucha” y luego convirtió en industrialización del exterminio; el que expresa la antropología racial de Hans Günter y también la entelequia con la que Alfred Rosenberg presentó una teoría racista como filosofía de la historia.
Aunque el racismo silvestre no lo entienda, en los hechos cree en el “rasengenbunden”, teoría según la cual las facultades mentales y morales de las personas dependen de su raza.
Las dirigencias del rugby llevan tiempo implementando acciones para combatir esa deformación también presente en otros deportes y áreas de la sociedad. Ocurre que la arrogancia agresiva de muchos rugbiers aportó a otra visión deformada, que es la estigmatización de ese deporte. El resto paga injustamente el alto precio del estigma.
La infección abarca muchos espacios y deportes. Resulta hipócrita no verlo.
Una vieja muestra de lo que es habitual en las tribunas y ambientes del fútbol, fue el festejo de los jugadores de Independiente cuando salieron campeones hace 18 años y cantaron en el vestuario “Boca está de luto porque son todos negros putos de Bolivia y Paraguay”. Espantoso combo de homofobia, racismo y xenofobia que no tuvo repudios ni sanciones y los medios pasaron por alto, aunque eso no resta gravedad al problema en el rugby.
La verdadera derrota de Los Pumas ante los All Blacks no estuvo en el 38 a 0 del marcador, sino en el tributo que los neozelandeses hicieron a Maradona antes del ritual haka, y que la UAR la dirección técnica y el equipo olvidaron preparar. Ni siquiera reaccionaron improvisando algo cuando el capitán neozelandés, Sam Cane, extendió en el césped la camiseta negra con el 10 y el nombre Maradona.
Pero esa derrota en el estadio australiano de New Castle no fue la peor. Fue sólo una negligencia. La peor derrota llegó cuando se difundieron los tuits cargados de desprecio étnico y social que publicaron hace ocho años Pablo Matera, Guido Petti y Santiago Socino. Ésa sí fue una caída deshonrosa.
Es posible que hayan crecido en inteligencia y humanidad. En tal caso, podrán calibrar la aberración de aquellos tuits. Si es así, entenderán la importancia de convertir aquel error adolescente en alarma que alerte a tanta gente sobre el racismo doméstico que naturaliza.
Aunque al escribirlos hayan sido adolescentes, ahora no reaccionaron con la única autocrítica aceptable: repudiar aquellos comentarios dejando en claro que son obtusos y aberrantes.
*El autor es Politólogo y escritor.