En el país que amaneció el miércoles, ninguna persona está obligada a nada que no quiera o considere contrario a sus creencias. Al cabo de un debate que se dio por encima de la grieta, las mujeres argentinas tienen un derecho más.
En términos políticos, con la legalización del aborto Alberto Fernández obtuvo una bocanada de oxígeno para un gobierno que tose y se ahoga a cada rato, mientras que Mauricio Macri sumó otra derrota. Pero gracias a Martín Lousteau, Laura Rodríguez Machado, Luis Naidenoff y otros senadores de ese espacio, esta vez Macri no pudo arrastrar en su derrota a todo Juntos por el Cambio, como hizo en la elección presidencial. No fue una pulseada entre espacios políticos, sino transversal.
El otro derrotado es Jorge Bergoglio. En el tablero político nacional, en el que siempre jugó, el gobierno cuya formación apadrinó lo dejó pagando. También es una derrota para la iglesia y para las otras religiones que procuran imponer desde el Estado lo que no logran sembrar en la conciencia de sus fieles. Las dirigencias religiosas que intentan imperar sobre las leyes muestran voluntad de poder y fracaso como influencia positiva en las conciencias. Por cierto, en lugar de admitir esa naturaleza política y ese fracaso en las personas, atacan a quienes defienden la secularidad del Estado y la sociedad. Ya lo habían hecho, por caso, al oponerse con el mismo énfasis y similares anatemas al divorcio y al uso de preservativos y otros anticonceptivos.
La ley sobre interrupción del embarazo fue un debate transversal pero no ocurre lo mismo en otro debate crucial. En la oposición, Patricia Bullrich y Elisa Carrió hacen oportunismo irresponsable demonizando la vacuna rusa, aunque salva al espacio político Horacio Rodríguez Larreta reclamando diferenciar entre la crítica al manejo que el gobierno hace de la vacuna y los ataques a la vacuna en sí. Atacar la vacuna atenta contra la campaña de vacunación.
En la vereda oficialista también priman actitudes deplorables. Una cosa es defender la aplicación de una vacuna con explicaciones y otra cosa es hacer propaganda escenificando una épica absurda. Eso también atenta contra la vacunación.
En el mundo hay muchas actuaciones deplorables. Entre los casos de irresponsabilidad en niveles criminales se destaca Bolsonaro negando la gravedad del covid19, inutilizando el Ministerio de Salud, atacando el distanciamiento social y, finalmente, haciendo campaña contra las vacunas.
Hubo casos de irresponsabilidad delirante, como el autócrata bielorruso Aleksandr Lukashenko diciendo que el covid19 “se cura con vodka” y el déspota turkmeno, Gurbanguly Berdimujamedov, encarcelando a quienes dicen la palabra coronavirus y andan por la calle con barbijo.
En términos generales, Fernández estuvo entre los que actuaron responsablemente. El futuro mostrará en cuanto acertó y en cuanto erró, pero salvo deslices inaceptables como el funeral de Maradona, estuvo en la vereda de los responsables. Hasta la muerte del “10”, era más cuestionable hablar de “infectadura” y describir las cuarentenas como gulags. Pero también el presidente mostró la tentación de politizar la pandemia.
Habría sido mejor llegar a esta altura con muchas vacunas de distintos laboratorios, utilizando cada una a medida que sean autorizadas. Eso están haciendo muchos países. Pero el problema de la vacuna rusa es Vladimir Putin, por usarla para propaganda nacionalista y como ficha del tablero internacional. No debería llamarse Sputnik sino Gamaleya. La fortalecería llevar el nombre de una institución con prestigio de origen decimonónico. Gracias a ese centro de epidemiología y microbiología, Rusia fue en el siglo 19 el segundo punto mundial de vacunación contra la rabia. Otro motivo es el científico cuyo nombre adoptó el instituto en 1949. Nicolay Gamaleya hizo grandes aportes al desarrollo de vacunas. Llamarse Gamaleya sería lo lógico y lo mejor para la vacuna, pero Putin la bautizó con la palabra que remite a un triunfo soviético sobre Estados Unidos en la carrera espacial: el primer satélite puesto en órbita.
Es como si la vacuna de Pfizer se llamara Apolo XI, evocando la llegada del hombre a la luna. Como su nombre sugiere, la carrera espacial era una competencia entre potencias. Plantear en esos términos la lucha contra una pandemia es inmoral y perjudica productos que necesitan generar confianza.
Putin también perjudicó la vacuna anunciando avances aún no aprobados. Esos daños se vieron en Argentina, donde el gobierno añadió sus propios vicios propagandísticos. El más alarmante asomó en el relato que un canal oficialista hizo del despegue del avión que fue por las primeras vacunas. Con alto voltaje emocional en la descripción de la nave carreteando y levantando vuelo, el autor del genial relato del gol de Maradona a los ingleses parecía estar describiendo otra vez el “barrilete cósmico”.
*El autor es Politólogo y escritor.