Hace un cuarto de siglo, en 1998, llegaba a Buenos Aires Edmundo González Urrutia, el actual presidente electo de Venezuela, para ocupar la embajada en Argentina. El presidente era Carlos Menem en el final de su segundo gobierno. Llegaba como representante diplomático del presidente Rafael Caldera, un dirigente tradicional de la Democracia Cristiana -entonces expresión del centroderecha venezolano-, que ya había sido presidente anteriormente. Era un diplomático con mucha experiencia por los destinos que había ocupado en la diplomacia de su país. También era un jurista interesado en los temas públicos. Pero mostraba a su vez un interés y una sensibilidad para comprender la política, a la que se refería con términos moderados y precisos.
Meses después tiene lugar el triunfo electoral de Hugo Chávez en su país. No se trato de una sucesión presidencial simple, como había sucedido con sus predecesores durante décadas. Era un fenómeno político disruptivo que derrotaba a un sistema partidario que había gobernado en alternancia su país durante décadas. González Urrutia se mostraba entonces comprensivo respecto al cambio político que había tenido lugar en su país -como resulta lógico para un diplomático profesional-, el cual trataba de explicar.
La primera gestión de González Urrutia en el gobierno de De la Rúa, fue la visita al país del entonces vicepresidente de Chávez, Isaías Rodríguez, un político veterano que provenía del partido Acción Democrática. Se trataba de una versión venezolana de la Socialdemocracia, del cual Rodríguez se había escindido años antes, para integrar un partido de centroizquierda. Chávez había buscado, al constituir con él su fórmula presidencial, dar un toque de “moderación” hacia la política tradicional. Rodríguez expresaba una versión del chavismo como un fenómeno nacional-populista, supuestamente alejada de las posiciones extremas. En este marco, el actual presidente electo de Venezuela vivió la crisis de 2001 y 2002, que fue una experiencia valiosa para un diplomático debajo del cual subyacía un interés por la política, que en ese momento parecía alejada de una vocación por ella.
En esos años se realizó un trabajo de investigación entre la Embajada venezolana y el Consejo Argentino de Relaciones Internacionales (CARI), en el que se recopilaron ochenta tratados bilaterales. Eran los firmados entre Argentina y Venezuela entre 1911 y 1999. González Urrutía decía en el prólogo: “De la lectura de este valioso material documental se podrán advertir las coincidencias y visiones compartidas por ambos países en materias que abarcan lo político, lo económico, lo social y lo cultural. En suma, aquí se reflejan las afinidades que han unido a Venezuela y la Argentina a través de casi dos siglos de historia”. Agregaba que la coincidencia de que el proceso independentista venezolano se había iniciado el 19 de abril de 1810 y que el mismo año, el 25 de mayo, se había iniciado el argentino.
En 2002 tiene lugar el golpe contra Chávez encabezado por mandos militares y empresarios destacados. Como es lógico, el embajador venezolano en Buenos Aires se manifiesta a favor de la estabilidad institucional. También lo hace el entonces presidente Eduardo Duhalde y la mayoría de la dirigencia política argentina. Pero poco tiempo después González Urrutia es relevado de su cargo. Convergió en ello que llevara cuatro años en el cargo, pero también que su moderación no encajaba con la dirección que iba tomando el chavismo.
Al poco tiempo González Urrutia es excluido en forma definitiva del cuerpo diplomático venezolano. Comienza a dar graduales pasos para integrarse a la oposición en gestación y se convierte en el asesor de la oposición en temas argentinos, entre otros. Tiempo después visita el país Corina Machado. Consultada por González Urrutia, señaló que era una expresión de la oposición más moderada que ella. Cabe recordar entonces que era considerada tanto en Estados Unidos como en medios económicos, como una dirigente peligrosa por su grado de radicalización. Estos sectores optaban entonces por figuras que sucesivamente fueron Henrique Capriles, Leopoldo López y Juan Guaidó.
González Urrutia acompañó los diversos intentos de unificar la oposición venezolana, y en el más reciente asumió un discreto rol como asesor en temas jurídicos e internacionales. Para la mayoría de los venezolanos fue una sorpresa que Machado lo eligiera como candidato para sustituirla en la candidatura presidencial. Ahora, el moderado diplomático asume conscientemente los riesgos que implica su liderazgo compartido con Machado en un momento crítico.
En las próximas horas se encontrará en un momento crucial: cuando corre el riesgo de ser detenido con un horizonte incierto por delante, ha decidido quedarse en el país, ratificando su compromiso cívico y político. No es una circunstancia, sino un destino que ha elegido.
* El autor es Director del Centro de Estudios Unión para la Nueva Mayoría.