Elogio de la negociacion y de los pactos. Están inscriptos en la esencia de la naturaleza humana.
Vivir es pactar, llegar a acuerdos con uno mismo y con los demás, establecer prioridades, aprender a renunciar a todo para obtener una parte suficiente de lo que se desea, sentarse a hablar, negociar, romper la negociación como medida estratégica para reanudarla, tirar de la cuerda lo justo para tensarla sin que se rompa, volver a sentarse, volver a hablar, llegar por fin a un pacto.
Los niños y las niñas aprenden a pactar antes que a leer y a escribir. En las asambleas que se celebran a diario en las aulas de los Jardines de Infantes o Maternales, les enseñan a negociar con sus deseos de intervenir, a ceder la palabra a los demás, a aceptar turnos y compartir recursos sin sentirse frustrados ni fracasados por no acaparar todos los materiales, todo el protagonismo.
No es un aprendizaje relacionado con la urbanidad o la cortesía, sino una enseñanza imprescindibles para madurar, para que lleguen a ser felices, a vivir en equilibrio con la sociedad y consigo mismos, porque irremediablemente tendrán que pactar para hacer amigos, para conseguir un trabajo, para atraer a las persona de quien se hayan enamorado, para criar a sus hijos.
Nuestros políticos y los pactos
Todo lo dicho resulta evidente para cualquiera menos para los líderes políticos de nuestro querido y sufrido país. Así los pactos, ese imprescindible instrumento de la civilización, se convierten en una encarnación demoníaca para esos líderes.
Ellos, y me refiero a la ex presidenta y al ex presidente, lideres ambos de sus respectivos espacios políticos, y a sus seguidores más acérrimos, no pueden acordar nada, no solo no se pueden hablar sino ni siquiera se pueden saludar.
No importa la feroz e imprevista pandemia que padecemos, o el impúdico e inexplicable incremento de la pobreza y de la inflación o la falta de crecimiento económico. Males estos últimos que ninguno de ellos pudo en sus respectivos mandatos de los últimos diez años mejorar o impedir que crecieran.
Nada importa mas que su guerra, porque el otro, los otros, son el mal, la anti patria, los delincuentes. Los empobrecidos, los desocupados, los que perdieron su emprendimiento.
Estos somos la inmensa mayoría de los argentinos, en medio de esta guerra que no es la nuestra, aunque sea sobre nuestro destino como Nación.
Bueno es reflexionar que esta guerra solo se sustenta porque hay demasiados que se embanderan tras estos líderes. Ellos solos no tienen destino, solo existen por sus seguidores. Dejémoslos solos.
Nuevos líderes
¿No será momento de que los empobrecidos, los desocupados, los que perdieron su emprendimiento y los que estamos hartos de estar hartos creemos nuevos líderes?
Nuevos líderes que expresen nuestras lógicas diferencias de pensamiento, de intereses, de creencias, filosofía, ideología, pero que entiendan que los políticos son aquellas personas de alta sensibilidad por los problemas de sus conciudadanos, que tienen la decisión de contribuir con sus capacidades a la mejora de las condiciones de vida de los demás, el impulso de sacrificar el propio bienestar para luchar contra la injusticia, la ineptidud y la corrupción que impiden el bienestar de la mayoría.
Y para todo ello como los niños y niñas de nuestros jardines y como todos nosotros en nuestra vida diaria aprendan a pactar para conseguir esos objetivos.
Plagio
Aclaro que las líneas que preceden, a excepción de las referencias a nuestra realidad, son copia textual de un artículo publicado por la excelente escritora Almudena Grandes en una de sus columnas para el País Semanal de España.
Hago esta aclaración no solo para no incurrir en un imperdonable plagio, sino para que sepamos que males como estos no son solo de nuestra Argentina.