No se quedó corto el presidente de la nación en su mensaje inaugural en la Plaza del Congreso. Un ciclo de veinte años ha concluido y sería generoso hablar de decadencia. El ciclo terminado es el de la Argentina degradada por un matrimonio donde la codicia convivió con el resentimiento, el aldeanismo y la ignorancia sin olvidar un patético anacronismo en su discurso.
A diferencia de Macri, el nuevo presidente no ocultó la herencia y en su discurso dio el lugar que le corresponde a la batalla cultural. Por supuesto con contradicciones que observamos también en el elenco de invitados: Zelensky quien libra combate contra la invasión de Putin y Orban, el premier húngaro, principal aliado de Putin en Europa, como también la asistencia del líder de Vox, que poco tiene de liberal y cuyas declaraciones en Buenos Aires han sido repudiadas por el Partido Popular de oposición al presidente español, Pedro Sánchez.
El presidente Milei, que alude a Yrigoyen como el culpable del inicio de la decadencia argentina, tiene sin embargo con el primer presidente radical dos coincidencias.
Don Hipólito nunca habló ante el Congreso Nacional, en su asunción dejó el mensaje por escrito, reiterando ese proceder en los años siguientes.
La otra coincidencia es la misión cuasi religiosa que se auto asignaron ambos presidentes. Un apostolado sentía Yrigoyen que era su misión para llevar “la reparación” al país contaminado por el “régimen falaz y descreído”. La Invocación a las fuerzas del cielo de Milei, la pelea con una casta identificada como el “maligno” pero que puede redimirse si cruzan el Jordán son coincidentes.
Por supuesto hablar de cien años de decadencia es una falacia. Basta comparar los ciclos económicos como el comprendido entre fines de 1933 a 1948, el más exitoso después del ciclo 1893 al 1914. Esta visión puede ser influenciada por las visiones de ultras como Benegas Lynch que siempre consideraron herejías a las políticas que permitieron salir de la crisis del treinta, sin comprender que con esas medidas se impidió el derrumbe del capitalismo. Es que en la visión de Benegas Lynch las “externalidades” en la economía no entran en sus análisis teóricos y son las que afectan a los mercados más allá de la libertad de su desenvolvimiento.
Sí es cierto que hace cien años se inició con el discurso de Leopoldo Lugones en el centenario de la batalla de Ayacucho conocida como “la hora de la espada”, el combate intelectual contra la tradición liberal argentina que venía desde Mayo y como bien se recordó, fue rescatada y valorizada a partir de la generación del 37.
Tanto desde elites, en general provincianas, que se percibían desplazadas con el surgimiento de nuevos sectores como resultado del vigoroso proceso modernizador emprendido desde la organización nacional y acelerado desde el ascenso al poder de Roca, como de grupos de raigambre más popular, surgieron variantes nacionalistas y aislacionistas.
La crisis del treinta les dio más impulso y el surgimiento de regímenes antidemocráticos en Europa les sirvió de modelo. El revisionismo histórico fue usado para promover una visión “decadentista de la historia”, como tituló Tulio Halperín Donghi una dura y juiciosa crítica a esa corriente que hizo un uso faccioso de la historia en la que la figura de Rosas fue distorsionada para justificar en el pasado la propuesta de sustituir el sistema político democrático. Tanto en el nacionalismo elitista como en el popular no se ocultaron simpatías por el triunfo del eje en la segunda guerra.
Con relación al discurso en la Plaza pudo haber hablado ante el Congreso antes de dirigirse al pueblo congregado allí. No fue feliz y diríamos que poco liberal negar el acceso a la prensa a la jura de los ministros. Algunos de ellos provenientes de un grupo empresario concesionario del Estado, una casta, y por cierto varios silenciosos y ocupando cargos en los gobiernos que pretendieron barrer a las instituciones republicanas.
El Congreso es un poder de la República y siempre que un gobernante quiso ir por todo fue el lugar desde donde se defendieron las libertades fundamentales. Es el Congreso el que va a debatir y aprobar o no las propuestas presidenciales y que también tendrá que tomar en cuenta la herencia recibida y el humor social harto del fracaso de los que gobernaron en este siglo. Las sombras en el desempeño de algunos o muchos no implica olvidar si rol institucional.
La Argentina tiene un presidente, que como mostraron las elecciones previas de gobernadores en las provincias, no le debe votos a nadie. Esto es un gran activo y también muestra una soledad que lo lleva a buscar cuadros en todos lados, incluso entre los que gobernaron hasta ayer.
No puede dejar de resaltarse la ceremonia interreligiosa en la catedral. En un mundo donde todavía se mata en nombre de Dios y no se admite a los que profesan otras creencias, la Argentina muestra un grado de civilización, propio de una sociedad libre, como la pensaron los que en 1853 vencieron las resistencias del pasado y establecieron la libertad de culto como todas las libertades.
A veces en nos hemos olvidado que la libertad es para todas las acciones humanas y no solo para algunas.
* El autor es miembro de número de la Academia Argentina de la Historia y del Instituto Argentino de Historia Militar.