En 1960 la economía argentina equivalía al 37,9 % del total sudamericano. Nos seguía el Brasil con el 26,4% y tercero Venezuela con el 12, 1%. Chile tenía una participación del 6,4% seguido por Colombia con el 6,2 %. Ya había un retroceso con relación a 1940 cuando la Argentina contaba con una economía que era la mitad del tamaño de los países del subcontinente.
Para esa disminución se dieron dos factores, por un lado el estancamiento de la Argentina a partir de 1948 producto de sus bajas tasas de inversión reemplazadas por estímulos al consumo que provocó el inicio del proceso inflacionario que nos azota salvo pequeños interregnos ( el más largo fue el de la convertibilidad) y errores de política exterior como apostar a un comercio internacional estancado, no ingresar al Plan Marshall, o haber adquirido los ferrocarriles de capital inglés en vez de utilizar las Libras de la deuda del Reino Unido con nosotros en bienes de capital como lo hizo con sus acreencias al India, recién independizada.
A su vez el Brasil había iniciado un proceso de recuperación de su economía muy intenso. La economía de nuestro vecino cuadriplicaba la nuestra en los años de la guerra de la Triple Alianza. A partir de ese conflicto inicia un largo ciclo de estancamiento que se prolonga con la caída de la Casa Imperial y las primeras décadas de la república mientras en La Argentina tenía lugar el mayor ciclo de crecimiento de la historia nacional y comparable a otros procesos, en particular entre 1893 a 1913.
Ya en 1970, a pesar que nuestro país tiene una etapa interesante de expansión entre 1963 a 1974, Brasil crece a tasas muy altas y nos alcanza. Al ser menos nos quedaba el consuelo que nuestro PBI por habitante era muy superior al brasileño.
A mediados de los noventa la economía argentina era poco menos del 70% de la brasileña. Pero en este siglo las diferencias son enormes: Hoy el Brasil ocupa el lugar de la Argentina en 1940; su PBI representa el 50% del total sudamericano y nosotros hemos retrocedido de tal manera que ahora solo participamos con el 15,5% según datos de 2022.
El derrumbe de Venezuela es estrepitoso: del 12, 1% de 1960 ha pasado gracias al Chavismo y sus dislates mixturados con mafias al 1,3% -unas décimas más que Bolivia y Paraguay que duplicaron su participación- mientras Chile pasó del 6,4% al 8,7%; Perú de 4% al 6,8 % y Colombia del 6.7% al 9,7 %.
Es probable que, aunque no hubiéramos tenido el ciclo de estancamiento ocurrido entre 1948 a 1963 y los sucedidos entre 1974 a la actualidad en el que llevamos 13 años sin crecimiento de la economía mientras crece la población, no hubiéramos mantenido ese porcentaje del 50% de la economía sudamericana. Es que los demás, incluso Brasil, estaban muy rezagados y era natural que fueran recuperando posiciones. Pero bajar al 15,5 % nos interpela a todos y aún más a quienes tienen o han tenido responsabilidades dirigenciales en este largo período de retroceso que podemos llamar decadencia y que a veces, con ciertos episodios y conductas, podemos calificar de degradación.
Estos números señalan el fracaso de varias generaciones y es probable que explique entre otras razones los cambios electorales inesperados de las elecciones del año pasado.
En esta larga etapa de estancamiento económico y empobrecimiento de grandes capas de la población no se puede dejar de señalar que, a errores de política económica, mala lectura de la situación del mundo, políticas exteriores equivocadas, debemos recordar el deterioro institucional.
Si bien las prácticas electorales mejoraron desde 1946 la calidad institucional inició su deterioro con el juicio a la Corte Suprema en 1947 en busca de una justicia adicta al poder. El cambio de la composición del Tribunal que garantiza el cumplimiento de las libertades y garantías constitucionales fue una constante en todos los cambios de gobierno y recurriendo para su composición en muchas ocasiones a personajes menores en cuanto a sus antecedentes académicos y como sucede ahora sospechados de conductas inapropiadas tanto en su comportamiento como juez federal como en su patrimonio.
Hubo mucho autoritarismo, dictaduras, redentores, salvadores de la patria, hegemonismo, proscripciones y derramamientos de sangre desde los cuarenta.
El símbolo de la degradación institucional es, que desde el tercer gobierno de Perón, en 1974 las leyes que promueven inversiones de capitales externos abdican de la jurisdicción judicial argentina en caso de controversias como se establece en el RIGI votado recientemente.
En la Argentina que fue un gran destino de inversión externa desde la unificación nacional en 1862 hasta 1914, los tribunales actuantes eran los argentinos.
Calidad institucional es lo que necesitamos para emprender el camino lleno de obstáculos pero que es imperioso encarar para recuperar nuestra posición y rango en el mundo.
* El autor es presidente de la Academia Argentina de la Historia y miembro del Instituto Argentino de Historia Militar.