José Ignacio Garmendia, el militar escritor

El viejo soldado se retiró en 1904, para entonces también llevaba cicatrices por participar en la Conquista del Desierto comandada por Julio Argentino Roca. Falleció en 1925 sin abandonar la vida social en sus años de retiro.

José Ignacio Garmendia, el militar escritor
José Ignacio Garmendia, el militar escritor. / Foto: Gentileza

José Ignacio Garmendia nació en Buenos Aires, el 19 de marzo de 1841, siendo hijo de un importante político tucumano.

Además de militar, fue pintor y un brillante escritor.

Participó en la batalla de Pavón con sólo 20 años, defendiendo al bando mitrista, fidelidad que jamás abandonaría.

Durante la Guerra de la Triple Alianza actuó como cronista de uno de los diarios más importantes de Buenos Aires, mientras combatía.

No se libró de la enfermedad y casi muere debido al cólera.

Volcó todas estas experiencias en “Recuerdos de la Guerra del Paraguay”, un texto exquisito del que rescatamos el siguiente fragmento relatando las postrimerías de Curupaytí, posiblemente la derrota más sangrienta de nuestra historia: “…Vi a Sarmiento muerto —narra, haciendo referencia a Dominguito, hijo del prócer sanjuanino—, conducido en una manta por cuatro soldados heridos: aquella faz lívida, lleno de lodo, tenía el aspecto brutal de la muerte. No brillaba ya esplendorosa la noble inteligencia que en vida bañó su frente tan noble; apreté su mano helada, y siguió su marcha ese convoy fúnebre que tenía por séquito el dolor y la agonía (…).

Arredondo, con su poncho blanco, con aquella cara angulosa de acero que había intimado al peligro, imperturbable, frío, sin emociones, se retiraba paso tranquilo de su caballo, que hambriento se detenía alguna vez a roer la yerba de la orilla del camino.

Vi a la distancia que Roca salía solitario con una bandera despedazada; en torno de aquella gloriosa enseña reinaba el vacío de la tumba. Cuando se aproximó y soslayó su mohíno caballo, pude distinguir que alguno venía sobre la grupa: era Solier bañado de sangre. El amigo había salvado al amigo (…)

Ayala, Calvete, Victorica, Mansilla (…) y qué sé yo cuántos más, todos heridos, chorreando sangre se retiraban en silencio (…).

Era interminable aquella procesión de harapos sangrientos, entre los que iba Darragueira sin cabeza; de moribundos, de héroes inquebrantables, de armones destrozados, de piezas sin artilleros, de caballos sin atajes (…) sufrí emocionado el silencio tétrico del alma, esa soledad de fantasmas de la derrota, y comprendí por primera vez en mi vida lo que era un gran desastre nacional…”.

Tras el fin del enfrentamiento -durante la presidencia de Sarmiento-, Garmendia fue destinado a la frontera para combatir a los ranqueles.

Se reencontró allí con Lucio V. Mansilla, quién lo nombró en varios parajes del famoso texto “Una expedición a los Indios Ranqueles”.

El viejo soldado se retiró en 1904, para entonces también llevaba cicatrices por participar en la Conquista del Desierto, comandada por Julio Argentino Roca.

Falleció en 1925, sin abandonar la vida social en sus años de retiro.

En estos párrafos hemos intentado recuperarlo no sólo como militar, además como escritor. Uno del que los argentinos deberíamos conocer más y sentirnos orgullosos.

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