Frío versus clases presenciales

Tanto Argentina como Mendoza tuvieron tiempo de ver lo que sucedía en otras ciudades del mundo para anticiparse y no esperar a que las bajas temperaturas llegaran para tomar cartas en el asunto.

Frío versus clases presenciales
Una docente maipucina capturó la realidad que sus alumnos viven con los días de frío en las aulas y las ventanas abiertas.

Las bajas temperaturas y las clases presenciales han sido tema de conversación durante toda la semana. Cada uno expresa su opinión. “Tal vez, durante el invierno las clases deban ser todas virtuales”, propuso un estudiante de segundo año de la secundaria.

O tal vez se podría estructurar la presencialidad durante las horas más cálidas del día, más o menos de 10 a 16.30, para minimizar el impacto del frío de la mañana temprano o del atardecer del invierno. Aunque pueden suceder dos cosas. Por un lado, el horario presencial se vería reducido en el día. Por otro, las escuelas con dos turnos, en vez de tener semana por medio presencial o una semana cada dos, dependiendo de la cantidad de burbujas deberían duplicar el tiempo de la llamada virtualidad.

La virtualidad, como tal, podría estar existiendo en algunos colegios -la mayoría privados- que tienen una comunidad educativa con acceso particular a internet y dispositivos. Está claro que es del bolsillo de cada docente y de cada familia que, así como antes disponía de un presupuesto para útiles escolares, ahora además debe prever una conectividad más o menos decente y algún aparato que permita dar/tomar clases virtuales.

En el resto de las escuelas se podría decir que se trata de “educación remota” y que su principal objetivo es no perder el contacto con los alumnos y seguir brindando algún conocimiento.

“Considerar que la educación remota y virtual son iguales es un error en el que cualquier persona puede incurrir. Aunque ambas metodologías poseen características similares, a grandes rasgos, las diferencias son notorias. La educación virtual es personalizada, autónoma y cuenta con plataformas para la creación de contenidos basados en las necesidades de un público objetivo”, advierte un artículo de la revista Educación Virtual, que agrega que este aprendizaje está basado en la experiencia digital.

En cambio, define a la educación remota como la adaptación de los sistemas educativos presenciales. “En la asistencia remota se establecen tiempos de conexión, se parametriza un sistema de calificación escrita y se dejan un sinnúmero de trabajos”, especifica.

De todos modos, este debate sigue abierto y es transversal a la coyuntura. Ahora la discusión es sobre las bajas temperaturas, los protocolos y la confortabilidad para aprender.

En los últimos días, trascendieron imágenes de estudiantes y docentes envueltos en mantas para soportar la ventilación cruzada. Algunas fotos fueron realmente de Mendoza, varias de diferentes provincias argentinas y otras originalmente fueron tomadas en España y se utilizaron como fake news para viralizar por los grupos de WhatsApp.

Entre los comentarios en redes sociales, circuló un mensaje tituladoFrío de empatía que invita a vivir la experiencia de la jornada escolar. “Mañana levantate temprano, vestite como si fueras a trabajar (abrigate que va a hacer frío). A las 8 de la mañana en punto, abrí todas las ventanas y puertas de tu casa... Sentate y ponete a trabajar. Agarrá una hojita en blanco y anotá. Realizá un registro detallado de tus experiencias...”, sugiere el escrito con diferentes ítems para completar.

El tema se viraliza ahora que el frío llegó al Gran Mendoza, pero hace rato que lo viene padeciendo chicos, chicas y docentes que viven más allá del cinturón urbano y rural que ajusta nuestro ombligo. Ya exponía la inquietud una columna de Los Andes escrita por Marcelo Zentil el 25 de abril.

Mientras muchos tienden a normalizar las mantas como parte del atuendo escolar (¿a alguien ya se le ocurrió la frazada de la promoción para completar el kit de remera, buzo y tapabocas?), otros “romantizan” la foto del chico estudiando al lado de una fogata entre los viñedos.

Ambas son realidades que nos deben llamar la atención. Está bien ser resiliente y avanzar pese a las dificultades. Está mal, y es negativo para el crecimiento de la sociedad y el progreso del país que las carencias produzcan acostumbramiento. En mi juventud, me conmovieron las palabras de un adolescente que solía cuidar autos en la UNCuyo. “Para qué voy a tener frío si no tengo con qué abrigarme”, decía con un bucito de verano en pleno invierno mientras yo iba con guantes, campera y bufanda.

Desde aquellos ’90 hasta hoy, muchos más mendocinos padecen carencias. Y se agravó más en los últimos años. Lo muestra el informe del Observatorio de la Deuda Social Argentina Sede Mendoza que reflejó Los Andes el último domingo de abril. “La pobreza multidimensional, que en Mendoza llega al 36,7% de la población, son pobres por ingresos y presentan una o dos carencias de derechos”, dice la nota firmada por Gastón Bustelo, a la vez que especifica que “la pobreza estructural llega al 12,4% de la población mendocina”.

Esos porcentajes representan a miles de niños que no cuentan con una vivienda digna y/o no tienen servicios básicos y/o no están rodeados de un ambiente saludable y/o no acceden a educación.

La escuela -se ha comprobado- es una herramienta fundamental para generar mejores condiciones de vida en la sociedad. Sin embargo, esa escuela también debe brindar condiciones óptimas para que se pueda dar ese proceso de enseñanza-aprendizaje.

Como toda experiencia a lo largo de la pandemia, Argentina y Mendoza tuvieron la oportunidad de ver lo que sucedía en otros lugares. Lo que no se entiende es que -con tantas notas que reflejaron las consecuencias de las bajas temperaturas en las escuelas con la ventilación cruzada y el reclamo de ciudadanos de otros países por las imprevisiones de las autoridades escolares- en estas latitudes se haya repetido el escenario.

Recién esta semana que pasó, José Thomas salió a decir “pueden prender las estufas” y desde el Gobierno se llenaron la boca anunciando que habían depositado 7,5 millones de pesos para que cada institución pueda poner en condiciones sus estufas. En realidad, los directivos podrán hacer uso de ese dinero a partir de mañana.

Una vez más, los anuncios llegan tarde. En varias reuniones de equipos directivos, el tema de qué hacer cuando comenzaran los fríos se planteó en marzo, cuando el otoño todavía era veranito. Entonces, la respuesta era un signo de pregunta...

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