Más allá de una presentación compleja y desordenada, el proyecto de Presupuesto 2023 tiene proyecciones con escasa relevancia por haber sido elaboradas bajo un supuesto de inflación irreal. Esto confirma que el desequilibrio fiscal se sigue profundizando. Contiene más de 4.800 páginas presentadas de una manera que dificulta la interpretación de este trascendental instrumento de política pública. A lo que se le adicionan inconsistencias y supuestos carentes de sustento. El más notable es que las proyecciones se hacen con el supuesto de que la inflación será el año próximo del 60% anual. Lo que no se explica es cómo se bajará la inflación desde el 95% proyectado por el propio Presupuesto para el corriente año al 60% que se usa en las proyecciones de ingresos y gastos para el 2023.
Según estimaciones del Ministerio de Economía, a través del proyecto presentado, el PBI en el 2022 será de $82 billones y el déficit primario de $2,3 billones. Esto significa que el déficit primario (sin considerar el pago de intereses) llegaría al 2,8% del PBI. Lo que muestra una reducción, respecto al 2021, de 3% del PBI. Lo que hace el Ministerio de Economía con estas proyecciones sirve para evaluar si se planea o no cumplir la meta fiscal con el FMI.
En tal aspecto, en el acuerdo con el FMI, se contemplaron metas nominales. Y en concreto, se estableció que el PBI para el 2022 sería de $70 billones, la meta para el déficit fiscal primario se acordó en 2,5% del PBI y que el déficit fiscal no tiene que superar $1,8 billones. Lo que muestran estos datos es que, suponiendo que las proyecciones se hicieran realidad, la Argentina incumplirá la meta de déficit fiscal en 2022. ¿Por qué? Mientras el acuerdo contempla un tope de $1,8 billones para el déficit fiscal primario, el Ministerio de Economía proyecta un desequilibrio de $2,3 billones. La diferencia se explica por el proceso inflacionario. Por esto, medido en términos del PBI, los desvíos son menos pronunciados.
En relación con las cuentas públicas, otro tema nada menor es el dólar soja. La manera natural de instrumentarlo hubiese sido eliminar las retenciones sobre las exportaciones de soja (registrado en la contabilidad pública como una pérdida de ingresos y un aumento del déficit fiscal). Siendo que el desvío respecto a las metas con el FMI hubiera sido mayor, se buscó este mecanismo de establecer que el BCRA pague un dólar de $200 y que la pérdida que asume al vender dólares al valor oficial de $140 sea compensada por un título que emite el Tesoro Nacional. En pocas palabras, en vez de registrar un mayor déficit, registra contablemente un aumento de deuda.
En resumen, no hay dudas en el incumplimiento del acuerdo con el FMI. Pero es factible que se consiga el perdón y los desembolsos no sean suspendidos. Lograr la continuidad del acuerdo con el FMI y conseguir una buena respuesta al dólar soja son los ejes centrales de una estrategia que se concentra en las reservas del BCRA. Pero esta estrategia pasa por alto que el principal problema son los excesos de emisión de pesos para cubrir el déficit fiscal que obligan al BCRA a emitir cada vez más Leliqs.
La bola de nieve que provoca la absorción de emisión monetaria se sigue agrandando y encareciendo cada vez que suben la tasa de interés (lo que acelera los precios). Se vuelve cada vez más desafiante imaginar una salida no traumática a la dinámica inflacionaria.
*El autor es profesor de la Universidad del CEMA