Esta semana surgió el debate por la importación de vinos blancos realizada por Grupo Peñaflor. La discusión de fondo no estaba planteada sobre la cantidad de vino ingresada al país o el tipo de vino, sino sobre la influencia que esto puede tener en la expectativa de pago de precio de la uva a los productores. Principalmente, por lo que sucedió en la cosecha 2017, año en que se terminó importando vino.
Sin embargo, hay que reconocer que Argentina tiene un problema estructural. Según datos del Observatorio Vitivinicola Argentino, llevamos casi una década de caída de la superficie de las principales variedades blancas. Si miramos las uvas blancas más vendidas en el mercado interno, la baja es significativa. Así, de torrontés riojano, la variedad blanca mas vendida en el mercado interno (dato INV) se perdieron 532 hectáreas en 10 años. De la que le sigue, Chardonnay, se perdieron 750 hectáreas en el mismo periodo. Y en la misma sintonía hay 400 hectáreas menos de Sauvignon Blanc. La cuenta sigue y sigue...
El problema es que estas hectáreas se perdieron porque durante 10 años las bodegas pagaron muy poco por estos vinos. Es más, en algunos casos, directamente no compraban blancos. Por lo tanto, el productor tuvo que malvender o en otros casos cambiar el viñedo a otra variedades.
La falta blancos no apareció con la helada tardía de octubre ni va a desaparecer con una próxima vendimia con mejores condiciones. Tiene otras variables, que la industria debe tener el valor de trabajar y poner sobre la mesa.
Hoy existe un revival por el vino blanco, tiene más adeptos y (en menor medida que los tintos) ofrece opciones para los consumidores interesados en el vino y en portfolio mucho más amplio y que vaya más allá del malbec. La industria busca como siempre acercarse a los consumidores y es allí donde los blancos, tranquilos o base espumantes, tienen oportunidades.
Pero vale la pena preguntarse si esa oportunidad será para uvas producidas en el país o si vendrá de la mano de caldos producidos como commodities en cualquier parte del mundo.
Al fin y al cabo, sin una vitivinicultura integrada y con previsibilidad, es muy difícil sostener el negocio y comienzan a aparecer otras problemáticas. Pero es posible trabajar en el largo plazo si se mantienen algunas políticas standard.