“Inflación baja y estable protege el poder adquisitivo de los bolivianos”, así se titula el último comunicado de prensa del Banco Central de Bolivia. La inflación en todo el año 2021 en ese país fue 0,9%, la más baja de toda América del Sur. En Argentina, solo la inflación de febrero fue cinco veces más alta.
Ante esta realidad tan preocupante, el presidente ha declarado la “guerra contra la inflación”. Las armas incluyen controles de precios, suba de impuestos (retenciones) e intervención del Estado en los mercados.
Dicen que la locura es hacer siempre lo mismo esperando resultados diferentes, llamo al lector a ver cuántas veces hemos intentado lo mismo sin lograr el objetivo (le adelanto que encontrará que han sido muchas en las últimas décadas). Basta con recordar el lanzamiento de Precios Cuidados allá por 2013, cuando la inflación llegaba al 30%. También hubo una serie de intervenciones en los mercados para que los productos sean “para todos”. Así surgieron “merluza para todos”, “carne para todos”, incluso “ropa para todos” que fue estrenado por el entonces vicepresidente Amado Boudou luciendo una camisa que, según dijo, costaba $100 (deme dos).
Hoy seguimos con Precios Cuidados, Cortes Cuidados, retenciones y militantes controlando precios en comercios privados. La inflación cada vez más alta, y entre las mayores a nivel mundial. Evidentemente, este no es el camino.
“Usted no tiene en cuenta la cantidad de dinero que ha emitido y que no ha tenido respaldo, y que eso ha sido una causa generadora de inflación enorme… ¿por qué no manda a la gente de La Cámpora a controlar al Banco Central y como emite el Banco Central?”, sabias palabras. Quien dijo esto no fue un economista ortodoxo, sino el actual presidente, Alberto Fernández, solo que hace varios años.
Su lógica no es equivocada. La inflación que está viviendo el país es el resultado de un desequilibrio fiscal-monetario que lleva a una emisión acelerada y sin respaldo, y a una caída en la demanda de moneda nacional. Como resultado, el peso vale cada vez menos, lo que se ve reflejado en precios (medidos en pesos argentinos) cada vez más altos.
El gobierno apunta contra los fijadores de precios, es decir los empresarios, a los que, por las medidas que ha anunciado, les ha declarado la guerra. También al contexto internacional y la suba del precio de los alimentos por el conflicto en Ucrania. Pero si los precios los midiésemos en pesos bolivianos, lo que veríamos sería una inflación de menos de 1% anual (la anual argentina es 53%). El problema no son los fijadores de precios, el problema es el peso. Y el que maneja el peso es el Estado argentino, a través del Banco Central.
Ganarle la guerra a la inflación exige un Banco Central independiente, no solo en los papeles, sino en los hechos. Esto equivale a que el Banco Central deje de financiar de manera discrecional al Tesoro. Pero para que esto ocurra, el Tesoro debe tener sus cuentas en orden. Y para que esto ocurra, es necesario revisar el gasto público argentino. En solo 10 años, el gasto consolidado del Estado (nación, provincias y municipios) se elevó de 30 a 45 puntos del PBI. Financiar esta suba exigió impuesto inflacionario.
La guerra que se acaba de lanzar contra la inflación, con estas herramientas no será ganada, es más, probablemente acelere el proceso inflacionario. El desafío pareciera quedar para el próximo gobierno que, con un poder político renovado, deberá desandar el camino que nos llevó a donde estamos.
Habrá que tocar intereses, porque para equilibrar las cuentas fiscales de manera sustentable se deberá reducir el gasto público. Pero con esto se le podrá dar independencia al Banco Central para que cumpla con su objetivo fundamental que es defender el valor de la moneda. Y con esto bajar la inflación, recuperar el ahorro, la inversión y la producción. Y reducir la pobreza. Las ganancias potenciales a nivel país son enormes.