El disparo policial que mató al adolescente de ascendencia magrebí, así como las voces que se multiplicaron en los medios y en las redes calificando de “africanos” a los jóvenes que quemaban autos y comercios, hizo que una pregunta inquietante recorriera Europa como el fantasma mencionado en el primer párrafo del Manifiesto: ¿es racista la sociedad francesa?
En el país de las ideas liberales que causaron la Toma de la Bastilla y la asamblea en la que debatían jacobinos y girondinos ¿es mayoritario el sector de la población que quiere marginar a los hijos de la inmigración magrebí?
En la cultura que alumbró la rebeldía humanista que levantó las barricadas del Mayo Francés, muchos consideran franceses a los afro-descendientes que triunfan en el fútbol, como Kylian Mbappé, pero a los que protestan contra la represión de rasgos racistas los consideran “africanos”, aun sabiendo que nacieron en Francia.
Durante el régimen de Vichy, un sector significativo de la sociedad apoyó al gobierno impuesto por el III Reich que encabezó el mariscal Petain y deportó masivamente judíos a los campos de concentración, pero la mayoría de los franceses fueron anti-nazis y tuvieron el corazón con los maquis.
En los días de ira y fuego que siguieron al asesinato del adolescente de ascendencia magrebí, los que apedreaban vidrieras y encendían automóviles como si fueran antorchas eran jóvenes que quedaron en un “no lugar” cultural. Son hijos y nietos de inmigrantes llegados desde Argelia, Túnez y Marruecos, pero no sienten pertenecer a la cultura musulmana y nor-africana de sus padres y abuelos, mientras que se sienten rechazados por la cultura del país donde nacieron.
Esos jóvenes que protestan violentamente contra el racismo que expresa la represión policial crecen en los “banlieue”, suburbios pobres que representan el vacío identitario. Son las aguas estancadas donde los imanes fanáticos buscan pescar las bombas humanas que hace estallar el terrorismo jihadista.
No son islamistas los jóvenes de ascendencia africana que salen a protestar cada vez que algo detona sus sentimientos de marginación.
Las banlieue son diferentes a los barrios norteamericanos a los que los inmigrantes dieron su identidad cultural: Chinatown, Little Italy, Pequeña Habana etcétera. Las banlieue son espacios huérfanos de identidad. En esa “nada identitaria” crecen generaciones que, sin más marco que el vacío, tienen dificultades para integrarse en el sistema educativo y en el mercado laboral.
En tal intemperie crece la sensación de que la cultura francesa y las clases acomodadas sienten desprecio por esos habitantes de la nada.
Se sienten en un “no lugar” cultural, que no es igual a los “no lugares” que describió el antropólogo Marc Augé. Pero es más desolador.
La homogeneidad blanca que predomina en la clase dirigente parece dar la razón a ese sentimiento desolador. Como señala el politólogo Andrés Malamud, basta mirar la otra costa del Canal de la Mancha para ver lo que falta en Francia. Aun lejos de haber resuelto todos los problemas de la inmigración, Gran Bretaña tiene como primer ministro a Rishi Sunak, descendiente de indios que al asumir juró por el Bhagavad Gita, un texto sagrado del hinduismo.
El alcalde de Londres es Sadiq Khan, hijo de paquistaníes y musulmán, igual que el primer ministro de Escocia, Humza Yousef. Por el contrario, la clase política francesas es más homogéneamente blanca.
¿Implica esto que en Francia predomina el racismo? No. Pero ese sentimiento aberrante crece en los sectores acomodados bajo influencias como la de Eric Zemmour, autor de libros como “El suicidio francés”, donde sostiene que la decadencia de Francia comenzó en 1970 y establece entre las causas de esa decadencia sostenida a la inmigración africana.
También gravitan teorías como la de “el gran reemplazo”, mediante la cual Renaud Camus sostiene que las sociedades europeas están siendo reemplazadas por inmigrantes que llegan desde el Medio Oriente y África.
Paralelamente, discursos derechistas como el de Marine Le Pen inyectan en las clases trabajadoras temor a que los inmigrantes les quiten sus empleos y hagan caer aún más sus niveles de vida. Ese sentimiento no es racismo, sino miedo. Pero el efecto es similar.
Aún así, los franceses que adhieren a esas abyecciones no son la mayoría. En 1961, De Gaulle realizó el referéndum para que los franceses decidan si Argelia debía seguir siendo colonia de Francia o convertirse en un país independiente. El 75 por ciento votó contra el colonialismo y por la independencia de Argelia.
En similares términos porcentuales se divide la mayoritaria facción antirracista y la minoría que supura sentimientos de desprecio racial y cultural. Esa minoría intensa para la cual Mbappé es francés pero el joven que tira piedras en la Banlieue “es africano”, conserva mucha influencia y a veces aprieta el gatillo policial contra los de piel oscura.