Israel y el riesgo de deriva extremista

Por ser una democracia, siempre hubo debates agitados y protestas en Israel. Lo que no siempre se vio es un abanico político tan amplio diciendo que el nuevo gobierno de Netanyahu pone en peligro la única democracia que existe en el Oriente Medio.

Israel y el riesgo de deriva extremista
Benjamín​ Netanyahu es un político israelí. Desde diciembre de 2022 es el actual primer ministro de Israel,

Israel ha tenido gobiernos de posiciones duras. La primera coalición que incluyó partidos religiosos, fue la que encabezó Menajem Beguin a partir de 1977. Otro ex primer ministro y también líder del Likud, Yitzhak Shamir, se formó en el durísimo sionismo revisionista de Zeev Jabotinsky y, cuando ya instalado en Palestina se sumó a la lucha por el nacimiento del Estado judío, lo hizo con las armas de la organización extremista Irgún. Y otro duro combatiente que llegó a primer ministro fue Ariel Sharon, quien escaló en la política propiciando la anexión del grueso de los territorios ocupados en la Guerra de los Seis Días.

Sin embargo, Beguin fue el impulsor de la negociación con Anuar el Sadat que desembocó en el acuerdo paz por el cual Egipto reconoció a Israel y Tel Aviv le restituyó la península del Sinaím mientras que Shamir supo negociar y cumplir acuerdos con la centroizquierda laborista y Sharon terminó imponiendo la retirada israelí de la Franja de Gaza, abandonando el Likud y creando el partido centrista Kadima.

En cambio Benjamín Netanyahu, para volver a encabezar un gobierno y para contener los procesos corrupción que avanzan en su contra, armó una coalición con partidos del extremismo religioso y con ella impulsa una reforma judicial en la que todo el arco opositor, y también muchos intelectuales, artistas y militares, ven un intento de destrucción de la democracia israelí y el peligro de una guerra civil.

Para tener mayoría propia en las 120 bancas de la Knesset, Netanyahu se alió con los partidos fundamentalistas Sionismo Religioso-Poder Judío, Shas y Judaísmo Unido de la Toráh.

Tan fundamentalista es el gobierno que se conformó, que un halcón muy radical como Benjamín Netanyahu aparece como su figura más moderada y democrática. La prioridad del primer ministro seguramente es nombrar jueces de manera arbitraria, para detener a tiempo los procesos por corrupción que lo arrinconan contra el banquillo de los acusados. Pero sus socios fundamentalistas podrían tener otro objetivo: el reemplazo de las leyes seculares por leyes inspiradas en el Talmud y otros textos sagrados, o sea avanzar hacia una suerte de “sharía” hebrea.

De lograrlo, la democracia sería reemplazada por un Estado de tipo teocrático.

En tanto Israel nació como Estado secular y democrático, las voces de estupor no tardaron en hacerse escuchar. Hasta militares hicieron públicas advertencias sobre los peligros que implica el extremismo religioso y el expansionismo territorial del gobierno para la república, la democracia y la laicidad de Israel.

Tampoco es común que quien ocupa la presidencia se pronuncie contra una política del gobierno. Desde su cargo, más bien protocolar, el presidente Isaac Herzog pidió, alarmado, suspender la tramitación parlamentaria de la reforma judicial y reclamó tratar el tema en un amplio debate nacional.

Paralelamente, las manifestaciones de protesta en Tel Aviv, Jerusalén y otras ciudades empezaban a ensancharse. El reclamo de las calles es “salvar la democracia” y conjurar la violencia política. Lo mismo reclama el ex primer ministro centrista Yair Lapid, quien llamó a los israelíes a no permanecer callados “mientras destruyen todo lo que es valioso y sagrado para nosotros”, añadiendo la necesidad de “luchar en las calles hasta ganar”.

En términos similares se pronunció el moderado general Benny Gantz, que lidera una fuerza de centroderecha.

Por cierto, el mismo peligro contra la democracia ven en el actual gobierno los centroizquierdistas Partido Laborista y Meretz.

Por ser una democracia, siempre hubo debates agitados y protestas en Israel. Lo que no siempre se vio es un abanico político tan amplio diciendo que el nuevo gobierno de Netanyahu pone en peligro la única democracia que existe en el Oriente Medio.

Desde que comenzó en 1977 a integrar gobiernos encabezados por el centroderechista Bloque Likud, el fundamentalismo hebreo se fue multiplicado a través de la aparición de nuevas fuerzas políticas, cada vez más radicales. Lo que parecía imposible (que un israelí dispare contra otro israelí) ocurrió cuando el fundamentalista hebreo Yigal Amir asesinó al primer ministro Yitzhak Rabin en 1995.

Esa fue la señal de que Israel no es inmune al peligro de la guerra civil. Y el discurso exacerbado de Netanyahu y de las agrupaciones extremistas que acusaban al premier laborista de “traidor”, tuvieron que ver con el clima en el que fermentó el magnicidio.

Para recuperar el cargo que había perdido tras las gestiones con que batió el récord que tenía David Ben Gurión, el principal halcón del Likud creó un gobierno extremista.

Y la democracia secular israelí, que había logrado tanto en un marco de tanta adversidad, siente que su existencia se acerca a un abismo que supura intolerancia y dictadura teocrática.

* El autor es politólogo y periodista.

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