En el día de su asunción como presidenta del Partido Justicialista nacional, Cristina Fernández de Kirchner se dedicó a desmenuzar el discurso que dio Javier Milei con motivo de su primer aniversario como presidente de la Nación. Quizá la frase más sugestiva es aquella en donde la dama dijo que “hay que darse cuenta de que hay una aceptación de la sociedad de un ejercicio de ajuste violento sobre ciertos sectores”. La opinión menos “peronista” de su alocución. Es bastante raro que quién piensa doctrinariamente que el pueblo nunca se equivoca, ahora admite que gran parte del pueblo aceptó un gobierno en contra de sus intereses.
Lo que no se pregunta la señora ex-presidenta de doble pensión, es a qué se deberá ese extraño “pueblo masoquista” que goza con el sufrimiento que le infringen . Y no se lo pregunta porque si, en una de esas, la culpa no fuera de que el pueblo se equivocó, lo más seguro es que la que se equivocó fue ella y los suyos, quiénes con sus políticas económicas hegemónicas durante casi veinte años nos condujeron al desastre que llegó al paroxismo a fines del año pasado.
Es posible -tal como dice Cristina- comparar las similitudes parciales -sólo parciales- entre el actual plan económico con la tablita financiera de Videla-Martínez de Hoz y con la convertibilidad de Menem-Cavallo, sobre todo en eso del dólar bajo y por ende el peso sobrevaluado, que nunca ha terminado bien en la Argentina (ni la plata dulce, ni el deme dos ni el veraneo casi gratuito en Miami son cosas positivas), porque es cierto que ese es el gran desafío final que deberá afrontar el plan de Milei y allí demostrará si entramos en una etapa nueva o seguimos en el ciclo de la eterna repetición. Pero, por ahora, su plan económico es una clara respuesta no a esos peligros del pasado lejano sino al del pasado cercano, o sea, a la bomba atómica que lanzaron los kirchneristas sobre el país con el programa que empezó Néstor Kirchner en su presidencia (en particular luego de la partida de su ministro de Economía, Roberto Lavagna) cuando la inflación, como el huevo de la serpiente, comenzó a renacer en el país para yo no irse más hasta la implosión de 2023.
Entonces, contra la lógica de que es el pueblo el que se equivocó al elegir a Milei, nosotros afirmamos que los que equivocaron fueron los kirchneristas al crear todas las condiciones económicas (aparte de las políticas, institucionales y culturales, pero esas son otras historias que hoy no trataremos) para que el actual plan económico parezca (al menos hasta ahora) infinitamente más racional que el de los gobiernos K.
Todo empezó cuando en 2005, al asumir Felisa Miceli como ministro de Economía en reemplazo de Lavagna dijo que un poco de inflación siempre es positiva para reactivar la economía, si se la controla. Con esa definición abrió las puertas del infierno que ya no cerrarían. Es lo mismo que decirle a un alcohólico recuperado que si se limita a tomar una copita de vino chiquitita todos los días, no hay problemas.
Pero esa frase delirante de la irresponsable ministra que quizá ni supiera a lo que estaba conduciendo, era apenas la expresión en la superficie de una idea mucho más profunda sobre la inflación que siempre defendió, y sigue defendiendo el kirchnerismo. La idea teorizada hasta el hartazgo por el banquero peronista (ex militante del partido comunista), Carlos Heller, de que la emisión monetaria o el déficit no tienen nada que ver con la inflación, sino que la misma es nada más que el efecto de la puja redistributiva que toda sociedad realiza, a través de la cual se observa qué sectores de la misma son los más beneficiados y quiénes los más perjudicados. Para Heller si la inflación la desata un gobierno neoliberal es para sacarle ingresos a los sectores populares a favor de los concentrados, entonces allí es mala, es negativa. Pero si la inflación la produce un gobierno popular es positiva porque redistribuye a favor de los de abajo restringiendo a los de arriba. Y para eso, la emisión monetaria y el déficit fiscal son herramientas que si se las utiliza adecuadamente pueden conducir la inflación a mejorar la economía popular.
Esa monstruosidad ideológica llevó a lo que todos vimos hace apenas un año. No fue la implosión de la convertibilidad neoliberal, sino la implosión de cuatro gobiernos peronistas que creyeron en la inflación como herramienta de combate contra el neoliberalismo. Se olvidaron incluso de esa frase de Perón acerca que cuando hay inflación los salarios suben por la escalera y los precios por el ascensor. Quisieron, incluso contra el peronismo clásico (que generó inflación pero no la reivindicaba como positiva), inventar una nueva ley de gravedad: la inflación nacional y popular. La inflación al servicio de los más humildes. Porque, la misma inflación que en un gobierno neoliberal es antipopular, en un gobierno popular es popular. Los resultados están a la vista.
En ese sentido, la decisión del gobierno de Milei de librar la lucha contra la inflación siendo inflexible, principalmente, con la emisión monetaria y el déficit fiscal es una muy buena decisión. Los anteriores intentos antiinflacionarios mantuvieron, por razones más políticas que económicas, una alta emisión y un alto déficit. Ahora, y esto es tan económico como cultural, se está tratando de imponer la idea de que gastar más de lo que se tiene siempre es negativo. Una idea muy metida en el inconsciente argentino, en su “prodigalidad”. Y que la clase política en general expresa a la perfección.
La otra “genial” propuesta kirchnerista, proviene de mucho antes de que sus gobiernos surgieran pero que estos progre-peronchos llevaron al paroxismo: la idea de reemplazar las instituciones por las corporaciones, o más bien dicho, de transformar a las primeras en las segundas. Y eso tanto en lo económico, como en lo político, como en lo cultural. Su expresión personalizada es la figura del “industrialista” Ignacio de Mendiguren que estuvo en todos los gobiernos peronistas de este siglo como garante de la defensa de una industria subsidiada eternamente improductiva, precisamente por ser subsidiada eternamente. El enfrentamiento del gobierno contra el campo de 2008 tiene que ver mucho con esa idea de que el campo productivo debe subsidiar a la industria que justo por ser subsidiada así, se vuelve improductiva.
Es cierto que todos los gobiernos liberales criticaron esa concepción industrialista de la sustitución de importaciones que no analiza la competitividad de nuestras industrias, debido a esa otra absoluta tontería que defendía Aldo Ferrer de “vivir con lo nuestro”. Algo que estuvo mal siempre, pero horrible en un mundo globalizado. Sin embargo, lo que le ha agregado la gestión Milei es el primer intento estructural de desregulación mediante el enorme paquete elaborado y en parte ejecutado por el ministro Federico Sturzenegger. Antes siempre se habló de ello pero los intereses corporativos una y otra vez lo frenaron. Ahora la pelea es mucho más pareja porque el gobierno tomó una decisión de atacar el tema integralmente.
Eso es lo que Cristina se niega a ver, que la inflación a lo Heller y el corporativismo a lo Mendiguren, son dos de las grandes ideas fuerza que los cuatro gobiernos K adoptaron, con prisa y sin pausa. Que nos llevaron al desastre. Y que son las que inevitablemente produjeron la consiguiente reacción que expresa el gobierno de Milei. No sabemos cómo le irá, pero por ahora parece estar poniendo mucho más énfasis en desregular, no emitir y no tener déficit que todos los anteriores gobiernos de ideas similares. Por lo tanto, aunque sea transitorio, merece un crédito.
No obstante, lo cierto es que el otro problema sigue en pie y no parece que será fácil solucionarlo: el de un peso sobrevaluado en un mundo donde se está revalorizando el dólar, y todo indica que con Trump esa tendencia se incrementará. Además, de acuerdo a la cultura inflacionaria argentina (esa que con todo empeño Cristina sigue defendiendo), hacer una devaluación puede trasladarse inmediatamente a los precios, como no ocurre ni en Chile ni en Brasil, por citar a dos países vecinos. Y quizá no tanto por razones económicas, sino por razones culturales. Es allí entonces donde hay que dar la batalla cultural, y no en esas pavadas de querer convertir a la Argentina en el faro anticomunista y antizurdo mundial. Por eso, aunque a Milei le vaya bien en el combate contra la inflación, si no encuentra el camino para tener un tipo de cambio competitivo y se enamora del dólar barato, le puede pasar como a Menem. Es cierto que ha tomado medidas restrictivas que Menem no tomó, y eso le da un gran respiro, pero a la larga no será suficiente. Es ridículo decir que los salarios y las jubilaciones en este año en la Argentina aumentaron dos o tres veces en dólares, cuando su poder adquisitivo no aumentó absolutamente nada e incluso bajó.
Hay infinitas críticas que se le pueden hacer al gobierno de Milei, muchas de las cuales hicimos en notas anteriores y seguiremos haciendo en futuras opiniones sobre el primer año de mandato, pero los principalísimos motivos de mantener su popularidad luego de un año de ajuste brutal es porque hay un resultado que se está viendo: la baja notable de la inflación. Y otro que se está desarrollando de a poco aunque se note menos: una desregulación profunda que podría devenir en una reforma estructural de las instituciones argentinas si Sturzenegger no cae víctima de las internas gubernamentales.
Aceptemos que Milei insiste demasiado en que con él se abre una nueva etapa prolongada en el país, pero que a la vez no queda claro, salvo por la negativa, cuál es el proyecto real de Nación que nos propone. Aunque, para el primer año, con haber sido un anti-Heller y un anti-Mendiguren y por lo tanto, haber herido el corazón económico del kirchnerismo, es un mérito que se le debe reconocer.
* El autor es sociólogo y periodista. clarosa@losandes.com.ar