El jueves 17 de octubre pasado tomamos el último café con Juan José Sebreli en la Biela. Ese día solo estaban con nosotros, Marcelo Gioffré y el cineasta Pablo Racciopi; a veces éramos ocho o nueve más los que pedían sacarse una selfie con el autor de veinticuatro libros. Era un rito iniciado hace varios años verlo a Sebreli los jueves en ese tradicional café llevado por Marcelo Gioffré, su abogado y coautor de sus últimos trabajos como Conversaciones Irreverentes y Desobediencia Civil y Libertad Responsable, éste último escrito y editado en plena pandemia como reacción a la soberbia prepotente del gobierno.
Sebreli era un hombre de las grandes ciudades y en especial de Buenos Aires. De cafés, siempre sentado al lado de una ventana, y de recorrer barrios y caminar calles como Borges.
En esas tertulias de café con personajes diversos, propicias a las discusiones e intercambio de puntos de vista, se aprovechaba para debatir opiniones sobre nuevos artículos y libros con los demás contertulios, permitiendo así ofrecer algunas sugerencias sobre lo que escribían. En ese café intervine para que se reencontrara con la talentosa Liliana de Riz.
En los últimos meses Sebreli y Gioffré escribían un libro para rescatar el “liberalismo de izquierda”. No es un oxímoron, el liberalismo siempre fue la izquierda, pero la cuestión es, opiné en esa mesa, que el conflicto no es entre derecha e izquierda sino entre autocracias y democracias. También coincidíamos, que nos gobierna otro populismo. Sebreli reconocía que estaba arrepentido de no haber votado en blanco.
Leí a Sebreli en 1964 cuando publicó Buenos Aires Vida Cotidiana y Alienación. La carrera de Sociología recién se iniciaba, aún no había graduados en ese año en el que también se publica Los Que Mandan de José Luis de Imaz y desde los Estados Unidos llega Los Trepadores de la Pirámide de Vance Packard.
Eran los años sesenta en que los aires de apertura y modernización iniciados con la designación de José Luis Romero como Interventor en la UBA en 1955 dio lugar a una etapa brillante que lamentablemente concluiría con la noche de los bastones largos a los pocos días del inicio de la dictadura de Onganía.
El gobierno de Aramburu había creado el INTA y el INTI, el Conicet de acuerdo a una propuesta de Bernardo Houssay y el Fondo Nacional de las Artes con Victoria Ocampo. Iniciativas que el gobierno siguiente de Arturo Frondizi continuó y consolidó. Una etapa oscurantista había concluido en la UBA. La que había alejado a Sebreli de las aulas de Filosofía en 1951 por el ambiente de censura que imperaba en la misma y que se extendía al arte, la literatura, el cine, el periodismo.
Sebreli escribió sobre el peronismo, del que fue simpatizante hasta los años setenta y del que se fue alejando. Dos libros, Eva Perón, Aventurera o Militante y los Deseos Imaginarios del Peronismo integran esa etapa de acercamiento y toma de distancia respectivamente, como lo hace del infantilismo izquierdista en Tercer Mundo Mito Burgués. Sus preferidos en sus últimos años eran Critica de las Ideas Políticas Argentinas, su crítica a la filosofía contemporánea en El Olvido de la Razón y Dios en el Laberinto con su crítica a las religiones. No coincidía con mi opinión qué en lo más profundo, estaba buscando a Dios.
Lo conocí en la presentación de la Invención de la Argentina, libro de Nicholas Shumway en la Universidad de Belgrano, presentado por Luis González Balcarce. Me comentó que pensaba escribir sobre Federico Pinedo. Fue un acicate para mí, decidí no demorar mi libro.
Recuerdo que le causó un impacto positivo cuando le comenté que su antiguo compañero de la Revista Contorno, Ismael Viñas, en un reportaje oral en los Estados Unidos, donde se había radicado, decía que después de haberlo combatido tanto había llegado a la conclusión que el mejor presidente del siglo XX había sido el general Agustín P Justo.
Reivindicaba a Victoria Ocampo, con la que tuvo desencuentros que lamentaba y decía: “Victoria Ocampo era por cierto una ´oligarca’, pero no todas las ‘oligarcas’ eran Victoria Ocampo. Las demás de la alta sociedad como se decía entonces, no empleaban su dinero y su tiempo en la difusión de las letras ni abrazaban la causa del feminismo ni transgredían costumbres establecidas, ni se animaban a proclamar su agnosticismo, nada tenían en común con Victoria”.
Sebreli ha sido un notable exponente de ese género tan argentino que es el ensayo, que tuvo en el siglo XIX en Sarmiento al escritor más representativo de la lengua castellana. De los tantos que lo cultivaron en el siglo XX, ninguno alcanzó su dimensión como hombre culto y a la vez conocedor de la calle, su contacto con el mundo y su compromiso con la mejora social. En sus últimos años había que ayudarlo a caminar, pero su cerebro estaba a pleno, siempre comprometido con los pilares fundantes del país, la libertad y la igualdad.
* El autor es presidente de la Academia Argentina de la Historia.