Bernardino Rivadavia fue el primer político en dar a las mujeres un espacio fuera del ámbito doméstico, creando la primera Sociedad de Beneficencia del país y colocándola en las manos de señoras destacadas.
Cabe destacar que sus reformas incluyeron una de carácter eclesiástico que perjudicó notablemente a la Iglesia católica. Como era esperable muchas familias de la elite porteña le dieron la espalda. Por este motivo no conseguía mujeres para el espacio creado. Recurrió entonces a su amiga Mariquita Sánchez, ya viuda de Thompson y casada en segundas nupcias con Washington de Mendeville.
En total fueron trece las valientes mujeres que aceptaron, entre estas estaba la esposa de Viamonte, una hija de Azcuénaga y Pepa Ramos Mexia, que escribió entusiasmada a Mariquita:
“Querida amiga: muy agradecida a su finesa de contarme entre ese número tan escogido de sus amigas y para tan bellos fines. (…) ¡qué éxitos los suyos! Sabe lo que se hace el señor Rivadavia poniendo en sus manos su destino con la más difícil de las tareas de escoger, convencer y allanar voluntades”.
Este fue el primer gran paso para la existencia de instituciones similares en el resto del país. Espacios que tuvieron mucha relevancia social y constituyeron los primeros escenarios públicos femeninos. Allí, las mujeres -además de hacer caridad- saboreaban autonomía.
Nuestra provincia no fue la excepción. En agosto de 1900, la revista Caras y Caretas cubrió uno de los eventos que protagonizaron:
“En la cárcel de Mendoza -señala el texto- los presos en ella reclusos estuvieron de fiesta no hace muchos días. Las damas que componen la sociedad de Beneficencia mendocina no han echado en olvido que los encarcelados son seres también dignos de compasión, y que buena parte de los filósofos modernos que se ocupan de derecho penal se han preguntado algunas veces si el hombre tiene derecho de privar de su libertad al hombre”.
Se trataba de una costumbre anual y ese año “repartieron algunos socorros de los fondos con que cuenta la asociación, aumentados con diversas donaciones. Durante ocho días los detenidos escucharon las pláticas de un sacerdote y terminada la misión se confesaron los que de ello manifestaron deseos. El mismo día en que fueron a arrodillarse ante el tribunal de la penitencia, se les sirvió un gran almuerzo costeado por la aludida comisión de damas. De esta manera, los presos, con el alma limpia de pecados y en espera de un mundo mejor, ven recompensada de una manera positiva su fe…”.
Investigar a estas mujeres y sus labores nos lleva a conocer una realidad totalmente ausente de los libros de historia, que en su mayoría consideran a las socialistas y/o feministas como las primeras que buscaron cambiar el mundo.
* La autora es historiadora.