Podríamos definir al ideologismo como la degradación, la vulgata de las ideologías, llevarlas hacia un extremo ridículo. Y si, para colmo, las ideologías son viejas, si son restos que sobreviven de un sistema político arrasado por la historia, peor aún. Ese ideologismo es el que va llevando al gobierno nacional a tomar decisiones cruciales con infinita irresponsabilidad.
Muchos creen que detrás de la fundamentación ideologista de cualquier acción hay una secreta explicación económica, sin analizar debidamente que en la historia del siglo XX las ideologías extremas, consideradas como sistemas cerrados y absolutistas, hicieron más daño que los intereses económicos, porque estos tienen la racionalidad de sus propias conveniencias, que hace que alguien puede ser enemigo hoy y amigo mañana. Mientras que la ideología fundamentalista es una guerra demoníaco celestial, donde los enemigos son de una vez y para siempre. En concreto, el sectarismo ideológico, cuando es la causa última de una decisión, no tiene ninguno de los límites que poseen las conveniencias materiales.
Y en estos últimos días, muchas de las políticas esenciales del gobierno nacional han estado dominadas por ideologismos de todo tipo, algo que además viene de mucho antes.
Basta ver las fundamentaciones que dio Cristina Fernández para explicar el inexplicable (si se prescinde del ideologismo) pacto con Irán donde se proponía que víctimas y victimarios llegaran a un acuerdo. Ahora los alegatos de la expresidenta prefieren hablar de una conspiración de Macri y los jueces contra ella, porque sabe que defender ese pacto es imposible. Lo de Irán fue el error (o el horror) más grave de la era K. Consideraba liberador a un régimen jurásico. Como los iraníes eran amigos de todos los bolivarianos amigos de Cristina, en particular de Chávez y Correa, y como los iraníes se enfrentaban al imperio yanqui, Cristina supuso que para conducir el eje regional “revolucionario” en América Latina (la herencia que supuestamente le dejaba Chávez), debía reconstruir relaciones con Irán. Entonces no tuvo mejor idea que inventar un pacto por lo del genocidio de la AMIA, porque sin solucionar ese tema era imposible acordar. Se trataba, de hecho, de un indulto a los principales sospechosos del crimen. Sin pies ni cabeza, el ideologismo explica mucho más el pacto con Irán que alguna razón de intereses económicos, aunque puede haberla habido.
En la misma lógica se identifica la defensa actual del gobierno cubano frente a la inmensa rebelión popular que lo tuvo unos días en jaque hasta que la represión la detuvo por ahora. Argentina se alineó detrás de los herederos del castrismo sin el menor asomo de crítica a sus acciones.
La política internacional de Alberto Fernández varió desde unos inicios donde parecía querer aliarse con socialdemocracias razonables como las de México o España, a una defensa de todas las dictaduras del mundo con apariencia de izquierdas en nombre de una falsa autodeterminación que el gobierno argentino aplica a unos países sí y a otros países no. Hoy el oficialismo calla frente a todos los atropellos gubernamentales en Nicaragua, Venezuela y Cuba. Y sólo hace valer la defensa de los derechos humanos en los gobiernos que considera de signo opuesto al suyo. Lo que absolutamente nada de nada tiene que ver con la defensa de los intereses nacionales de la Argentina, sino con el más irracional de los ideologísmos.
Pero si hay algo que está pletórico de ideologismo es todo lo esencial que ha ocurrido con el manejo político de la pandemia donde desde el principio los prejuicios dogmáticos se impusieron al intento de realizar una gestión eficiente y pragmática.
Tan cerrada fue la posición, que en vez de intentar aprender lo mejor que se aplicaba en el mundo en este tema donde todos estamos experimentando, lo que se hizo fue criticar a otros países con los cuales nos comparamos para demostrar lo exitoso de nuestro experimento. No para aprender sino para enseñar.
No hay frase más cubierta de ideologismo que el fallido quizá más grande pronunciado jamás por un presidente argentino: decir -como afirmó Alberto Fernández- que prefería un 10% más de pobres (en un país con más de un 40%_de pobres) que cien mil muertos. Cuando se cometen temeridades irresponsables como esos pronunciamientos, lo que suele ocurrir es lo que aconteció aquí, donde en poco más de un año produjimos ese 10% más de pobres y a la vez superamos los cien mil muertos. Y eso es porque se estableció una contradicción falsa, la de creer que ambas cosas se contraponían. Eso cegó al presidente para tomar decisiones pragmáticas que fueran variando de acuerdo a los cambios de la realidad, como hicieron los países más sensatos. Nosotros fuimos la contracara del Brasil. Bolsonaro desde siempre dijo que prefería salvar la economía antes que pensar en las consecuencias mortales de la pandemia. Acá se dijo que si la salud obligaba a quebrar el país, que quebrara. Dos concepciones maniqueas del todo erróneas que en un lado condujeron a un aperturismo criminal y en el otro a una cerrazón desmesurada, basada más en la ideología que en los datos, porque el cristinismo supone -ideologizadamente- que en momentos de peste encerrar es liberar y abrir es matar.
Al final ambas concepciones obtuvieron más o menos los mismos resultados, los dos entre las peores del mundo. No es casualidad, es el efecto de la misma causa, aunque las ideologías estén en las antípodas.
Cuando estábamos saliendo de la cuarentena porque iban llegando las vacunas, otra vez el ideologismo prendió fuerte en las usinas del poder y ahora se empezó a discutir sobre el sesgo ideológico del origen de las vacunas. Se entendió la producción de las mismas como opciones geopolíticas donde el carácter político de los países determinaba el carácter de las vacunas. Créase o no.
Esta semana apareció un mail revelador donde una asesora técnica del gobierno (que de política debe saber cero, pero seguramente escucha a los que dicen que sí saben) le pidió a los rusos que manden las vacunas faltantes para salvaguardar el “proyecto” compartido entre ambos países a partir del efecto pandemia.
Primero, antes que interviniera Cristina, servimos de conejitos de indias de una vacuna norteamericana, pero luego la dejamos de lado para reemplazarla por otra vacuna de un capitalista argentino amigo (aquí parece haber primado el interés económico por sobre el ideológico, pero este debe haber sido una excepción) y al final cuando el capitalista amigo demostró la inutilidad que tienen todos los capitalistas amigos, alguien muy poderoso (a) definió el contenido ideológico de la gesta vacunatoria y se alió estratégicamente con un gobierno amigo antiimperialista (?), el ruso, que a la postre también nos viene fallando, porque la relación carnal la deseamos nosotros, pero ellos no tanto.
En suma, así vamos por el mundo, defendiendo ideas ajenas en vez de intereses propios. Defendiendo ideologías particularistas en vez de valores universales. Y, para peor, convirtiendo al ideologismo en la principal causa de todos los fracasos de gestión, por ineficiencia, claro, pero también por sostener una visión inmensamente alejada de la realidad.